El fin de semana, el candidato presidencial Javier Milei (La Libertad Avanza) anduvo de campaña por el oeste y norte del Gran Buenos Aires. Uno de los lugares fue El Palomar, donde aprovechó que allí ocurrió la histórica batalla de Caseros en 1852, para insultar a una figura histórica y popular.
Parece que cuando se habla de la «casta» a la que aspiran a enfrentar, la referencia se circunscribe al sector popular y nacional de la Argentina. Es el peronismo. Es el yrigoyenismo. Y es también el rosismo. «En El Palomar se dio la batalla de Caseros, donde el general (Justo José de) Urquiza venció al tirano Juan Manuel de Rosas», lanzó Milei.
Y agregó: «Urquiza puso en marcha la Constitución de (Juan Bautista) Alberdi, cuando se anexó la provincia de Buenos Aires (sic) en 1860, de ser un país de bárbaros, treinta y cinco años nos convertimos en primera potencia mundial, abrazando las ideas de la libertad». Dejando a un lado la particular apreciación histórica del libertario, su comentario dio pie a respuestas de todo tipo, por ejemplo del Instituto Rosas que lamentó las palabras de Milei que fomentan «el odio y la violencia». Pero también dio paso a otra pregunta: ¿qué fue la Batalla de Caseros?
Caseros, un quiebre en la historia
«Si más no hemos hecho en el sostén sagrado de nuestra independencia, de nuestra integridad y de nuestro honor, es porque no hemos podido (…). Herido en la mano derecha y en el campo, perdonad que os escriba con lápiz y en una letra trabajosa». Las palabras de renuncia de Juan Manuel de Rosas marcaban el final de una era. Minutos después abordaría el buque de guerra Conflict rumbo a Inglaterra. Significaba el fin de una era que duró más de dos décadas y que se resolvió como supo hacerlo fatalmente este país en el siglo XIX: por las armas.
El 3 de febrero de 1852 tuvo lugar uno de los combates decisivos de la historia del siglo XIX en América del Sur: la Batalla de Caseros, una bisagra de la historia argentina.
Hacia fines de los años ’20, Buenos Aires se constituyó en el Estado provincial más poderoso, tanto económica como políticamente. Rosas fue su gobernador en dos ocasiones (1829-1832 y 1835-1852), y adquirió una centralidad, poder e influencia única a través de las distintas provincias que desde la caída del Directorio en 1820 se manejaban como Estados autónomos.
Construyó un orden otorgándole más lugar a las clases ganaderas y mercantiles de Buenos Aires, sector que él mismo integraba; y tomando posturas en defensa de la soberanía ante potencias extranjeras, como en la Vuelta de Obligado. Y fue acrecentando los recursos de la provincia gracias al control del puerto y la aduana de Buenos Aires.
Los planes de Rosas crearían tensiones con los proyectos de otros grupos políticos, sociales y económicos. En su mayoría, poco organizados. Sin embargo, una región emergió como la más confrontativa con el rosismo: el Litoral, con sus intereses agropecuarios que reclamaban un mayor lugar.
Así como Rosas pugnaba por un orden interno (y fue uno de sus grandes atributos que lo hicieron perdurar tanto tiempo) en el frente externo se mostraba como un defensor de los intereses nacionales, llegando a tener que enfrentar a las máximas potencias mundiales, como Francia e Inglaterra. Algo que le hizo valer el apoyo de patriotas como San Martín y Belgrano. Pero también cosecho enemigos, incluso en la región. En 1851 la Confederación Argentina y el Imperio de Brasil rompieron relaciones por conflictos con la Banda Oriental.
Cada año Rosas presentaba su renuncia a la conducción de las relaciones exteriores de la Confederación, argumentando razones de salud. Sabía que nadie se la aceptaría. Hasta que en mayo Justo José de Urquiza, gobernador de Entre Ríos (y aliado de Rosas por 15 años), hizo público un “pronunciamiento”: se hacía cargo de las relaciones internacionales de su provincia, y reclamaba un Estado nacional y una constitución.
A comienzos de 1852, el Río de la Plata se encaminaba hacia la batalla más importante de su historia: 50 mil hombres armados, divididos casi en partes iguales por cada ejército. Las tierras de la estancia Caseros, en El Palomar, donde hoy se encuentra el Colegio Militar de la Nación, se constituyeron en el campo de batalla, en las afueras de Buenos Aires. El 25 de enero el ejército rosista reunió sus unidades en el campamento de Santos Lugares, mientras el Ejército Grande, conformado por fuerzas de Entre Ríos, Corrientes, Brasil, la Banda Oriental y porteños, avanzaba hacia su encuentro. Para la concreción de ese ejército, Urquiza apeló a empréstitos que quedarían a cargo de la Confederación.
El 3 de febrero, al amanecer, Urquiza ordenó iniciar la marcha al campo de batalla. Ambos ejércitos quedaron ubicados en línea, uno frente a otro, a lo largo de más de 4 kilómetros. Hacia las 7 las fuerzas al mando del gobernador entrerriano se posicionaron, y alrededor de las 10 ordenó a su caballería iniciar el ataque contra la caballería enemiga, ubicada en el flanco izquierdo. Logró la victoria rápidamente.
