Faltaba solo un mes para que el mundo cambiara. Nadie lo sabía, ni siquiera el murciélago. Una noche de noviembre de 2019, estrellas, dirigentes, periodistas, empresarios se reunieron en una gala de la Galería Nacional de Retratos del Smithsonian en Washington para celebrar el ingreso de seis nuevos retratos a la colección permanente de la galería. Uno era el de en ese momento la persona más rica del mundo, el creador y CEO de Amazon, Jeff Preston Bezos.
Su discurso de agradecimiento cumplió con toda las reglas de este tipo de eventos: la ropa de gala pero con el gesto descontracturado, la risa sobre sí mismo, la falsa modestia y el modo casual no ostentoso de los mega Multi millonarios TECH modelo Siglo XXI.
La multitud adinerada aplaudió. Pero ya no era inicios de Siglo; el XXI ya estaba entrado en años, era adulto y la inocencia de los inicios de la triple W no corría ya. Brad Stone, en su libro Amazon Unbound, Jeff Bezos and the inventor of a global empire, cuenta sobre aquella noche que detrás de la aclamación se notaba que “los sentimientos hacia Amazon y su CEO en medio del vigésimo sexto año de la compañía eran mucho más complicados. Amazon estaba en auge, pero su nombre estaba manchado. Dondequiera que hubo aplausos, también hubo críticas discordantes”.
Amazon era (es) la Meca del emprendedorismo pero el patrimonio neto de su creador y los conflictos laborales en sus almacenes -que se agudizarían y se expondrían durante la pandemia- eran el elefante de la distribución asimétrica del dinero y el poder en el mundo ingresando a la escena. “Amazon ya no era solo un negocio inspirador”, dice Stone.
Hoy Amazon vende casi todo lo que puede venderse, es uno de los más importantes combustibles de internet, transmite, produce y distribuye televisión e ingresa a los hogares a ese robot tan Years and years llamado Alexa. Y esa es solo la punta del iceberg Bezos porque Amazon es su marca madre pero es apenas la puerta de entrada al emporio: un mega grupo como todos los Godzilas digitales. Por encima de los poderes de los Estados.
Hace tan solo 30 años era solo una idea en el piso 40 de un rascacielos en el centro de Manhattan. Bezos era uno de los más que bien pagos del fondo D E Shaw de Wall Street. Dejó ese universo para iniciar un negocio a priori menor: una librería online. Era 1994, la era de piedra de Internet y con su esposa MacKenzie cruzaron el país para instalar en un garage de una casa de tres ambientes de Seattle lo que inicialmente se llamó Cadabra, un nombre que además de cadáver en ingles le supo a poco. Así fue que nació Amazon, con el nombre del río más grande de la Tierra.
Los ceros de las fortunas de estos mega multimillonarios son obscenos. Bezos fue la primera persona en superar los 100 mil millones de dólares en la lista Forbes de los ricos del mundo. Desde 2015 a hoy ha estado siempre en el top five de esa revista. Pero, al decir del siempre enorme Aldo Ferrer, lo más importante de estos mega poderosos de las TECH no es tener dinero sino tener poder.
El emporio Bezos encabezado por el monstruo Amazon es tan enorme que podemos dar una pista gráfica aquí mismo: esta nota tiene alrededor de 10 mil caracteres. Solo el listado de las empresas con una mínima explicación de ellas superaba los 12 mil.
Amazon es la joya de la corona y de ahí nacen Amazon Web Services (AWS), amazon.com, Amazon Prime. Le siguen The Washington Post, Blue Origin, la competencia directa de SpaceX, Uber, Airbnb, Plenty, Lookout (ciberseguridad), Juno Therapeutics y Grail (tratamientos de cáncer) Fundbox, EverFi, Whole Foods, Zappos, Songza, Twitch, Alexa, Business Insider, Audible, DOMO, IMDb, Workday, Twitter, Publisher, Kindle Rethink Robotics, Stack Over Flow, Goodreads, Kiva y Remitly, entre otras, sumadas a los 29 brazos de Amazon que incluyen libros, comida, música, películas, productos hechos a mano, TV, tablets, su participación en Google y las dos bases de cambio geopolítico y de comportamiento humano como son las nubes y Alexa.
Muchas de las marcas de este listado no están en la memoria cercana de los argentinos pero forman parte de la nueva lógica de moldeado de comportamientos de estos mega imperios. Una de ellas es AWS, la nube.
Amazon Web Services es uno de los depósitos más grandes de la memoria de la humanidad. La vida digital (es decir, la vida) de empresas como de personas están ahí.
