Los nuevos paradigmas de la producción agropecuaria en la Argentina no sólo suman factores contaminantes a través del uso intensivo de la fumigación con agroquímicos. También la lógica de la explotación ganadera estaría generando fuertes daños al medio ambiente y a la salud de las personas.
Un estudio de investigadores de la Facultad de Agronomía de la UBA da cuenta de las consecuencias que trae aparejadas la expansión de los sistemas de engorde intensivo del ganado, o feedlots, a partir de las enormes cantidades de estiércol que se acumulan en los corrales. Como explica un artículo de Sobre la Tierra, el sitio de divulgación de la FAUBA, la descomposición de esa materia orgánica, que contiene hasta el 80% del nitrógeno y el 90% del fósforo de la dieta diaria de los animales, libera sales que pueden contaminar sensiblemente el ambiente. Apoyándose en una técnica llamada inducción electromagnética, los investigadores hallaron en suelos y aguas concentraciones de nitratos, cloruros y fosfatos muy elevadas, asociadas al funcionamiento de un feedlot en el partido de San Pedro, provincia de Buenos Aires.
«El objetivo fue determinar los alcances de la contaminación que produce el funcionamiento de los feedlots. Específicamente, nos enfocamos en un corral que llevaba sólo dos años de producción ganadera. Allí investigamos la contaminación del suelo y del agua subterránea, y pudimos comprobar que este sistema de engorde a corral tiene un impacto notable sobre el ambiente», explicó a Sobre la Tierra Claudia Sainato, docente de la cátedra de Física de las carreras de Agronomía.
La concentración de sales en el agua de la napa freática bajo el corral y en varios pozos más alejados fue medida durante cuatro años. «Debajo del corral hallamos valores de nitratos de hasta 30 miligramos por litro (mg/L), mientras que el nivel de base para esas sales —medido en una perforación a un kilómetro de allí— era 7 mg/L. Para cloruros, medimos hasta 17 mg/L bajo el corral, contra un nivel base de 10 mg/L. Aunque los valores estuvieron dentro de los rangos considerados aptos para el consumo humano, los incrementos son alarmantes, ya que en sólo dos años de actividad del corral, las sales alcanzaron los 10 a 12 metros de profundidad».
También se detectaron altos niveles de fósforo en el suelo del corral, aunque no se registraron fostatos en la napa freática. «Esto tiene que ver con el contenido de arcilla de los suelos de esta región –dice Sainato–. La arcilla ‘retiene’ esta sal y no deja que el agua de lluvia la arrastre hasta la napa. Sin embargo, es algo a tener en cuenta en establecimientos de regiones con suelos más arenosos, como ocurre en el oeste bonaerense. Allí los fosfatos sí podrían contaminar las napas».
«Los feedlots son lo que llamamos fuentes puntuales de contaminación, es decir, focos donde se genera una cantidad inmensa de materia orgánica que puede originar la contaminación», puntualiza la investigadora de la Facultad de Agronomía de la UBA. Al mineralizarse esos grandes volúmenes de excremento se liberan sales que mueven verticalmente en el suelo y llegan a las napas, arrastradas por el agua de las precipitaciones. Si las concentraciones de estas sales en el agua superan los niveles estipulados por el Código Alimentario Argentino, el agua no es potable y no puede ser consumida por las personas. «Beber esa agua es riesgoso. De la primera napa freática, la más superficial, se saca agua para el ganado y a veces para consumo humano. Para riego se extrae desde mayores profundidades, pero es común que los acuíferos se comuniquen y que haya algo de transferencia vertical de agua». «