“Basta que nos desliguemos de nuestra mirada rutinaria que mira sin ver nada, para que nos sorprendamos ante cosas que habíamos acabado olvidando por tenerlas demasiado presentes”. Esta frase –que se lee en Buenos Aires, vida cotidiana y alienación, célebre ensayo de Juan José Sebreli publicado en 1964–, es una clave para descifrar la Ciudad de Buenos Aires y el encanto de sus alturas.
El sociólogo, en tiempos donde adhería al marxismo y admiraba a Jean-Paul Sartre, se preguntaba por el corazón del ADN porteño. Intentaba desentrañar, si era eso posible, la esencia de la urbe que había dejado de ser una gran aldea para convertirse en una megalópolis de cemento, concreto y hormigón armado. Una mole de múltiples estilos arquitectónicos que cautivaba al ojo curioso a la vez que pasaba desapercibida ante el adormilado transeúnte promedio más preocupado por las cuentas que debía pagar o por no perder el transporte que lo lleve rumbo a su trabajo. De esos años de auge constructivo engalanado, siempre mirando a la Europa occidental del otro lado del océano, quedan tesoros e historias.
Si aprendiéramos a levantar la mirada, veríamos construcciones esféricas, muchas rodeadas de esculturas y ornamentos singulares, que coronan con majestuosidad más de 300 edificios porteños. Las cúpulas tuvieron su apogeo entre finales del siglo XIX y mediados del XX, para marcar las esquinas y el progreso burgués y aristocrático como señal de status. Algunas en estado de abandono, otras demolidas y muchas reconstruidas, son testimonio vivo del patrimonio histórico capitalino. Como sostiene el arquitecto Néstor Zakim, uno de los guías del programa Miradores de Buenos Aires, «podemos ir leyendo la arquitectura de la ciudad a través de sus cúpulas». En su libro Cúpulas, remates y miradores, traza un inventario acerca de las principales cúspides de edificios porteños analizando su valor estético e histórico. Desde un mensaje hacia el más allá en construcciones para cementerios hasta la estética simbólica de la importancia de la religión católica en la conquista europea sobre América, las cúpulas no sólo adornaron las ciudades desde el aire, también sirvieron para elaborar potentes relatos. Dice Zakim: “Las alturas implican poder”.
Que ves el cielo
Uno de los primeros puntos elevados de Buenos Aires fue la torre de la Iglesia de San Ignacio, finalizada en 1734. Eran tiempos en donde lentamente se iban dejando atrás los techos de paja para abrirle paso a las primeras tejas y cúpulas. Desde aquella torre se divisó el arribo de las tropas británicas en las invasiones inglesas.
Luego, con el desarrollo industrial, surgieron nuevas edificaciones con otras características y fachadas que darían lugar también a nuevas cúpulas. Un antecedente fue el edificio de la nueva Aduana, también conocida como “Aduana de Taylor” debido al arquitecto que creó (Edward Taylor). Se terminó en 1857 y ya señalaba la fuerte presencia del Estado en el espacio público ya que por su notable altura era lo primero que divisaban los barcos que se aproximaban al puerto de Buenos Aires. En aquellos tiempos también se inaugura la Avenida de Mayo (1894) que se irá rodeando de cúpulas y construcciones que emulan el estilo parisino urbano, con ese toque porteño que irá convirtiendo a Buenos Aires en la París de Sudamérica, en tiempos del sueño agroexportador y de marcadas desigualdades social. Al igual que las cúpulas, hay otros puntos que aún perduran 130 años después.
Comenzarán a mezclarse estilos arquitectónicos como el Neoclasicismo, el Academicismo Francés y el Art Nouveau. Una paradoja: la Torre Monumental (como “de los ingleses”) emplazada en Retiro en 1914 tiene, pese a que fue construida por impulso de la comunidad británica, una frase en su exterior escrita en francés; el idioma de culto por esos años.
Desde comienzos del siglo XX hasta fines del ’30 proliferarán construcciones gigantescas con notables cúpulas, muchas conservadas hasta el día de hoy. Una de las primeras, considerado el primer rascacielos de América Latina, fue el edificio Railway Building que alojaba las oficinas de las empresas del Ferrocarril del Sud, el Central Argentino, el Ferrocarril del Oeste y el Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico. De estilo victoriano y eduardiano, lo finalizaron en 1910, pero la prensa denunció que parecía inclinarse. Volvió a cerrar, y finalmente lo inauguraron en 1914. Fue durante años el edificio más alto de Buenos Aires. Como superaba el límite establecido por la norma porteña, necesitaron conseguir una excepción del Concejo Deliberante y el intendente Carlos Torcuato de Alvear. Hay cosas que nunca cambian. Hoy forma parte del Ministerio de Economía, con cuya sede conecta a través de rampas y desniveles. Yace inerte a la vista de la mayoría, invisible, mirando a la ciudad desde las alturas en Av. Paseo Colón 181.
