La Iglesia Católica cada vez tiene menos curas y seminaristas. Un fenómeno que se profundiza en el siglo XXI y que en muchos casos lleva a que se planteen refuncionalizar o vender propiedades, parroquias, conventos y hasta seminarios. Las estadísticas refuerzan esta idea: de los 1247 aspirantes a sacerdotes que había en la Argentina de 2004, 20 años después hay 481. Pero la institución es más que esa foto. El apoyo de los fieles se mantiene con los años. Lo demuestra cada 7 de agosto en las calles de Liniers, donde una multitud de peregrinos acude indistintamente a pedir o agradecer los designios de San Cayetano, Patrono del Trabajo, o en la histórica peregrinación de Luján que en 2024 cumplió 50 años. La religión oficial nacional cuenta con cientos de miles de seguidores, pero pocos que quieran dedicarse al sacerdocio.
Los fríos números reflejan que la Iglesia atraviesa una de sus tantas transformaciones, con la tensión entre los sectores “conservadores” y “progresistas” que está a la orden del día. Pero hoy se suman otros factores sociales y culturales.
“Respecto al problema de las vocaciones sacerdotales, no sé si faltan vocaciones, más bien hay correspondencia proporcional con la densidad de vida cristiana en nuestras comunidades, en nuestras parroquias, en nuestras diócesis”, analiza el presbítero Mauricio Larrosa, presidente de la Organización de Seminarios de la Argentina (OSAR). En diálogo con Tiempo, describe que la transmisión de la fe cambió con el correr de los años: antes las madres eran las protagonistas, luego las abuelas y ahora “hay una verdadera ruptura generacional en donde las causas son múltiples, pero lo cierto es que nuestra generación, la adulta, no es capaz de transmitir un legado a las nuevas”.
El presidente de OSAR está al frente de los seminarios de la Argentina que pertenecen a las distintas diócesis. Ante este escenario, el Seminario Mayor San José de la Diócesis de Morón, con sede en el partido de Hurlingham, donde Larrosa es rector, absorbió a los seminaristas de las Diócesis de Gregorio de Laferrere, Merlo-Moreno y San Miguel. Lo mismo se replica en todos los puntos del país.
“Acá teníamos nuestro Instituto de Filosofía y Teología, que por falta de alumnos tuvimos que cerrar, y ahora se usa como una Casa de Retiro, a la que viene gente de las parroquias o colegios a pasar el día, por lo que dejan algún estipendio, algo de dinero, para poder mantener el lugar”, argumenta Larrosa. Y precisa: “Como en cualquier casa de familia. Si no usás algo, se va echando a perder. Así que tenés que usar la creatividad”.
Quienes estudiaban en el mencionado Instituto, ahora se trasladan a diario al Seminario Metropolitano Inmaculada Concepción, que se impone en un predio de cuatro manzanas en Villa Devoto, una mole de fines de 1800, cuyas instalaciones quedaron enormes. Allí estudió el Papa Francisco dos años, antes de terminar su formación junto a los jesuitas en Chile.
El año pasado, la Diócesis porteña decidió entregar a una empresa para que explote durante 40 años una parte de un predio donado hace tres décadas para la creación de una iglesia y un colegio. El Vaticano había aconsejado no avanzar. El año anterior (2022) la venta de La Casa del Catequista en Palermo despertó otro escándalo por la auditoría de la Santa Sede que reveló anomalías en operaciones inmobiliarias de la Diócesis de Buenos Aires.
Cuestión de fe
La educación de los futuros sacerdotes no se acota en los seminarios de las diócesis. La vida religiosa también atañe a las monjas, los noviciados o aquellos que siguen el camino de las órdenes que pueden culminar en ser curas; o bien llegar a ser hermanos laicos que profesan los mismos votos de pobreza, castidad y obediencia, sin necesidad de convertirse en sacerdotes. La cantidad de estos aspirantes es más compleja de enumerar y la centraliza el Vaticano, ya que muchas de estas órdenes “tuvieron su proceso de crisis, como el nuestro actual -puntualiza Larrosa-, hace 20 años”. Así, debieron reconfigurar sus sedes reagrupándose internacionalmente en distintos lugares del planeta.
De manera didáctica, Fortunato Mallimacci, Doctor en Sociología y docente de la UBA, explica que la Iglesia Católica perdura en el largo plazo «porque tiene una estructura jerarquizada de parroquias y al mismo tiempo ha dejado, desde el Siglo III y IV en adelante, que haya otras experiencias por afuera, más intensas, como los monjes primero y las órdenes religiosas después”. El especialista en catolicismo y otras religiones añade que “este mundo de las órdenes tiene su propia lógica. Y suman siempre sus votos de castidad y pobreza, al de obediencia al Papa, que se mantiene al interior de esa institución, como una manera de pertenecer”. Esta postura se adopta luego de que la Iglesia Ortodoxa se escindiera y surgieran otras vertientes como los valdenses -declarados herejes- o el luteranismo.
