La investigadora, especialista en política y tecnología, se refiere a la demanda de Cristina contra Google, sostiene que lo que está en discusión es el funcionamiento de las plataformas, y aboga por una política nacional que valore la conectividad para reducir la brecha digital.
–¿Qué opinás de las últimas novedades judiciales?
–A veces pensamos que es muy complicado lidiar con estas empresas. Ellas se encargan muy bien de generarnos la idea de que nos exceden, de que su funcionamiento está producido por arte de magia, de que están en una nube, cuando en realidad están en cables debajo de nuestros pies; de que sus algoritmos son fórmulas secretas como la Coca Cola. Pero no es así. Tenemos que llevarlas a un plano más terrenal, y decir: podemos presentar una demanda contra Google, o cualquier otra similar, y de hecho tenemos derechos contra ellas. En la Argentina hay una Ley de Protección de Datos Personales. Que para pagar menos impuestos tengan sedes en Irlanda u Holanda hace que a veces sean complicados los mecanismos para presentar demandas, pero no significa que en nuestros países no podamos ejercer soberanía ni que carezcamos de derechos. Debemos saber que, además de usuarios de tecnología, somos ciudadanos.
–¿Es difícil ejercer esa ciudadanía digital?
–Al contrario. La Unión Europea sancionó en 2018 un nuevo reglamento de protección de datos que dice, entre otras cosas, que las personas deben conocer, y pueden reclamar saber, cómo operan las fórmulas algorítmicas que toman decisiones sobre sus vidas. Que haya un derecho a la explicación, es nuevo. También en parte porque las decisiones son cada vez más automatizadas. Ante la automatización del mundo, necesitamos nuevos derechos. Y poder tomar decisiones soberanas. Las grandes plataformas tienen una política de la autorregulación. Cuando hay un problema (mucho discurso de odio o cuentas falsas), ellas mismas ponen las reglas para que eso no pase más, pero a veces eso implica tomar decisiones subjetivas. Me parece interesante pensar cuán democráticamente consensuadas están las reglas de las plataformas privadas en las cuales se construye el discurso público. Por ejemplo, hoy las tetas de las mujeres dando de mamar o los cuerpos disidentes suelen ser censurados. ¿Van a seguir estas plataformas tomando total decisión sobre los discursos que circulan en estos ecosistemas, los cuales además deben respetar derechos internacionales? En este contexto es que Cristina hace su planteo, que cae en un momento muy distinto a si se hubiera hecho hace cinco años, cuando la discusión estaba en otro punto. Las grandes plataformas tecnológicas fueron concentrándose económicamente y convirtiéndose en actores a nivel global, cuyos dueños son los más ricos del mundo. Entonces, también son factores de gran desigualdad en el mundo. Eso hace que hoy no sean por lo menos unívocamente miradas con los mismos ojos que antes. La idea de que Facebook era hermoso ya no es la misma. Por otro lado, al haber pasado más tiempo en esas plataformas, enfrentamos subjetivamente algunas de sus contradicciones. Hemos sido atacados, vimos que emocionalmente nos afectan, vivimos campañas políticas con redes sociales activadas, y entonces sabemos mejor cómo funcionan. Y es cierto que en las redes no estamos para informarnos sino por razones emocionales, pero pasamos un período de aprendizaje de estar en ellas, y entonces sabemos algo: la no neutralidad de las tecnologías. No es lo mismo presentar hoy una demanda a alguna de estas plataformas. El planteo actual es el de su responsabilidad como intermediarias. No pueden desprenderse de sus responsabilidades respecto de la programación de los algoritmos. Hoy lo que pide Cristina es que Google le «muestre la fórmula», que cuente cómo rodean la información, que no le alcanza con que Google le diga que tiene reglas para organizar la información, le corre el foco, le está diciendo: «Perfecto, pero quiero que me digas más». Hoy, la fórmula, el algoritmo, ya es un tema de discusión en el mundo. Si afecta alguno de los derechos humanos, hay algún derecho a la explicación.
–¿Cómo viste la exposición de las empresas ante el Congreso estadounidense?
–Estas audiencias mostraron que EE UU no tiene un rumbo respecto de sus políticas tecnológicas. Entonces, sienta a estas figuras en un banquillo y les hace creer que están haciendo algo, pero en realidad les falta una política tecnológica, porque pierden con China la hegemonía en términos de innovación y 5G, y Europa les está ganando en cuanto a regulación de derechos en tecnología. La pregunta posterior a esas audiencias es: ¿y qué hacemos con eso el día de mañana? Esa es la pregunta también para la Argentina. En este contexto en el que China avanza y EE UU pierde el rumbo, ¿qué lugar nos queda como país respecto a la política tecnológica?
–¿Y qué lugar nos queda?
–Pensar no «la» tecnología, sino qué tecnologías y para qué, teniendo en cuenta el perfil productivo que desea tener el país, y la necesidad de reducir desigualdades. Lo primero es recuperar el plan Conectar Igualdad, es lo básico. No podemos pensar ninguna política tecnológica sin recuperar ese programa y los planes de conectividad, porque con medio país desconectado, puede haber política tecnológica pero siempre será desigual. Y después, pensar en distintas tecnologías: retomar un plan satelital, Internet en zonas rurales, pensar dónde tenemos fortalezas tecnológicas, dónde necesitamos conexión, para quién. Así se piensa una política tecnológica.
–¿Cómo repercuten en nuestra relación con la tecnología estos meses de cuarentena?
–Lo que hicieron es dejar ver, como un papel de calcar: expuesta, adelante. Si antes sabíamos que había grandes partes y sectores del territorio argentino desconectados, o que no podía ser que discontinuáramos Conectar Igualdad, en esta cuarentena todo eso se hizo evidente. No podemos seguir diciendo que los trabajadores de las plataformas son esenciales y no garantizarles derechos laborales, que estén con tecnología del siglo XXI y derechos del siglo XIX. No podemos pensar una salud en términos de telemedicina sin hacerla compatible con derechos de privacidad. Al haber trasladado muchas actividades básicas de la vida a una manera remota, esta es una buena oportunidad para pensar qué es lo importante. «
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