Está la famosa esquina de las cinco cúpulas en la zona de Diagonal Norte y Florida que abarca las dos del edificio Bencich (una de cuatro pisos), la del Miguel Bencich, el ex Bank Boston de estilo plateresco (hoy del ICBC) y la Equitativa del Plata, del gran exponente del art decó, Alejandro Virasoro. A las clásicas de la Confitería El Molino o el Congreso de la Nación, se suman La Inmobiliaria, la Embajada de Francia, la Galería Güemes y el Palacio Barolo, una joya arquitectónica que lleva el nombre de Luis Barolo, el primero que trajo máquinas para hilar el algodón al país. El edificio, con un estilo al que llamaron «remordimiento italiano», está lleno de referencias a la Divina Comedia de Dante Alighieri. En su cúpula tiene un faro giratorio que en su momento causó furor: con 300 mil bujías, se volvía visible desde Uruguay.
A pasos de la Plaza de Mayo está la diosa de la sabiduría Palas Atenea, sobre el ex edificio del diario La Prensa, donde hoy funciona la Casa de la Cultura. La Iglesia de Santa Rosa de Lima (Av. Belgrano 2216) emula a la famosa Basilique du Sacré-Cœur de Montmartre en otro guiño a la Belle Époque. Un caso curioso es el de la Sociedad Argentina de Actores (Adolfo Alsina 1762) cuya cúpula fue pensada como observatorio astronómico.
En una entrevista con Tiempo en 2011, el célebre arquitecto Clorindo Testa —autor de la Biblioteca Nacional— declaró: “Si el Estado quiere preservar una obra entonces tiene que comprarla”. En 2007 se sancionó la Ley 2541 que fija protección cautelar a un centenar de cúpulas. Pero el 92% de la protección a edificios históricos es cautelar, lo cual implica el nivel más bajo de protección y no impide, por ejemplo, la venta o demolición del inmueble. Como muestra se puede pasar por la icónica esquina de Callao y Santa Fe y observar una cúpula, frente al edificio Rocatagliatta que quedó en estado de total abandono con sus tripas de hierro al aire. Zakim opina: «Soy partidario de que todas estas cúpulas deberían tener una protección especial con la limitación de alturas en su entorno inmediato para que no pierdan la relación de proporciones por las cuales un arquitecto las construyó. Si no las desnaturalizamos. Con algunas aún estamos a tiempo de protegerlas; con otras llegamos tarde». «
Un homenaje a Gaudí en pleno microcentro porteño
Tal como sucede en el cuento policial “La carta robada” de Edgard Allan Poe, muchas veces el secreto mejor guardado se exhibe a la vista de todos. Es el caso de dos edificios y una cúpula muy particular, quizás la más peculiar de toda la Ciudad de Buenos Aires.
Se encuentran a metros del Congreso de la Nación y representan una suerte de viaje instantáneo a Barcelona. “No hi ha somnis impossibles”. Esa frase en catalán, el lema de aquella nación europea, se lee en lo alto de una construcción que remata en una cúpula vidriada ubicada en Rivadavia esquina Ayacucho (Avenida Rivadavia 2009). A metros se encuentra la Casa de los Lirios (Avenida Rivadavia 2027). Las dos son obras del ingeniero argentino Eduardo Rodríguez Ortega y un homenaje más que evidente al célebre artista y arquitecto catalán Antoni Gaudí.
Esta cúpula se inauguró en 1907 como parte de un edificio de rentas. En su libro, Zakim afirma que “el conjunto perdió su simetría original y el resultado es la desintegración edilicia y el contraste arquitectónico sin resolución porque parecen construcciones de usos diferentes y ajenas en el mismo predio; perdieron la totalidad del mensaje arquitectónico original”.
El tiempo hizo estragos y corrió riesgo de ser demolida pero, por fortuna, en 1999 una empresa la rescató, la restauró y hoy es un edificio utilizado para oficinas y viviendas. Un dato curioso es que la frase fue agregada por el arquitecto Fernando Lorenzo, encargado de la restauración, en homenaje al autor original de este notable homenaje al Art Nouveau catalán emplazado en pleno centro porteño. Tal como reza el lema, parecería ser que no hubiese sueños imposibles.
Visitas gratuitas
El programa “Miradores de Buenos Aires” es una gran oportunidad para visitar de forma gratuita gran parte del patrimonio urbano porteño en las alturas, a través de un recorrido guiado por expertos. Sobre todo teniendo en cuenta que son puntos de acceso poco frecuente al público. Lo organiza el área de Patrimonio del Ministerio de Cultura de la Ciudad, la inscripción es online y cada mes se renueva la oferta de lugares a recorrer. La agenda de noviembre ya puede consultarse en buenosaires.gob.ar. Incluye, entre otros puntos a recorrer, la Galería Güemes, el Edificio Miguel Bencich y la Basílica Santa Rosa de Lima. Un paseo para aprovechar en primavera.