Defensor de los derechos humanos y la educación pública, falleció este domingo a los 75 años. Detenido y torturado por los militares, logró exiliarse gracias al obispo Jaime de Nevares. A su regreso fue maestro de una comunidad mapuche.
Recibido de bachiller y maestro, en el ’69 debió partir para la colimba en Junín de los Andes, donde trabó amistad con el escritor Guillermo Saccomanno. Durante el gobierno de Héctor Cámpora, Balbo estuvo a cargo de la coordinación de la Campaña de Reactivación Educativa del Adulto para la Reconstrucción (CREAR). En 1976 se desempeñaba como secretario parlamentario de la diputada justicialista René Chávez. La mañana del 24 de marzo fue secuestrado por una patota comandada por el exagente de inteligencia del Batallón 601, Raúl Guglielminetti. Nano había viajado para alertar a los compañeros comprometidos que los secuestros eran inminentes.
Su calvario empezó en una dependencia policial. Golpes, tortura, submarino seco. Lo picanearon en las encías, la garganta, los oídos. Debieron aflojar porque Nano se desmayó. Tras esa primera sesión de tortura, el maestro comprendió que para sobrevivir, su cuerpo debía aguantarlo todo. Fue encarcelado en la Unidad 9 de Neuquén y luego trasladado al penal de Rawson, donde se agudizó el terror.
“Todavía no terminamos con vos”, le decían. Pasó días sin comer ni beber. Soportó un mes inacabable en uno de los “chanchos”, calabozos de castigo con el suelo inundado. Creyó enloquecer. Gracias a la incansable ayuda del obispo Jaime de Nevares, en 1978 Nano logró exiliarse en Roma y trabajó en una imprenta del Pontificio. Vivió en la península hasta el fin de la dictadura.
Pero las torturas no fueron gratis. Lo dejaron sordo. «Si hay música, no escucho nada. Pero si la música que están pasando la conozco de antes, se produce un fenómeno en mi cerebro: la memoria auditiva llena los espacios que yo no escucho», explicó a Tiempo en una entrevista años atrás.
Cuando pudo regresar de su forzado exilio, se encontró con una realidad que lo golpeó como cachetada: sus amigos lo invitaban a olvidar el horror padecido. Se sintió más extranjero que estando en Italia. Tuvo la necesidad imperiosa de cuestionar, interpelar y dar testimonio para evitar que se instalara el olvido, lo que él llamaba el proceso de “desexiliarse”.
Cuando vio por televisión que Guglielminetti cuidaba las espaldas del (ex) presidente Alfonsín, pensó de inmediato en volver a Europa. De Nevares volvió a tenderle una mano y Nano terminó por instalarse en Millain Currical, en el paraje Huncal, lejano territorio patagónico, con el objetivo de alfabetizar una comunidad mapuche.
Así lo recordaba: «En la comunidad empecé a aprender más de lo que enseñaba. Descubrí que había un pueblo, que había una organización, que hablaban su lengua porque era el vehículo de su cultura. Entonces, el reconocer en el otro un interlocutor me hizo cambiar a mí».
Y agregaba, en un mensaje que podría ser leído con toda la actualidad: «Tienen la mala suerte de llevar una relación muy particular con el territorio, que no es de mercancía. En ese territorio que defienden, y que no van a entregar así como así, aparecen las multinacionales, las petroleras y todo ese desarrollo que nos promete que si saqueamos la tierra, vamos a vivir mejor. ¡Si saqueamos la tierra, no vamos a vivir! Esa es la gran respuesta que dan ellos y que yo comparto».
«No es lícito olvidar, no es lícito callar. Si nosotros callamos, ¿Quién hablará?» (Primo Levi)
En 2014, Nano Balbo visitó a Chicha Mariani, una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo. En la cálida reunión que mantuvieron durante horas, por primera y única vez, Nano y la ex presidenta de la Asociación rememoraron sus vidas truncadas por el Terrorismo de Estado. Con cierto pudor, Nano se había acercado a Chicha días antes, durante un acto, y le prometió visitarla para contarle la emotiva experiencia vivida durante su exilio junto a su marido en Italia.
Enrico Mariani, director de orquesta, estuvo a cargo de un histórico concierto organizado por familiares de italianos desaparecidos con el patrocinio de la junta capitolina. Fue en julio del 83, cuando Nano residía en el Vaticano.
“Todo surgió por una idea de Fernando Birri (cineasta, director y actor, considerado uno de los padres del nuevo cine latinoamericano). Debe haber sido un 9 de julio porque recuerdo que era verano. El Campidoglio, una plaza diseñada por Miguel Ángel tiene una acústica muy particular. No sabíamos si los músicos querrían tocar ahí, se arriesgaban a sonar mal. Enrico habló con ellos», contó Nano.
«Era un tipo optimista, siempre con alguna humorada, tengo un muy buen recuerdo suyo. Un funcionario de la ópera de Roma aceptó el traslado de la orquesta y los instrumentos. Era una locura pensar en organizar semejante movida en una semana. Tomábamos un café y pensamos: ¿Y si no viene nadie? No importa, dijo su marido, yo toco para ustedes, para los que están acá, para los exiliados”, concluyó.
“Pepe era un hacedor, me contó alguna vez del concierto pero sin entrar en detalles, todo esto lo estoy sabiendo ahora por usted», le agradeció en esa oportunidad la abuela Chicha.
En 2012 Nano fue testigo clave en el juicio “La Escuelita” iniciado en Neuquén, sentencia que condenó entre otros represores, a Raúl Antonio Guglielminetti, por crímenes de lesa humanidad. “Comprender es imposible, conocer es necesario” fue la frase del escritor Primo Levi que Balbo tomó como suya en su declaración.
Balbo apostaba a los movimientos populares, a los espacios de intercambio colectivos. «Yo creo que siempre van surgiendo alternativas –explicaba–. Nuestro pueblo es muy buscador y cuando las instituciones no les dan respuestas el pueblo las construye por afuera de ellas. Hay una serie de movimientos informales, de economías informales donde se está construyendo otra manera de relacionarnos, buscando la soberanía alimentaria, la salud ambiental, buscando formas no tan agresivas de vivir en este mundo. Creo que desde allí es donde se está creando este nuevo relato contra hegemónico. La nueva sociedad, la nueva cultura se está generando por afuera de las instituciones, como interpelación a esas instituciones».
“Que me hayan dejado sordo no quiere decir que me calle», dice Nano desde las páginas de Un maestro, historia de lucha, una lección de vida, el libro de Guillermo Saccomanno, (premio Rodolfo Walsh a la Mejor Novela Testimonial, Guijón) que retrata la vida del luchador neuquino. Acaso porque, como parafraseaba Nano al sobreviviente Levi, las conciencias pueden volver a oscurecerse. Incluso la nuestra. Su legado perdurará, como mantra, por la memoria, contra el olvido.
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Un grande, un tipo sencillo, amable, dispuesto, comprometido con las causas justas de la Educación y de la causa del Pueblo Mapuche. Recuerdo cuando me lo crucé un 24 de marzo en la marcha en Neuquén y charlamos un ratito y nos sacamos una foto que atesoro.