Lo que en realidad no para es la sistemática y cruenta desfinanciación en actividades esenciales. A saber: educación, en todos los niveles; las dolorosas demoras en la extensión de la red de subterráneos, calculada en cinco años; el polémico pensamiento de que todo debe ser convertido en negocio y entregado a negociantes, ya sea la basura y el acarreo de autos o la comida que llega a las escuelas, tan escasa como de baja calidad. Ni siquiera se ocupa de proteger a algunas de sus buenas ideas. Los macetones, que bastante interrumpen la marcha pública, se convierten en improvisados basureros en los que las plantas brillan por su ausencia. Una carencia de mantenimiento similar hace que las estrellas, colocadas como baldosas, pensadas para homenajear a figuras del espectáculo (vivas y fallecidas) se encuentren en tan malas condiciones que es difícil identificar a quién pertenecen. No es difícil reconocer la incesante actividad cultural de la ciudad (el muy alto nivel de teatros oficiales, espectáculos gratuitos y otros ítems) pero es difícil de entender por qué el Presidente Alvear, una de las salas del Complejo Teatral sobre Corrientes al 1600, sigue cerrada desde hace ocho años, presuntamente en refacciones, aunque sin perspectivas de reapertura inmediata.
La transformación no para en la Reina del Plata que lleva 15 años gestionada por el PRO–Cambiemos–Juntos por el Cambio, pero cada día, el presunto progreso se saltea varias estaciones. Hay barrios porteños que no tienen un jardín de infantes público y el debe educativo se agrava cuando se pone negro sobre blanco las estadísticas de niños, adolescentes y jóvenes que en cada período escolar se quedan sin vacantes; los plazos para mejorar las condiciones de vida en las villas son eternos y ni hablar del escaso compromiso para atender a personas en situación de calle: dos baldones dramáticos en la provincia argentina con mayor capacidad económica. Los cartelones amarillos cruzan la ciudad de punta a punta anunciando que la transformación no para. Es una clase de transformación traducida en obras que poco y nada tienen que ver con las verdaderas necesidades: la gente reclama más espacios verdes y la respuesta es aumentar desproporcionadamente la presencia de cemento en plazoletas, asientos de concreto y metrobuses.
Otro engañapichanga de consideración son las llamadas audiencias públicas, siempre protegidas por una justicia adicta y que sólo sirven como referencia testimonial. En los últimos tiempos, algunas terminaron por goleada en contra del gobierno porteño, pero en la mayoría de los casos consiguieron zafar de presentaciones y amparos de entidades civiles que luchan por evitar nuevos arrebatos o que condenan que adjudiquen obras a UTE (Unión Transitoria de Empresas), muchas de ellas flojísimas de papeles. ¿Para qué seguir haciendo audiencias públicas en relación a futuras obras, obligatorias por ley, pero que al no ser vinculantes sirven poco o nada? Persiste una mirada voraz del ejecutivo porteño que hace que especulación inmobiliaria mate planificación urbana. Algunos muy activos legisladores de la ciudad, como Juan Modarelli, Amanda Martín, Matías Barroetaveña, Claudio Morresi o militantes, como Jonathan Baldiviezo, señalan con desilusión, que invariablemente quedan en minoría y que los proyectos del oficialismo pasan como por un tubo. No hace tanto comprobaron, una vez más con desazón, la aprobación de una norma que permitirá en los barrios populares la instalación de dos importantes cadenas, una de farmacia y otra de carnicería. Una presencia comercial que generará una obvia y desigual competencia en la que el principal perjudicado será el pequeño trabajador de la zona. Los ejemplos son numerosos. Entre la parte Sur y la sección Norte, la Costanera porteña tiene unos 25 kilometros de extensión. Pero en la mayor parte del trazado el agua queda muy lejana y eso da razón a los que sostienen que vivimos en una ciudad que le da la espalda al río. Todo lo contrario de lo que, por ejemplo, ocurre en Rosario o en Montevideo. Hace poco se conoció otro plan del gobierno ciudadano. En un plazo de ocho años piensan construir una playa con capacidad para seis mil personas. Claro que será una playa artificial, sin el beneficio del agua, porque el río, contaminado, sigue inutilizable. Los mismos que no hace tanto, en un parque infantil, ofrecieron una pileta pintada sobre el piso, ahora imaginan un espacio con juegos de agua y, ni siquiera, una buena pileta, como alguna vez en Jujuy se le ocurrió a Milagro Sala. De paso, una pregunta: ¿Por qué Nación y CABA, de una buena vez, no piensan en grande y encaran la limpieza del río?
Vivimos en una ciudad, de historia y belleza superlativas, pero en la que la felicidad no es para todos. Esto también se debe a que la cabeza gubernamental le tiene tirria a todo lo que le suene colectivo, grupal, cooperativo, movimientista, comunitario, participativo, popular, o, peor aún, populista. Esta decisión, más allá de lo político, tiene indudable estirpe ideológica. De ese modo piensa el jefe de gobierno. Y desde las razones del mercado y del capitalismo les habla a sus seguidores que consienten sus ambiciones presidenciales. «
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Excelente todo lo dicho!! Con todo ese andamiaje de marketing y publicidad, y la Escribanía que lograron comprar/conseguir solo la lucha de vecinas y vecinos en la calle puede
(Como decía) Solo la lucha de vecinas y vecinos en la calle puede lograr visibilizar los problemas REALES que padecemos en la ciudad y por supuesto necesitamos una justicia independiente que nos defienda de tanto atropello y tanta mentira.