Columna de opinión
Después del cambio de gobierno en 2015 la sensación de capa caída se volvió parte del paisaje cotidiano. Con la ley de medios desguazada en sus partes esenciales por decreto; con medios hegemónicos caricaturizando el ejercicio del oficio; con sanciones y ninguneos a periodistas opositores; con simulaciones de conferencias de prensa, buena parte del periodismo empezó a respirar en situación de emergencia.
La parte triste, la más decepcionante, es que el periodismo argentino en todos sus géneros y modalidades atraviesa una etapa de débil creatividad, de muy débil desarrollo, y, como contracara, de multiplicidad de carencias. Razones no faltan. Veamos algunas.
Empiezo mencionando la puja entre el antiguo sistema analógico y el fabuloso, nuevo modelo digital. El viejo sistema está en sus estertores, flaquea por donde se lo mire, escuche o lea, pero por algunos de esos caprichos de la creación, es el que todavía sobrevive, generando algo de caja. El mundo internetiano, deslumbrante en tecnología, pródigo en redes, atrapante, tiene atractivos que se renuevan diariamente pero aún no da los dividendos que se esperaban de él. En todo el mundo y aquí también, cabezas rutilantes no solo admiten que todavía la pelea entre lo analógico y lo digital tiene final incierto, y peor aún, que no le encuentran la vuelta a la necesidad de volver rentables a portales, páginas web, medios online después de 10-15 años de haberlos ofrecido gratuitamente.
La pelea también se desarrolla en otros ámbitos. La necesidad de hacer converger a los dos modelos, originó nuevas modalidades laborales, pero, a la vez, provocó confusión de roles, improvisación, tensión entre las zonas impresas y las virtuales y, lo peor, una fuerte precarización manifestada en sistemática caída de proyectos, cierre de medios, sobrecarga de tareas y la disminución de puestos de trabajos genuinos. Pérdida que los gremios de prensa, hoy calculan entre 3 mil y 5 mil personas en los últimos cuatro años. Otros motivos. Desde hace unos años el mundo de la información viene demasiado entreverado con el mundo del entretenimiento. De esta fusión quién, sin dudas, ha salido más lindo en la foto, es el entretenimiento. En procura del brillo y de la pegada veloz esto ha originado una clase de periodismo más superficial, más banal, más endogámico. Eso que los grandes medios del mundo, han denominado periodismo de cercanía. Lo que importa es lo que pasa cerca de tu casa y, preferentemente, lejos de tu vida.
Nuevas molestias. Uno está escuchando radio, mirando televisión y se siente conminado a dejar de hacerlo por los aparatos más convencionales y, presuroso, o más, correr a bajar una aplicación. ¡¡¡Aplicación!!!: palabra modélica de los tiempos que corren. ¿Y si no quiero? ¿Y si quiero seguir escuchando en la radio que tengo en el baño o permanecer frente al plasma que todavía no terminé de pagar? Entonces, uno habrá ganado para siempre el mote de decrépito y decadente Calificativos que se repetirían de no frecuentar las multipantallas de los dispositivos más nuevos o renunciar a la discutible practicidad de la programación por demanda. En la gráfica, el panorama es igualmente confuso. Los formatos y artilugios del viejo sistema, ese en el que aprendimos el oficio y del que, al menos yo, sigo siendo pasajero frecuente, cruje por donde se lo mire. Pero, mal que mal, es aquél que tenía un solo cierre diario. Ahora da pelea, seguramente desigual, con otro que tiene, por lo menos, un cierre cada hora, 24 al día; que, los siete días de la semana, necesita de los clics de sus visitantes como antes necesitaba de los compradores fiel eso de mantener vigentes los pactos de lectura con sus seguidores. Ese “nuevo periodismo” es el que jibariza cada vez más los contenidos a partir de la superstición de que la gente ya no está dispuesta a seguir leyendo y es el que inventó perversiones tales como las “informaciones en desarrollo”, que de tan precarias, nunca se terminan de concretar y más de una vez terminan siendo desmentidas o desarticuladas más temprano que tarde. Allí donde la búsqueda de instantaneidad desplazó a la oportunidad de informar mejor, no debe sorprender entonces la profusión de noticias falsas.
