"Tenés 48 horas para salir a desmentir", le advirtieron las oficiales que irrumpieron por segunda vez en su domicilio. Del maltrato psicológico a cortes con navaja. La Secretaría de Derechos Humanos de Jujuy dispuso su traslado inmediato. Camila permanece en Buenos Aires y recibe atención legal y psicológica. Un relato estremecedor.
A diferencia de la primera agresión, -cometida de madrugada y de características propias de los mecanismos de tortura empleados durante la última dictadura militar– el 25 de julio tres oficiales de la policía golpearon la puerta de la casa de Müller avisando que traían una orden de allanamiento. Ella pidió que se la pasaran por debajo de la puerta; así se comunicaba con su abogado. Le respondieron que, mientras se ocupaba de eso, irían a allanar el domicilio de su madre. Entonces Camila abrió.
“Cuando me dieron la dirección de mi mamá, concluí que no era un allanamiento en sí mismo sino que era otro ataque. Percibí en mi cuerpo la misma sensación de cuando salió la lista de pedidos de captura donde estaba mi nombre, cuando pensé ‘no quiero que me peguen’ y supe que me iban a pegar. Al lado de la puerta tenía un pedacito de machimbre, abrí y le pegué a la oficial, pegué primero. Fue inmediato: me redujeron, entraron dos de las policías (en este caso fueron tres agentes mujeres, la vez anterior había liderado un hombre) y esta vez no me taparon los ojos. Me redujeron a la fuerza con un amarre atrás en la espalda”, detalla Camila en la larga charla que mantuvo con Tiempo.
Muller es una de las cien trabajadoras y trabajadores que fueron cesanteados días después de que Gerardo Morales asumiera como gobernador de Jujuy, en diciembre de 2015, cuando el gobierno nacional comandado por Mauricio Macri cerró el programa Nuestra Escuela, dispositivo operativo de acompañamiento pedagógico con fuerte presencia en los territorios norteños (Puna, Quebrada, Valle y Yunga). A partir de ese momento, trabaja de manera independiente dando clases. Es bailarina, artista e instructora de yoga.
“Tuve miedo y luego me di cuenta que la situación era por un lado distinta, y por otra parte, igual al anterior ataque. Dos entraron. La tercera se quedó en la puerta. Hubo muchos tironeos, la ropa que tenía puesta ese día está toda rota, al no haber un varón fue diferente la fuerza que manejamos las tres y la forma de reducción. Empezaron a golpearme, insultarme; yo grité mucho pidiendo ayuda y me golpearon en la cara con la madera con que yo salí a defenderme. Bromearon mucho con eso. Me di cuenta de que buscaban que yo dijera algo específico. Me decían que me gustan los medios, que quiero mi momento de fama, mientras me cacheteaban y golpeaban mi cabeza”.
En una situación que la docente entendió como un “diálogo” entre sus atacantes, la agente que la golpeaba le dijo que tenía 48 horas para ir a los medios a desmentir todo y decir que le pagaron para hacer pública la denuncia del ataque, mientras la segunda oficial destruía más cosas y efectos personales, a medida que Müller se negaba. “Ella quería que yo parafrasee, que repitiera tal cual me lo estaba diciendo. Una se va y empieza a tirar y romper y destruir cosas de la casa, ya tenían pensado por donde empezar –lo dije en muchas entrevistas, que tenía miedo de que vieran las fotos de mis hijos–, empezaron tirando y rompiendo las fotos de mis hijos, el retrato de mi papá, desarmando todo lo que podían, tirando cosas de la biblioteca. Empecé a notar que cuando me negaba a repetir, la otra oficial tiraba más cosas, empecé a relacionar eso, se metía más por mi casa y me empezó a temblar el cuerpo de imaginar que agarrarían a uno de mis gatitos y los iban a lastimar para que yo hable. La que más hablaba me insistía ‘repetí, repetí’ y yo me negaba. Entró al balcón y tiró las macetas, fue a la cocina y tiró las ollas, mercadería. Noté ese diálogo entre ellas”.
