Se celebró una nueva audiencia de relatos desgarradores, en el juicio por crímenes de lesa humanidad cometidos en los centros clandestinos de detención Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Lanús.
“Los hijos e hijas hemos pasado nuestra vida intentando completar nuestra identidad, nuestra historia, proyectos familiares, nuestras descendencias”, admitió.
Fabián, quien tenía 9 años cuando todo comenzó, contó que tras un primer allanamiento en la casa de Mar del Plata, sus hermanos se fueron a La Plata, ella, y a Mendoza, él. “A raíz de la participación de mi vieja (Ledda Barreiro) en el Partido Auténtico, le recomiendan que abandonemos la ciudad porque estaba marcada. Como mi viejo trabajaba en el casino, le dan el traslado a la ciudad de Bariloche, pero pone otro destino para confundir. Nos fuimos a esconder a Bariloche”, explicó.
“Beto” fue secuestrado en Mendoza y Silvia en La Plata (el 21 de diciembre de 1976, luego desapareció su pareja Gastón). La pareja de su hermano, Ivonne, estaba embarazada y su hermana también. Él estuvo en un centro clandestino de detención, pero luego pasó a manos del PEN (Poder Ejecutivo Nacional). Estuvo siete años preso y fue liberado en 1981. Su hija, María Antonia, fue dada a otra familia, pero meses más tarde lograron recuperarla. Silvia, por otro lado, fue vista en la Cacha y el Pozo de Banfield, donde debió dar a luz a su hijo o hija. “Sería extraordinario poder encontrarlo. El motor de mi vieja es encontrar al hijo o hija. Tiene esa esperanza”, comentó.
“Yo pedía volver a la ciudad y los viejos encaran la vuelta”, ya con una hija desaparecida y otro preso. Ledda y su pareja, Alberto, regresaron en enero de 1978 a Mar del Plata, junto a Fabián. “A la semana, hay una ronda de reconocimiento dentro del Casino”, recordó el hombre. El 14 de enero fue secuestrado el padre y poco después, su madre. Ambos fueron trasladados a “La Cueva”, ubicada a más de 1500 metros de la entrada de la Base Aérea de Mar del Plata por la Ruta 2. “Estuvieron secuestrados alrededor de 90 días”, contó.
Luego declaró Ana Laura Mercader, hija de Anahí Silvia Fernández y Mario Mercader, quienes fueron secuestrados el 10 de febrero de 1977 en su casa ubicada en la calle 119 de La Plata. “Una patota de 20 hombres, vestidos de fagina, entraron a la casa rompiendo todo. Mis papá se había ido a trabajar y estábamos mi hermana María (de apenas meses), yo y mi mamá”, contó. También encerraron a una vecina (de 17 años) que cuidaba a las nenas cuando la madre se iba a trabajar.
Su padre volvió de trabajar y la madre llegó a gritarle “Mario corré”, pero en la huida le disparan y lo trasladan luego en una ambulancia. Apareció, también, el padre de la joven niñera y las hermanas fueron entragadas a este hombre, porque su madre fue secuestrada. “Regálelas, haga lo que quiera”, le dijo Ramón Camps, y se fueron los cuatro.
Comienza entonces el camino de búsqueda de las abuelas, Elba Lahera y Nélida Meyer, en cuyas casas vivían las pequeñas de forma alternada. “Hemos sido criadas y prtegidas por ellas, hemos tenido una vida digna, hemos podido accedera a una educación, tener nuestras familias, hacer lazos, hemos podido muchas cosas y no quiero dejar de decir que todo esto fue gracias a ellas”, mencionó. Ambas fallecieron. “Ellas no pudieron ver a los genocidas condenados”, apuntó.
En 2009, los restos de Anahí fueron hallados en el cementerio de Avellaneda, mientras que los de Mario estaban en Rafael Calzada. “Fue algo que no esperábamos, la espera genera muchísima ansiedad y uno piensa que eso no va a pasar. Sabíamos que no estaban vivos, al pasar tantos años”, mencionó, pero reconoció que su abuela los esperaba para cada cumpleaños. “Tuvimos la certeza de que los habían asesinado”, apuntó. El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) precisó que los dos fueron fusilados. De acuerdo a Ana Laura, los vieron en Arana, La Quinta, la Brigada de Investigaciones V y el Pozo de Banfield.
“Para toda mi familia, incluyendo a mis compañeros de la agrupación HIJOS, la vida ha sido muy difícil y muy dura. Me gustaría poder decir todo lo que nos costó y nos sigue costando, a algunos compañeros les costó la vida, algunos no pudieron resolver cosas que tienen que ver con lo traumático. Es inconmensurable, intangible, incomparable…muchos nos hemos aferrados a ramas artísticas, pero no alcanzada. Es necesario completar procesos para nuestra elaboración. El tiempo sigue pasando y los procesos judiciales no están completos, y eso es algo que toda la sociedad y los familiares necesitan que se complete“, pidió.
En ese sentido, planteó: “Los hijos e hijas hemos pasado nuestra vida intentando completar, nuestra identidad, nuestra historia, proyectos familiares”. “Seguimos intentando completarnos, a 45 años yo me pregunto cuántos años tenemos que sobrevivir para poder vivir en paz como sociedad y pensando también en que muchísimas Madres y Abuelas se murieron sin poder tener a estos genocidas y asesinos juzgados. ¿Cuánto tiempo más necesitamos para que se unifiquen las causas, para que haya sentencia firme? No queremos seguir sintiendo esta incertidumbre y la duda de si vamos a llegar a ver justicia sobre estos genocidas, que se van muriendo y tienen privilegios”, completó.
El tercer testimonio, el de Ana María Caracoche, no pudo ser escuchado por problemas técnicos, motivo por el que se pasó a un cuarto intermedio hasta el martes 21 de diciembre, jornada en la que se espera escuchar a cuatro testigos; entre ellos el de la sobreviviente que no se pudo escuchar este martes.
Ella fue secuestrada el 19 de abril de 1977 junto a su hijo Felipe Gatica Caracoche, de casi cuatro meses. En marzo, su hija mayor, María Eugenia Gatica Caracoche, de un año, ya había sido secuestrada junto a Susana Falabella y José Abdala, quienes se encontraban junto con su hijo Sabino y a cargo de la niña. Ana María pe
rmaneció detenida en La Cacha y en el Pozo de Banfield. Tiempo después fue liberada pero Felipe y María Eugenia habían sido apropiados. Los niños fueron restituidos en septiembre de 1984 y 1985, respectivamente.
El encuentro pasado contó con testimonios de familiares de Juan Carlos Abachian, conocido como El Armenio. Mercedes Loyarte era su pareja al momento de la detención, tuvo que huir del país junto a su beba y advirtió que “el exilio es un desarraigo enorme”. Rosario tenía 8 meses cuando su papá fue desaparecido y agradeció que “se esté haciendo justicia”, mientras que la hermana de Juan Carlos, Marta Susana, advirtió que aún hoy no saben qué pasó con su paradero.
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