Hace muchos, muchos años me enseñaron, y por suerte no lo olvidé, que el periodismo consistía en buscar y conseguir una determinada información sobre un tema, trabajarla, procesarla, sistematizarla, ponerla en valor informativo y redaccional para, finalmente, transmitirla con propósitos masivos y honrando al máximo la verdad y la honestidad. Posteriormente, y como un tácito reconocimiento a los maestros que me inculcaron estas nociones, pasé diez años haciendo docencia y enseñando cosas como las que acabo de mencionar. Cambio va cambio viene, llegó un momento en que me pregunté si habré hecho bien, y hasta me plantee la posibilidad de haberme equivocado.
Es que, de pronto, empecé a ver cómo muchos periodistas olvidaban esos conceptos básicos para meterse en terrenos inconvenientes y ajenos .En los terribles años de plomo circuló la historia de un jefe de redacción que catequizaba a sus redactores del siguiente modo: “ No dejes que la verdad se interponga entre vos y una buena nota”. Más adelante, en los 90, los periodistas encabezaban los rankings de prestigio, aún con investigaciones discutibles, tratando de sustraerle el trabajo a los jueces y fiscales, peleando la tapa, con recursos de corto alcance. En los tiempos que corren, cuando los jueces y fiscales son uno de los principales generadores de títulares, lo que pasa con muchos periodistas es más doloroso. Apoyados en jueces y fiscales corruptos se mimetizan con procedimientos propios de organismos de defensa, de servicios de inteligencia y obtienen repercusión apelando a aprietes, a deslealtades, a carpetazos, a dineros mal habidos y a la divulgación ilegal de escuchas telefónicas.
Vale decir que al diagnóstico de baja o muy baja creatividad, cuestiones que se pueden calificar como estéticas o artísticas o culturales, se le deberían sumar otros argumentos, en este caso, éticos y morales. Otro de los grandes fenómenos que advierto es que hoy en día no solo los periodistas ejercemos el periodismo. También capturan y movilizan información los oyentes que llaman a las radios para informar, al segundo , que tal o cuál servicio de subte se encuentra interrumpido o que sigue sin solución un corte de luz masivo. O la tarea de los reporteros ciudadanos que, con sus telefonitos, captan una granizada o los incidentes en una manifestación y de inmediato los suben a la página de un noticiero de TV. Cualquiera de esos materiales tienen un lugar asegurado en los noticieros más formales, así como son contenidos comunes y corrientes los registrados por las cámaras de la calle o de los edificios o las de cualquier comercio. Y ni hablar de los millares de columnistas anónimos de las redes que muestran con humor mucho de lo que los medios grandes carecen. Todos ellos, que entendieron la velocidad e instantaneidad de Internet, son, periodistas sin título, los nuevos proveedores de noticias.
De otras fuentes también se nutre el periodismo actual. ¿Quién hubiera dicho hace diez años, o poco más, que ese latigazo de 140 caracteres(ahora sabiamente extendido) llamado tuiter se convertiría en crucial fuente informativa, al punto que grandes diarios del mundo rastrean las redes para no quedarse afuera de los más sabrosos tuiters de ayer. Algunas autoridades de redacciones argentinas importantes que consulté para esta crónica me aseguraron que hoy en día también eran insoslayables Facebook e Instagram y, muy especialmente, las alertas informativas que varias veces al día emiten medios argentinos e internacionales. Son todos elementos que condicionan los nuevos códigos de la edición y que se confabulan para que estos tiempos sean los del “pensar cortito”. ¿Cuánto tiempo pasará hasta que algún oportunista edite un periódico basado únicamente en contenidos provenientes de las redes sociales?.(Mejor, no dar ideas).
Para no quedarnos únicamente en un diagnóstico infectado de pálidas, pienso en salidas posibles. Y digo ,omas bien sugiero o recomiendo que muchos periodistas deberían resignar sus visitas cada 4 de julio a la embajada de los Estados Unidos, de rechazar los encuentros secretos en hoteles de lujo, colgar para siempre los ambos Armani, reelegir las fuentes ahora transformadas en clientes. Y retornar a la calle, a cambiar los off por los on, dejar de imaginar que son partícipes del poder, aflojar con el cinismo y volver a creer un poco más en la sensibilidad y en la intuición y no tanto en las redes sociales. Porque si todo continúa demasiado parecido a como está, arriesgo otra hipótesis para nada envidiable: dentro de nada, los estudios de radio y televisión y las redacciones, escritas u online quedarán desiertos de verdaderos periodistas y atestadas de influencers, instagramers y youtubers.
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