Entrevista a Pablo Lapegna, el sociólogo que acaba de publicar un libro que analiza las tensiones entre el Estado y los pequeños productores. Propone discutir el modelo de producción de alimentos y celebra la irrupción de los "verdurazos".
En su libro La Argentina transgénica el sociólogo analiza esta compleja relación durante el kirchnerismo. Destaca ciertas políticas de reconocimiento a los pequeños productores que fueron históricas, pero marca cómo la inclusión tuvo como correlato una desmovilización que facilitó la extensión del monocultivo. «Con Macri la situación se vuelve más clara y más preocupante a la vez», explica en diálogo con Tiempo. «Pero también dan esperanza acciones como los verdurazos o los alimentazos que se organizan en los espacios públicos. Porque vienen a mostrar que otro tipo de producción no sólo es posible sino que también puede ser más barata si se establece una alianza urbano-rural más allá de los intermediarios que se quedan con la parte más importante del valor en la cadena agroalimentaria», añade.
–El libro se centra en el proceso que va de la resistencia a la adaptación a los transgénicos en las poblaciones campesinas entre 2003 y 2015, pero añade un epílogo sobre el macrismo que anticipa un nuevo proceso de movilización.
–Yo escribí el libro en inglés sobre el trabajo etnográfico que hice hasta 2015. Ahí cuento cómo la gente se resigna y se adapta al modelo transgénico para convivir de la mejor forma que puede. Pero también digo que eso no significa que vaya a desaparecer el actor ni las organizaciones. Cuando lo traduje para Siglo XXI le agregué el epílogo para marcar que lo que sucedió con acciones como los verdurazos va en esa línea. Lamentablemente eso significa que estamos peor. Pero muestra que hay flujos y reflujos. Avances y retrocesos.
–¿Cómo se explica el proceso de desmovilización?
–Cuando digo que el kirchnerismo desmovilizó no significa algo negativo necesariamente. La desmovilización fue bajar el nivel de confrontación y pasar a la negociación desde lo político y la adaptación desde lo productivo. El movimiento está más débil pero las organizaciones mutan, los dirigentes se regeneran y vuelven con lecciones aprendidas. El kirchnerismo generó dilemas en las organizaciones, pero también aprendizajes sobre cómo insertarse en las políticas públicas y cómo gestionarlas. Porque después de los ’90, cómo decirle que no al acceso a los recursos. El tema es que no se trata sólo de que te den o te permitan tener un tractor. Sino que eso significa quién lo usa, cuándo, cómo, quién paga el gasoil. Eso genera tensiones al interior de las organizaciones. ¿Pero cuál era la alternativa? ¿No hacer nada? Ellos deciden desmovilizar de manera activa. Fue una decisión estratégica. Y eso no se hizo de manera unitaria, sino que cada organización negoció con sus bases, con otras organizaciones en el territorio y también con actores de distintas jurisdicciones: nacional, provincial, etcétera.
–¿Y cómo describís la situación ahora?
–Ahora se vuelve a una situación más clara. Muy blanco y negro. El ejemplo es el de la Secretaría de Desarrollo Rural y Agricultura Familiar que generaba políticas para los pequeños productores y se desmanteló. El Ministerio pasó de ser de Agricultura a ser de Agroindustria. Hicieron lo que yo llamo una tercerización. Les dieron la política pública agrícola a los sectores más concentrados del agro. Y al mismo tiempo desarmaron las áreas y políticas del kirchnerismo con ejemplos casi crueles, como la eliminación del monotributo social para los pequeños productores. El gasto fiscal era mínimo, así que no se puede ni siquiera justificar desde el neoliberalismo. El monotributo los incluía además en un esquema previsional. Así que lo que hicieron es más un planteo de que este sector no debería ni existir. Ese es el reflejo de cómo piensa el macrismo a ese sector de pequeños productores que producen un montón de alimentos.
–El libro disputa también una mirada tecno-optimista de los transgénicos y discute con la noción de desarrollo
–Es interesante pensar la Argentina en términos de desarrollo y pensar cómo nos relacionamos con el mundo y la naturaleza. Cómo trabajamos con ella para alimentarnos. Eso puede tener distintos abordajes. Uno es el tecnoproductivista, que arranca con el neoliberalismo pero continúa con los gobiernos progresistas, y que dice que la tecnología va a resolver todo. Otro tiene más que ver con la agroecología y con evitar los agroquímicos. Implica tener una producción más sana tanto para productores como consumidores. El libro les habla a quienes están interesados en pensar cómo cambiar el modelo de producción de alimentos en Argentina para que no sólo se oriente a la exportación, sino a la alimentación adecuada y económica. Y esa producción sólo puede estar en manos de pequeños productores. Porque si lo pensás como una mercancía para vender en el mercado, que es como piensa el agronegocio, es imposible. «
Unos mitos transgénicos a desterrar
Lapegna sostiene que el discurso sobre los transgénicos se extendió sobre la base de mitos. Uno es el de la productividad. «Con la misma cantidad de insumos no conseguís rendimientos más altos», asegura. «Quizás por un año o dos, pero después bajan porque surgen malezas resistentes al glifosato que te hacen comprar otros productos y que pueden tener nuevos efectos socioambientales como la deforestación, la destrucción de otros cultivos y la generación de enfermedades en la población cercana.» El segundo mito a desterrar es el que ubica a las personas que se dedican al agronegocio como innovadores. Para Lapegna los innovadores no son «los que compran un paquete tecnológico que les viene de afuera», sino «los pequeños productores que por décadas plantaron algodón y que ahora armaron una producción agroecológica y una red para distribuirla».
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