La implementación del protocolo, a cargo de la dirección de cada escuela, choca con la realidad edilicia: poco espacio y deficiente ventilación. Habrá grupos reducidos y mucha virtualidad.
Fue la propia ministra quien delegó en ellos esa tarea. Y si bien es una responsabilidad que recae sobre las espaldas de cada director o directora, al mismo tiempo esto trae más tranquilidad a la comunidad educativa, en la medida en que la mayoría de los equipos de conducción se han propuesto resguardar, ante todo, la salud de la comunidad, pese a los deseos de una gestión que añoraba una presencialidad total, con asistencia diaria de alumnos y sin virtualidad.
Las escuelas se acomodaron a su propia realidad y, en lo concreto, la mayoría piensa restringir fuertemente la implementación de clases presenciales, con el objetivo de que se respete cada uno de los protocolos. Para eso introdujeron muchas clases por Zoom, algo bien distinto a los anuncios mediáticos de Acuña.
“Tenemos ocho aulas de 5 metros por 4,5 donde no pueden entrar más de cuatro estudiantes y un profesor para respetar el distanciamiento. Eso es lo que armamos”, afirma Alejandra Marelli, directora de la Escuela de Cerámica N°1, de Almagro. “Las ventanas de nuestras aulas son tipo tijera, tienen una apertura de 5 centímetros que no permite la circulación del aire. En diciembre, pedí por medio de un expediente al Ministerio de Educación que cambie todas las ventanas, pero ese expediente está congelado”, agrega.
La modalidad que aplicará esta escuela es virtual y presencial. Cada división tiene 20 estudiantes, que serán separados en grupos de cuatro alumnos más un docente. “Toda la semana va de primero a quinto con esa cantidad de alumnos, y el resto recibe clases virtuales. La semana siguiente, los que tuvieron presencial recibirán clases virtuales, y así se irán alternando”. Es decir, los alumnos recibirán clases presenciales una semana al mes para evitar los contagios.
La situación de la Escuela «Olga Cossettini», de Belgrano, es más crítica aún. La dirección diagramó una cursada donde cada división asistirá una semana por mes a clases presenciales, y el resto en sus casas, con material impreso porque muchos estudiantes no tienen computadoras. “Nuestra precaria infraestructura está casi al borde de inhibirnos de una presencialidad como pretende el gobierno porteño”, señala el director, Hernán Opitz. “Una semana va primer año; la otra, segundo; y la otra, tercero; divididos en cuatro grupos de seis estudiantes, mañana y tarde”, agrega.
Con esta modalidad, en la Olga Cossettini quedan excluidos todos los talleres ocupacionales de la escuela que son parte de la currícula, como Fotografía y Gastronomía. “Hay algo que me preocupa que son los permisos que tienen que firmar las familias para que los chicos vayan a la presencialidad. El padre o la madre firma el apto médico, bajo declaración jurada, no lo firma un médico”, concluye.
El histórico colegio Mariano Acosta, en el barrio de Balvanera, tiene una matrícula de 2600 alumnos y alumnas entre los cuatro niveles. “Resulta absolutamente inviable lo que propuso el gobierno porteño, eso de todos los chicos todos los días. Es imposible de aplicar de acuerdo al propio protocolo general que redactó Ciudad”, señala a Tiempo la rectora Andrea Berman. El edificio posee 45 aulas de las cuales sólo utilizarán 30 que tienen circulación de aire, con cursos que concurrirán de manera alternada en grupos de 6, 12 o 15 chicos, según el aula
La propuesta del Acosta es que los chicos de primaria concurran presencialmente una semana completa al mes, con su docente, y algunos días de otra semana realicen diferentes actividades como educación física, música o plástica. Las dos semanas restantes, clases virtuales. “Algo similar vamos a implementar en la secundaria, ya que no podemos garantizar más presencialidad por los espacios”.
La educación especial se lleva la peor parte. En la Ciudad hay solo tres Centros de Educación para Niños con Trastornos Emocionales Severos (CENTES), con una alta demanda de vacantes y pocos lugares. “El protocolo elaborado por el gobierno porteño no contempla la educación especial, ya que los chicos requieren abordajes personalizados”, afirma María Jimena Albareda, directora del CENTES 3 de Villa Luro.
“Acá no se puede hablar de burbujas, porque necesitamos armar el lazo y el vínculo con los chicos. La educación especial en este protocolo está invisibilizada. El gobierno porteño lo envió a todos, pero nosotros estamos excluidos”. También piensan en una modalidad mixta. “Nosotros seguimos hablando con las familias, porque acá hay muchas cosas escritas en un papel pero en la práctica la presencialidad requiere un acuerdo con las familias, contemplando las posibilidades de cada niño”, termina Albareda. El protocolo, por ejemplo, indica la sanitización de las sillas de ruedas, pero no contempla al personal auxiliar. «
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