«Es la batalla más grande que haya ocurrido en territorio argentino y, hasta ese momento, era la más grande de la historia de Sudamérica«, explicó tiempo atrás el historiador Alejandro Rabinovich, editor de «Caseros: La batalla por la organización nacional» (Editorial Sudamericana). Y agregó: «Todo en ella es espectacular, desde la inmensa carga de caballería inicial hasta los combates en El Palomar o el desbande final».
A continuación, las unidades de infantería del Ejército Grande ubicadas a la derecha atacaron y tomaron ese flanco. Luego se sumó la infantería por el centro. Las tropas de Urquiza avanzaron sobre la casa de Caseros y El Palomar, masacrando soldados desarmados y heridos, mientras que otros fueron tomados prisioneros. Rosas logró escapar escoltado por un grupo de soldados. Llegó a la ciudad, renunció a su cargo, se contactó con el cónsul inglés, Robert Gore, y se exilió en Inglaterra, donde viviría un cuarto de siglo hasta su muerte.
Pasado el mediodía de ese 3 de febrero de 1852, la batalla había terminado. El Ejército Grande tomó prisioneros, armamentos y caballos. ¿Quién fue el encargado de redactar el boletín del Ejército Grande? Domingo F. Sarmiento.
Lo que siguió en lo inmediato fue el saqueo de la ciudad de Buenos Aires por soldados dispersos. Urquiza comenzaba a tomar el control de la situación, asentado en la misma estancia que fue la residencia de Rosas en los entonces Bañados de Palermo, donde hoy se ubica uno de los mayores parques porteños: Tres de Febrero. Como en cada caída de líderes populares de la Argentina, lo que siguió fue el ataque a seguidores y la búsqueda de borrar de la historia su huella y su legado. Al punto de que Valentín Alsina, al frente de «la revolución» del 11 de septiembre de 1852, declaró como bienes públicos las posesiones de Rosas. Algunas se subastaron, otras se regalaron.
Caseros marcó el final del rosismo, el comienzo de un Estado argentino con una Constitución y el modelo de una república federal, con libre navegación de ríos, el ingreso masivo de inmigrantes y de capitales trasnacionales; aunque las luchas entre las provincias y Buenos Aires que perdurarían hasta 1880, cuando se produjo el último levantamiento y enfrentamiento de Buenos Aires contra el Estado nacional, por la declaración de la Ciudad de Buenos Aires como la Capital Federal. Podría decirse que el concepto de «Granero del Mundo» nació en Caseros. Y no por nada es citado hoy por las fuerzas libertarias.
Tres años antes de aquel enfrentamiento entre Buenos Aires y el Estado nacional (en 1877) moriría Rosas, siete años después de Urquiza. Antes de su muerte, Rosas escribió a modo de testamento político: «Las circunstancias durante los años de mi administración fueron siempre extraordinarias, y no es justo que durante ellas se me juzgue como en tiempos tranquilos y serenos».
Un triunfo que hipotecó el futuro de las provincias
En mayo de 1851 Urquiza selló el pacto con Brasil, que se sumaba a la Banda Oriental y Corrientes. El emperador Pedro II le daría infantería, caballería, artillería, y también «en calidad de préstamo la suma mensual de cien mil patacones por el término de cuatro meses», estableció el acuerdo entre las partes.
El gobernador de Entre Ríos quedaba obligado a obtener del gobierno que sucediera inmediatamente a Rosas, «el reconocimiento de aquel empréstito como deuda de la Confederación Argentina y que efectúe su propio pago con el interés del 6% por año. En el caso, no probable, de que esto no pueda obtenerse, la deuda quedará a cargo de los estados de Entre Ríos y Corrientes, y para garantía de su pago, con los intereses estipulados». Entre Ríos y Corrientes «hipotecaban» sus rentas y terrenos públicos. Esto generó tensión con otras provincias. En Córdoba acusaron a Urquiza porque «se había prostituido a servir de avanzada al gobierno brasileño”.
La Batalla de Caseros dio pie al ascenso de clases políticas y económicas liberales. Y también a una desigualdad creciente, con sectores sociales populares excluidos. Y un devenir del sentir nacional. Uno de los primeros arrepentidos de Caseros fue el propio Urquiza, que en una correspondencia con Rosas años después, le valorará su «defensa de los derechos de soberanía e independencia nacional”; y le escribirá: «Toda mi vida me atormentará constantemente el recuerdo del inaudito crimen que cometí al cooperar a la caída del General Rosas. Temo siempre ser medido con la misma vara; y muerto con el mismo cuchillo, por los mismos que por mis esfuerzos, y gravísimos errores, he colocado en el poder”.
Hasta llegó a decir que fue víctima del vapuleo político por parte de las fuerzas con las que se alió en contra de Rosas. Y le confesaría al representante británico Gore, durante el Acuerdo de San Nicolás: “Hay un solo hombre para gobernar la Nación Argentina, y es Don Juan Manuel de Rosas. Yo estoy preparado para rogarle que vuelva aquí”.