En un intento por escapar al baño (allí la docente pasó las noches posteriores al primer ataque) Camila sintió que se enganchó la pierna con algo: era una navaja, que le clavaron en la cicatriz que tiene en su vientre, producto de una histerectomía. “Cuando me suelto e intento ir al baño, me rompen el pantalón y me lastiman la pierna, la que hace esto era la oficial que estaba sosteniéndome desde la espalda. Me quedo sin fuerzas, me reducen y me sientan en una silla. Todos son datos que yo misma di en las entrevistas, porque yo dije que tenía miedo de las fotos de mis hijes, fueron hacia eso, que tenía miedo de que me lastimen la herida, fueron directamente hacia eso. Empezó a clavarme en un lugar de la cicatriz, pidiendo y exigiendo que repita, yo seguía sin decirlo, empiezo a sentir que la navaja iba sobre la herida de un extremo al otro y a sentir el corte, ahí ya grito. Tuve muchísimo miedo, me sangraba la nariz, sentía la cabeza abombada: finalmente repetí y lo repetí un montón de veces”. Una de las últimas veces, la amenaza fue explícita: le dijeron que saliera a decir que le había pagado el kirchnerismo.
Antes de irse, una oficial arrancó un atrapa sueños que tenía colgado y el foco explotó. “La explosión me hizo pensar que me habían disparado, de repente no escuché nada, me quedé congelada con el sonido del foco que se reventaba. Ahí me dijeron que si yo no cumplía ellas saben donde vive mi mamá (la nombraron con el apodo con que la conocen las personas cercanas). Ella es una persona grande, no tiene redes sociales, yo no sé si alguna vez habré publicado su nombre en la red; es raro porque sé que no le gusta”.
Luego del segundo ataque Camila se comunicó con sus abogados y la sede jujeña de la Secretaría de Derechos Humanos dispuso su traslado de inmediato. «Entiendo que Camila pueda estar sufriendo la lejanía fuera de su lugar, pero había que sacarla de Jujuy», dice Lorena Mamaní, abogada del CEPRODH, que presentó un habeas corpus y trabaja en la defensa de la docente violentada.
Tras recibir atención médica, Muller pasó esa noche en una casa alejada de la zona urbana, acompañada por sus amigas del colectivo de artistas. Al día siguiente, debió volar a Buenos Aires, donde permanece a resguardo, bajo la tutela del Ministerio de Justicia de la Nación. La docente sufre estrés post traumático y está recibiendo atención legal y acompañamiento psicológico y psiquiátrico del Centro de Asistencia a Víctimas de Violaciones de Derechos Humanos, Dr. Fernando Ulloa.
Camila arribó a Buenos Aires con lo poco que atinó a guardar en la valija: su equipo de mate, de yoga y Pedagogía de la Esperanza de Paulo Freire, texto que la ayuda a intentar comprender como actúan quienes permanecen bajo distintas formas de opresión. Llegó antes que el Tercer Malón de la Paz, que mantiene su reclamo ante el Palacio de Tribunales, en calle Talcahuano, sin lograr aún ser escuchados por la Corte Suprema de Justicia. Invitada por la diputada Leila Chaer, la docente participó en el Congreso de la presentación de un proyecto que busca la creación de una comisión investigadora de la reforma de la constitución jujeña.
“De todos mis años de militancia nunca viví momentos tan intensos como este; de estar al filo de la muerte, los ataques, despertarme con asfixia, sentir que por las noches me pasan un cuchillo por la panza, de abrazarme con una persona que vi un par de veces en un corte, encontrarla acá es como si hubiera encontrado a mi hija. Es muy duro estar lejos de mi casa, de mis compañeres, de mi vida. Fue un desafío entender que tenía que cuidarme a mí misma. Pero cuando llegó el Malón, abrazarme acá con gente que quiero, me ayudó a tomar fuerza. Esa reciprocidad andina sucedía ahí, en la Capital, en un abrazo en Plaza Lavalle. Todo estaba gris hasta que vi las whipalas. Lo vi como que la Pacha me mandaba a Buenos Aires un pedacito de Jujuy para que yo pueda sostenerme”.
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