Hace seis años, la vida de Michelle y la de sus hijos cambió para siempre: descubrió que su pareja abusaba de ellos, lo denunció, pero la justicia francesa le dio la espalda. Vino a la Argentina en busca de una protección que no halló. Por el contrario, hoy enfrenta una causa por “secuestro”. Su historia, dramática, no se explica sin un sistema patriarcal, racista y clasista, que persigue a Michelle Youayou por mujer, pobre, migrante y negra.
“En 2014 empecé a luchar por mis hijos”, relata Michelle a Tiempo, sentada en una ronda de la que participa un grupo de mujeres organizadas en distintas redes que la conocieron hace unos meses y la acompañan en su lucha por la restitución de sus hijos. “Si no fuese por ellas, yo ya estaría muerta”, dice, y se dirige a Sara Carina Barni, presidenta de Red Viva; la abogada Marcela Arenas; y Florencia Dupont y Mercedes Noriega, militantes del Frente de Mujeres del Movimiento Evita.
Tiene 40 años, nació en Costa de Marfil y a los diez años emigró a Francia, donde formó pareja y tuvo dos hijos. En 2014, Mathyss, su hijo mayor, entonces de cinco años, le contó con sus palabras cómo su papá abusaba de él. Lo llevó a un médico para que lo revisara, y después, a la policía para radicar la denuncia. “Señora, tenemos que investigar, ahora no se puede hacer nada. Si no quiere quedarse en la casa, llame al 911”, le respondieron sin darle ninguna constancia.
Fue el primer portazo institucional de los múltiples que recibió a lo largo de estos seis años. Por la noche llamó al servicio social, tomó algunas cosas y se marchó tres días a la casa de una amiga.
Didier Tabouillot –ingeniero, 57 años, padre de sus hijos– detenta un prontuario como abusador: su anterior esposa y madre de dos hijas en común también lo había denunciado por pedofilia. A diferencia de Michelle, Tabouillot es un hombre próspero y blanco, dato no menor en un mundo donde el racismo goza de buena salud. Tras la primera denuncia, la hostigó sistemáticamente. “Entraba a mi casa, me decía que estaba loca, que imaginaba todo, y se llevaba a los nenes”. Michelle cuenta que llegó un punto en el que dudó realmente de su cordura, no sólo por la manipulación de Tabouillot , sino por el destrato de la policía: “A él lo escuchaban. Yo era la negra, la rebelde, la bipolar”, relata.
A pesar del relato del niño, la Justicia determinó que no “había muchos elementos”. La causa se cerró por insustancial y otorgaron la tenencia compartida. La desesperación de Michelle crecía por los relatos de su hijo mayor, que le contaba los “juegos de bañera” que hacía su padre con él y ahora con su hermano menor. Dos veces más volvió a la policía, donde llegaron a decirle que podía perder la tenencia de los chicos. Al final tomaron su denuncia cuando se acercó a una asociación especializada en violencia de género. Y en abril de 2015 hubo un juicio.
Dice que se sintió confundida y manipulada por el juez. “No me defendí, tenía vergüenza, y acepté la guarda compartida. No comprendía lo que estaba pasando, para mí era una forma de estar cerca de ellos”, se quiebra en llanto.
En el tribunal le dijeron “que todo pasaba por mi cabeza”, dice Michelle. A los hijos nunca los escucharon. Y con el temor de que el abusador obtuviera la tutela completa de sus hijos, Michelle recordó entonces la recomendación que le había dado su antigua abogada: que se fuera a Canadá o la Argentina para protegerlos, antes de la sentencia. Pensó un instante y eligió la Argentina.
Vendió sus cosas, compró los pasajes, tomó los pasaportes de sus hijos y el 9 de mayo de 2016 llegó sin saber ni una palabra en español. Días después, fue a un locutorio a revisar el correo y se encontró con la sentencia: los chicos debían volver con su padre.
La justicia argentina también dictó una sentencia favorable al padre y ordena la restitución internacional de los chicos, porque para la jueza las pruebas “no eran suficientes”. Michelle apeló, pero la Corte volvió a fallar en su contra.
“Michelle ha tenido que buscar pruebas de los abusos, investigar lo que la justicia no investigó. O sea que hubo un prejuzgamiento en cuanto a Michelle”, asegura Sara Barni, presidenta de Red Viva.
En septiembre de 2018, Michelle Yoauyou debía regresar a Francia con sus hijos. Para protegerlos, esquivó la orden judicial y se quedó en Buenos Aires. Finalmente, el 31 de mayo de 2019, la Policía dio con ella en Parque Lezama, la detuvo frente a los niños y la encarceló durante 15 días en el penal de Ezeiza por el delito de “desobediencia”. Fue la última vez que los vio. Ahora están en Francia con Didier Tabouillot.
“Todo lo que hice fue para protegerlos”, repite a lo largo de las tres horas que habla con Tiempo.
La juzgaron en Francia y la vuelven a juzgar aquí. Hoy, indocumentada, corre el riesgo de ser detenida y enfrentar otro juicio en su contra. «
Ignorada en Francia, perseguida en Argentina
Tabouillot denunció a Michelle ante la Justicia argentina por secuestro. «¿Se puede acaso secuestrar a sus propios hijos?», pregunta a modo de reflexión Marcela Arenas, abogada asesora de la Red Vida, que cuestiona el accionar de su colega, Fabiana Quaini, quien se desempeñó como defensora del acusado de pedofilia. «Usó una figura de secuestro para acusar a Michelle, pero esa figura no existe. No hay secuestro porque se contrapone la sustracción con el secuestro. Incluso publicó la foto de los niños en un blog. Tanto en Francia como en la Argentina, las autoridades la abandonaron. Ambos países violan la Convención de la Haya, que tiene que proteger los derechos de la infancia», explica Arenas. Quaini es conocida por litigar en causas vinculadas a la restitución internacional de niños. En su blog estigmatiza a Michelle y la llama «abusadora».
Campaña por la absolución
La red de mujeres que la acompañan a Michelle lanzaron una campaña para pedir su absolución y la restitución de sus hijos. La historia de Michelle y la de sus hijos no se explica sin la existencia de un sistema patriarcal y la cofradía en la justicia, como rector de todo el encadenamiento de sucesos que violaron sus derechos y los de sus hijos. Michelle exige volver con sus hijos.