“La más sencilla observación muestra que en todos los contrastes notables que se manifiestan en el destino y en la situación de dos hombres, tanto en lo que se refiere a su salud y a su situación económica o social como en cualquier otro respecto, y por evidente que sea el motivo puramente “accidental” de la diferencia, el que está mejor situado siente la urgente necesidad de considerar como “legítima” su posición privilegiada, de considerar su propia situación como resultado de un “mérito” y la ajena como producto de una “culpa”. Max Weber, Economía y Sociedad
Hace ya algunas décadas la opinión pública tiene un ojo muy crítico a la hora de juzgar el desempeño docente, el espacio aúlico y/o institucional. Frente a estas inquietudes que se despiertan a nivel social, es necesario contemplar todos los ingredientes que se conjugan en su espacio y revisitarlos para poder constructivamente no solo intervenir sino también actuar apropiadamente para entender el porqué de la conflictividad social, las situaciones de violencia, la desigualdad de posiciones y oportunidades.
En esta última relación hablamos de igualdad o desigualdad de oportunidades. Los cuestionamientos serían: es posible reducir las inequidades reinantes en las sociedades capitalistas, es ambicioso creer que desde la educación se pueden cambiar realidades, y tantos antagonismos preponderantes que definen la estructura social, qué se puede hacer al respecto para destrabar de una vez por todas la movilidad social ascenderte que cualquier ciudadano sea cual fuere su origen para que este pueda acceder y ascender.
La Meritocracia
Qué importancia tiene etimológicamente un término tan condescendiente en sociedades capitalistas que pujan con una fuerza implacable para alcanzar objetivos deseables en un mercado tan competitivo. Su connotación está teñida de valores agregados que aumentan la estima, la excelencia, una plusvalía de valor para todos. Sin embargo representa una gran paradoja a la hora de reflexionar sobre la igualdad y acción individual para alcanzar el éxito e ir ascendiendo socialmente.
Para bien o para mal, el término meritocracia viene sonando fuertemente en diferentes medios de comunicación, el cual tiene un fuerte anclaje histórico que con el nacimiento del capitalismo trajo aparejado, una fuerte segregación clasista que aumentó la desigualdad en diferentes latitudes y promovió un crecimiento individual, por qué no egoísta, que actualmente requiere de un debate político y otro pedagógico que conciernen un análisis profundo para alcanzar la igualdad en sociedades democráticas.
Talento es sinónimo de mérito y el mérito justifica el valor a los exámenes, la escala de inteligencias o diferentes talentos y aptitudes individualistas y que lamentablemente justifican la estructura desigual de las oportunidades sociales.
La sociedad exige tácitamente un esfuerzo aislado a los que menos tienen en vez de suplir con lo necesario y garantizar la equidad a sus accesos y así pudiéndoles permitir alcanzar el éxito.
Sucesivamente a lo largo de la historia, diferentes eufemismos han ido impregnando nuestros pensamientos haciéndonos creer que se trata de un esfuerzo individual, una apelación al inconsciente colectivo que enaltece la recompensa de los favorecidos y trata con desdén a los “fracasados”.
Sin embargo, es importante reconocer el rol que cumple el Estado y la conjugación de sus políticas que junto con instituciones y actores intervinientes pueden marcar o disminuir la grieta en lo que se refiere a desigualdad en posesiones, status, riqueza material y/o cultural. Así, el sistema es el responsable de canalizar por diferentes vías no inocuas, las realidades para con sus ciudadanos, legitimando y anteponiendo, en la mayoría de las situaciones al mérito como noción de merecimiento, endógeno, déspota y dilucidando su exclusión formalizada de sus sistemas causalmente en escuelas, fábricas y otras instituciones.
Este análisis, en un amplio sentido, nos adentra en una formulación contingente de ganadores o perdedores, cuya postura moderna y liberal no hace más que señalar un uso estandarizado de un sistema que ha convenido y funcionado hace casi doscientos años. Desde diversas perspectivas, cabe subrayar el fracaso de la meritocracia como mecanismo de artilugio e injusto en la asignación de roles y status que solo legitima la desigualdad.