Ubicado en la Avenida de Mayo al 1300, sus creadores lo vistieron de alusiones a la masonería y la Divina comedia de Dante. Fue el más alto de América Latina y tiene un faro que iluminaba hasta Uruguay.
Entre el trajín acelerado de la cotidianidad porteña, la mirada puesta en el teléfono celular, los pasos zigzagueantes como pinceladas del paisaje urbano de este siglo, basta observar hacia arriba y sorprenderse con la arquitectura ecléctica de Buenos Aires que va desde el neoclásico recargado de detalles y esculturas hasta el brutalismo más pulcro y minimalista. Y ahí, entre la marea de joyas arquitectónicas, aparece el Palacio Barolo.
Veintidós pisos, 100 metros de altura y coronado con una espectacular torre que emula a un templo hindú con un faro en su punto máximo. En sus entrañas de mármol y ornamentaciones reposan misterios que vinculan a logias masónicas con cientos de referencias hacia la Divina comedia de Dante Alighieri, aparente inspiración de sus creadores. Este coloso de hormigón armado, declarado Monumento Histórico Nacional en 1997 supo ser el punto más elevado de América Latina hasta que lo desplazó el Kavanagh.
Se fundó el 7 de julio de 1923. Ese día nacía un edificio pensado para rentas. Su vida, por potencial artístico y simbólico, iría mucho más allá.
Todo empezó con otro centenario, el de la Revolución de Mayo en 1910. Allí se cruzaron dos italianos: el empresario agropecuario devenido en textil Luis Barolo —instalado en la Argentina ya hacía dos décadas, pionero en traer máquinas para el hilado de algodón y exitoso importador de tejidos— y el arquitecto Mario Palanti, un estudiante de pintura en la Academia de Brera, graduado del Politécnico de Milán, que había llegado al país tan sólo un año antes. El choque del destino se dio en 1919. Ahí nació el proyecto Barolo.
Leyendas, artículos periodísticos y los propios guías que realizan el tour guiado vinculan la génesis de semejante emprendimiento a dos factores puntuales: la vinculación de ambos creadores con la masonería —aparentemente integraban la logia Fede Santa— y la fascinación de Barolo por la Divina comedia.
Cuentan que Barolo temía por la destrucción de Europa ante el clima beligerante tras la Primera Guerra Mundial y su verdadera intención habría sido la creación de un Danteum, suerte de mausoleo para albergar las cenizas del Dante que corrían peligro de desaparecer en medio del colapso del Viejo Continente.
En un terreno de 1365 m2, con 30 metros de frente en la Avenida de Mayo al 1300, se emplazó el Barolo. Al otro extremo se ubica una segunda entrada, sobre Hipólito Yrigoyen 1373. Su construcción demoró unos cuatro años. No fue para nada sencilla: el tamaño proyectado superaba casi cuatro veces la altura máxima permitida para la época. Debieron pedir un permiso especial, otorgado por el intendente de 1921, Luis Cantilo.
El edificio, de estilo ecléctico, se compuso de hormigón armado, un material poco utilizado a comienzos del siglo XX, lo que ya lo convertía en un proyecto pionero. Todo lo utilizado —herrajes, vitrales y revestimientos de mármol de Carrara— fue traído desde Italia.
Consta de 24 plantas (22 pisos y 2 subsuelos) lo que da una superficie total de 16.630 m2. La torre tiene una forma muy similar al templo hindú Rajarani Bhubaneshvar construido en el siglo XI. Una usina propia lo autoabastecía en energía. «En la década del ’20 –resaltan actualmente desde el Barolo–, esto lo convertiría en lo que hoy denominaríamos ‘edificio inteligente‘».
En la cúspide se encuentra un faro giratorio de 300.000 bujías que podía verse desde Uruguay, con una lógica de espejos. En ese país, el arquitecto Palanti construiría entre 1922 y 1928 un émulo del Barolo: el Palacio Salvo.
Otro atractivo del edificio, discutido por varios académicos —muchos reunidos en el documental El rascacielos latino de Sebastián Schindel— es la cantidad de referencias a la obra más famosa del Dante. Desde la división del edificio en tres partes que remiten a los tres momentos del viaje por el Infierno, el Purgatorio y el Cielo hasta los cien metros de altura, número de cantos del poema; 22 son los pisos y también son 22 las estrofas de los versos de este poema épico. Las nueve bóvedas de acceso representan los nueve pasos de iniciación y nueve círculos del infierno. Las bóvedas contienen inscripciones en latín, con 14 citas que pertenecen a nueve obras distintas
Además, el faro representaba los nueve coros angelicales. Una vez al año se alinea sobre él la constelación de la Cruz del Sur, un guiño a la ascensión de las almas. Y también yace una misteriosa escultura realizada por Palanti que fue robada, desaparecida misteriosamente y recuperada gracias a la labor de la Fundación Los Amigos del Palacio Barolo, entidad clave encargada de custodiar el patrimonio de este edificio histórico.
