Las por el momento exiguas restricciones dispuestas por el gobierno nacional a partir de este viernes para hacer frente a la segunda ola de Covid generaron una previsible resistencia en la oposición. Larreta dice que acata pero no comparte, mientras el ala dura que no tiene responsabilidades de gestión, encabezada por la presidenta del PRO, Patricia Bullrich, prácticamente llama a incumplir las medidas.
Como en otras etapas de la pandemia, los argumentos “libertarios” se presentan fuera de contexto, y la coyuntura crítica de los mismos países –Uruguay, sin ir más lejos– que esos dirigentes señalaban como ejemplo del manejo de la pandemia, ahora queda oculta en el discurso de los medios concentrados.
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Un somero repaso por la situación epidemiológica en la región y en buena parte del planeta indica que las restricciones que acaban de dictarse en la Argentina se insertan en una realidad global, incontrastable, donde la pandemia de coronavirus está muy lejos de resolverse, aún con el avance de la vacunación, cuya disparidad refleja –y alimenta– las desigualdades ya existentes entre naciones centrales y periféricas.
En Uruguay, los 3924 contagios en sólo 24 horas confirmados el miércoles lo afirmaron como el país con mayor tasa de nuevos casos de coronavirus por millón de habitantes en todo el mundo, y eso a pesar de la velocidad de su operativo de vacunación, en un país de apenas 3,4 millones de habitantes, similar a la provincia de Santa Fe. Sólo en Montevideo ya se inmunizó a más del 21% de la población.
El presidente Luis Lacalle Pou, celebrado por la oposición argentina por su estrategia de “libertad responsable”, acaba de imponer severas restricciones, con el objetivo, dijo, de “blindar abril” ante la escalada de contagios. El cierre de todas las oficinas públicas y la suspensión de eventos sociales y espectáculos públicos se habían decidido el 23 de marzo y debía terminar el 12 de abril. Pero ahora esas medidas se extendieron hasta el 30, fecha en la que, proyecta el gobierno uruguayo, podrían verse los efectos del plan de vacunación.
Desde luego, todo ese cierre fue acompañado por la suspensión de clases presenciales, pensada para reducir la movilidad de alumnos y docentes, medida que en la Argentina no se ha tomado.
El dato que más preocupa en Uruguay es la ocupación de las unidades de terapia intensiva, que es del 76%. Quedan disponibles, reveló Lacalle Pou, 933 camas.
En Chile, otro país señalado como modelo por la oposición y que ciertamente es el que más ha avanzado con la vacunación (45% de la población, aunque con dosis de Sinovac, la de más baja eficacia en términos de inmunidad), la segunda ola ya superó largamente las cifras del brote de 2020. En junio del año pasado, Chile había tenido un pico de 6900 contagios diarios, y el viernes pasado superó los 8000. El lunes, en conferencia de prensa, el primer ministro británico Boris Johnson puso a Chile como ejemplo global de que “no basta vacunar” para terminar con la pandemia, llamando a redoblar las medidas de cuidado.
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El domingo pasado, el presidente Sebastián Piñera anunció estrictas medidas que regirán, en principio, durante todo el mes de abril, entre ellas, el cierre de las fronteras para el turismo, clausurando el Aeropuerto de Santiago para el arribo de no residentes, salvo que su país de origen no esté en la lista de naciones con transmisión comunitaria que elabora la ONU, es decir, casi toda Sudamérica, Europa y EE UU.
Por lo pronto, las elecciones municipales y regionales de constituyentes, previstas para este fin de semana, fueron aplazadas para el 15 y el 16 de mayo. Pero el foco de alarma es claramente el incumplimiento de las medidas de cuidado por parte de una población que asimiló el mensaje triunfalista del gobierno y los principales medios. Así lo sostienen los epidemiólogos chilenos, que ven cómo la apertura total de escuelas y centros comerciales en marzo, sin restricción alguna, multiplica los contagios en una población que todavía está muy lejos de una eventual inmunidad de rebaño.
Con el sistema de salud tensionado al máximo, solo quedan en todo Chile 170 camas de terapia intensiva disponibles.
El panorama no es diferente en Europa. En Francia, París y otros 18 departamentos tienen toque de queda entre las 19 y las 6, se cerraron todos los establecimientos educativos y 150 mil comercios. En España, el “estado de alarma” está fijado hasta el 9 de mayo, y Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, acaba de pedir que el “confinamiento comarcal” se circunscriba al área metropolitana de la capital catalana, a fin de restringir aún más la movilidad. Y en Alemania, luego de dar marcha atrás en las restricciones durante la Semana Santa, la canciller Angela Merkel volvió a sostener ayer que el país debería ir hacia un “confinamiento nacional corto”, una breve cuarentena que ataje el rebrote de Covid.
Las restricciones, entonces, vuelven a ser moneda corriente en todo el mundo, no sólo en la Argentina, ante una coyuntura sanitaria que repite, con matices (ahora hay vacuna), el esquema de irradiación desde las grandes ciudades hacia el interior que se vio en 2020.
En cualquier caso, el mayor de los problemas sigue siendo el país más grande la región, en población y extensión, que navega sin rumbo hacia una tragedia histórica: Brasil.
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Luego de superar el martes por primera vez la barrera de los 4000 muertos en un solo día a causa del coronavirus (el Ministerio de Salud brasileño informó 4195), los fallecimientos ya son más de 336 mil, y el gobierno de Jair Bolsonaro no atina, después de 13 meses de pandemia, a tomar medidas drásticas que frenen el drama, dejando el tema en manos de las autoridades estaduales.
Con entierros nocturnos porque el día no alcanza y colectivos escolares habilitados para trasladar cuerpos, solo en el estado de San Pablo se notificaron 1389 muertes en un día, en un país cuya población fue librada a su suerte, donde se generaron dos variantes del virus (Manaos y Rio de Janeiro) mucho más contagiosas que la cepa silvestre, que por eso se ha convertido en una bomba de tiempo sanitaria para todo el mundo, y que además limita con la Argentina.