Más acá en el tiempo, tanto en Argentina como en Latinoamérica, en la década del ’60 y ’70 avanzó un grupo de obispos y curas que no se conformaron con ser meros administradores de sus parroquias y “bajaron” al territorio. “Ellos piensan en la institución, pero más les importa la religiosidad católica –advierte Mallimacci–. Si lo llevamos a la educación, la institución se pregunta ¿para qué estamos? ¿para educar a los ricos? ¿Jesús está ahí o en las mayorías populares?”. Así se extendió una red de curas villeros. En CABA actualmente son 24 sobre unos 700 que existen en total.
Como contrapunto, por estos días retoman fuerzas ciertas órdenes religiosas de improntas reaccionarias. “Los que se encantan con estas ideas son aquellos que llaman a pelear contra el LGTB, la diversidad, contra los supuestos males del mundo moderno. Hoy hay vocaciones que crecen en grupos, órdenes religiosas cada vez más conservadoras y tenés ahí cada vez más proporción de sacerdotes que creen que su identidad católica es aquella que va a salvar al mundo de la maldad, de la modernidad, del socialismo, del comunismo, de los que destruyen las familias”. La imagen hacia la sociedad de una institución que parece vetusta con normas de antaño como el celibato juega en contra para las nuevas generaciones.
En paralelo, las iglesias evangelistas aprovechan para expandirse en las barriadas. Al respecto, Larrosa grafica: “hace 20 años yo iba a un barrio humilde y todos sabían que era cura. Me decían padre. Hoy voy y muchos me dicen pastor”. Y acora: «los católicos hemos, de alguna manera, como canonizado a los pobres. Sin querer. Porque los pobres vienen a nuestra comunidad a buscar ropa, alimento y asistencia integral. Pero la fe, aprender de religión, poner de su aporte personal, eso lo encuentran en el culto evangélico. Si vos tenés una religión, te piden que la practiques. Nosotros hemos tenido una mirada muy amorosa, pero más bien asistencial”.
Quiénes son los que deciden hoy ser sacerdotes
La última Encuesta Nacional de Seminaristas de la Organización de Seminarios de la Argentina (OSAR) llevada adelante en abril de este año arrojó importantes datos sobre quiénes serán los próximos curas y por qué decidieron entregar su vida a la religión.
Se estableció que en promedio cada uno de los aspirantes a sacerdote tardó unos cuatro años en convencerse de su vocación. Si bien la edad media de los seminaristas es de 27 años, la mayoría ingresó a los 23. También hay diferencias por regiones. El 37% proviene de la provincia de Buenos Aires, seguido por el 17% de el Litoral, el 13,9 del NOA, el 12,9 de Cuyo, el 8,5% del NOA, el 7,5% del Centro, y el 3,1% restante de la Patagonia.
Además, el 28,5% no trabajó previamente. El 19,5% contaba con estudios superiores completos, como profesorados y las licenciaturas en humanidades y Ciencias Sociales, seguido de los ingenieros. Si bien el 52,4% de los seminaristas se identificó de clase media, “si tomamos en conjunto clase baja-media baja y clase alta-media alta, podemos ver una composición donde hay más seminaristas que provienen de sectores bajos (32,8%) que altos (14%)”, se puntualiza.
La mayoría de los estudiantes considera que influyó en su decisión final el ejemplo de vida y alegría de los sacerdotes de su entorno. Ante la pregunta ‘¿Cómo creés que la Iglesia debe enfrentar los temas sociales (si es que corresponde que haga algo)?’ se destacó primera la propuesta de esperanza y de acción concreta frente a los desafíos sociales, y luego promover la solidaridad basada en los valores del Evangelio.
Institución religiosa y tecnofeudos
“Francisco es disruptivo. No quiere mucho transformar las cosas, pero al mismo tiempo se da cuenta de que tiene que tener una lectura más global, fraternal, universal; porque si no, esa institución se queda simplemente al servicio de los tecnofeudales”, analiza Fortunato Mallimaci, quien advierte que por esa razón el Papa “va a ver a los ayatollahs, a los imanes o se junta con el patriarcado de Moscú, con todos los problemas internos que eso le produce”.
El tecnofeudalismo es “la idea de que las grandes corporaciones, al mando de multimillonarios, se han convertido en grandes empresas, en señores feudales, que ya no respetan a nadie, y su gran enemigo es el Estado. Y tienen la capacidad por ellas mismas de tomar decisiones, pero a niveles que no habíamos llegado en la historia del capitalismo”.
“Esto es aceptado por los siervos -concluye Mallimaci-. Las grandes poblaciones sin trabajo, con dificultades, frustradas de las experiencias democráticas de A, B y C, se les presentan como que van a ser los salvadores, las fuerzas del cielo, que tiene una impronta mística, mesiánica, muy fuerte, porque enseguida te lleva a la gente de bien y a la gente de mal. Ahí lo religioso es fundamental, no necesariamente desde la doctrina, sino en sus concepciones: los elegidos, los que tienen que dar la vida, los que tienen que denunciar y después van a buscar a los que hay que demonizar, a los que hay que mandar al infierno”. En un contexto con un oficialismo antiEstado, protecnofeudos y con una visión mesiánica, la Iglesia intenta ubicar su rol en la sociedad.