Según Carlos Hilger, arquitecto estudioso de la relación entre el Barolo y el poema italiano, «la obra de Palanti se centró en desarrollar una Obra Marial y para ello proyectó un templo donde se unen cielo y tierra, bajo la Cruz del Sur, en una ciudad con nombre mariano: Santa María del Buen Ayre, hoy Buenos Aires».
Junto con estas referencias astrológicas y literarias, conviven guiños hacia la masonería. Se ve la forma del damero de ajedrez, algo que representa la dualidad entre la luz y la oscuridad. En los elevadores sobresale la letra A decorada con el compás, símbolo de los aprendices; y la escuadra, que remite a los maestros.
También abunda la flor de lis, mientras que en el primer piso resalta una serie de lúgubres gárgolas. La proporción áurea y el número de oro, reglas consideradas sagradas, se habrían empleado en la creación del palacio. Quienes lo administran hablan de «arquitectura esotérica». En la primera época se lo llamó estilo «remordimiento italiano».
El edificio contiene dos montacargas y nueve ascensores, dos de los cuales estaban ocultos. Según los relatos, estaban destinados a Luis Barolo, para que pudiese evitar el contacto con los inquilinos mientras trabajaba en aquella sección del Palacio. Pero jamás llegaron a cumplir su destino: Luis Barolo falleció a los 52 años, meses antes de la inauguración. Nunca llegó a ver su gran sueño terminado.
Actualmente no permiten que sea utilizado para viviendas. Allí tienen sus oficinas contadores, arquitectos, consultoras, informáticos. De estilo art nouveau, con detalles del gótico y el neorromántico, el Barolo se convirtió en uno de los atractivos turísticos de la ciudad: recibe a más de 3000 visitantes por mes. Quienes lo recorren sostienen que a medida que se avanza, sus escaleras de mármol y sus sofisticados ornamentos parecieran estar aún deseosos de revelar nuevos secretos.
Los misterios que rodean al Palacio no tienen fin. Uno de los más recientes se relaciona a una escultura hecha por el mismo arquitecto del edificio, Mario Palanti. Se creía perdida y fue recuperada gracias a la labor de la Fundación que lleva adelante el resguardo del lugar. Se trata de «La ascensión», compuesta por un águila con las alas abiertas que carga sobre sus hombros a un hombre moribundo. Pero fue dañada: creían que algún secreto se albergaba en su interior. La trajeron directamente desde Italia con destino a Buenos Aires pero se perdió cuando la desviaron al puerto de Mar del Plata.
En 2010 se colocó una réplica creada por Amelia Jorio, hija de Carlos Jorio, uno de los primeros inquilinos del Barolo y bisabuelo de los hermanos Tomás y Miqueas Thärigen, quienes hoy son los responsables de la Fundación Los Amigos del Palacio Barolo que se encargan de gestionarlo.
El hallazgo se dio gracias a un arquitecto que documentaba viviendas en Mar del Plata y detectó una parte original de esta pieza en el jardín de una casa ubicada en Güemes y Falucho. En 2021 fue adquirida por los hermanos Thärigen y hoy se exhibe en el Barolo. «Cuando la vi fue como sentir que era la última pieza de un rompecabezas. Fue una sensación de liberación muy grande. Lamentablemente falta la pieza superior, que es la que tiene la figura que supuestamente es del Dante. Pero nos pone muy feliz que finalmente llegue al Barolo, después de más de 100 años», reveló Tomás. ¿La escultura es un homenaje al Dante o al soldado desconocido de la Primera Guerra? ¿Guardaba algún secreto en su interior? Palanti se llevó para siempre la respuesta a estos enigmas.
Recorridos que hacen foco en lo arquitectónico, los vínculos con la Divina comedia y la masonería, vistas panorámicas únicas de la Ciudad, museos y hasta coctelería son algunas de las opciones que provee el Palacio Barolo para aquellos interesados en su patrimonio cultural. Organizado por Palacio Barolo Tours, se ofrecen visitas guiadas durante todo el año. Los paseos diurnos se realizan de lunes a sábados de 15 a 18 horas y tienen una duración aproximada de 90 minutos. Hay partes que requieren ascenso a pie. El esfuerzo de subir varios pisos vale la pena al observar los imponentes miradores, que brindan una vista panorámica única a 100 metros de altura.
También se ofrecen visitas nocturnas, que finalizan con una copa de vino de cortesía en una oficina museo que conserva la estética de los años ’20, y otra especial sobre Dante los domingos. En la terraza se ofrecen tragos y gastronomía de inspiración italiana emplazada en un entorno arquitectónico cautivante. Se puede ver en reservas.palaciobarolotours.com.ar.
La Fundación Los Amigos del Palacio Barolo desarrollará una serie de actividades artísticas y culturales el próximo viernes 7 de julio en la planta baja. Ese día el edificio cumplirá sus exactos cien años de vida. La proyección de un video en homenaje al Palacio abrirá la jornada a las 19 horas, que tendrá un cierre musical.
Pianista de reconocimiento internacional y presidenta de la Fundación Chopiniana Argentina, Martha Noguera será el principal atractivo al interpretar obras de Federico Chopin. La entrada será libre y gratuita, pero habrá que ir con tiempo, porque tendrá cupos limitados por orden de llegada.
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