Como dice Edward Snowden en Vigilancia permanente, “Mi generación fue la última sin digitalizar, la última cuyas infancias no están en la nube, sino en formatos analógicos como diarios escritos a mano, Polaroids o VHS, objetos tangibles e imperfectos que se degradan con el tiempo y pueden perderse sin remedio”. Nuestras memorias actuales no pueden perderse, ni mojarse, ni quemarse. Pero pagamos un costo: tienen dueño. Uno de ellos es Jeff Bezos.
Hace ya tiempo que la nube es bastante más que un depósito de la World Wide Web. Es un inmenso sistema que además de almacenar monumentales bases de datos posee algoritmos de aprendizajes. «Amazon.com creó AWS para permitir a otras empresas disfrutar de la misma infraestructura -dice Amazon de Amazon- y ahora sigue democratizando las tecnologías poniéndolas al alcance de todas las empresas”. Como dice Marta Peirano: Cuanta más información de otros procesa, más aprende el algoritmo de Amazon y más poderoso es.
Y el asunto es que los estados se encuentran entre los clientes que más necesitan este tipo de almacenamiento. Amazon ganó varios contratos con la Agencia Geoespacial, la CIA y la NSA para desarrollar un «entorno de fusión de big data». Dell (la tercerizada en que trabajada Snowden para la NSA) y HP fueron descartadas como contratistas y en su lugar la agencia firmó con Amazon.
Este año el Pentágono canceló un contrato de 10 mil millones de dólares, adjudicado a Microsoft frente a Amazon, lo que generó una tremenda batalla entre estos dos monstruos. En 2019 el Departamento de Defensa de los EEUU había dejado afuera a la empresa de Bezos. En ese momento, Bezos mantenía un fuerte enfrentamiento con el entonces Presidente Donald Trump.
La Comisión Federal de Comercio de Estados Unidos está en este momento analizando bajo la legislación de antimonopolio el negocio de computación en la nube de Amazon.com Inc.
El contrato, llamado Empresa de Infraestructura Conjunta de Defensa (JEDI, en inglés), tiene como objetivo sustituir los sistemas de almacenaje propios por los de datos en la nube de gigantes tecnológicos. Hoy ningún estado está en condiciones de almacenar semejante cantidad de información. Ni siquiera el país más poderoso de la Tierra, EEUU puede, Bezos sí.
¿Suena aterrador? Pues lo es.
También lo es bastante la figura del robot inteligente. A veces es tierno cuando escuchamos a alguien preguntarse qué nos deparará la inteligencia artificial como si se tratara de algo del futuro. El futuro llegó hace rato y tiene nombre de mujer: Alexa, en este caso.
Desde 2015, las navidades son el fuerte de Alexa. El primer dispositivo fue el cilíndrico Echo, un altavoz cuyo éxito fue tal que Apple, Facebook y Google lanzaron sus versiones propias.
El mundo del control por voz se abría camino y el cambio que se generó fue similar a la migración de las PC a los dispositivos móviles. No les fue mal: el 25% de los hogares estadounidenses tienen al menos un dispositivo Alexa. Pero si bien habían generado el cambio cultural, los usos de Alexa no se expandieron: solo quedó en la reproducción de música y la configuración de los temporizadores de cocina o luces.
Uno de los inconvenientes con Alexa fue la vulneración de la privacidad. Se supo que Amazon revisa fragmentos de audio para mejorar el software y hubo incidentes de reenvío de audios a contactos. Pero no ha sido por eso que las ventas no explotaron: el público no encontró en Alexa una necesidad. Sin embargo, la empresa, lejos de detenerse acepta que por un tiempo solo crecerá en 1,2% anual y sigue apostando a la tecnología por voz de la que son pioneros. “Como la mayoría de las tecnologías -dicen- se necesita tiempo para marinar. Dentro de 5 o 10 años la gente usará Alexa para mucho más que esas tres cosas”. Así es que Amazon mantiene a las 10 000 personas que trabajan solo en Alexa y mantendrá la inversión. Porque aquí también se aplica la máxima de Ferrer.
Los trabajadores son el sujeto más invisibilizado del mundo Tech. De hecho, había una certeza: Silicon Valley iba a jubilar los sindicatos. Sin embargo, en la gig economy las reconfiguraciones del mundo laboral encendieron la mecha en las Start up. Uber, Glovo, Google y por supuesto Amazon tuvieron sus conflictos y sus consecuentes intentos de sindicalización.
El control de algoritmos en el ámbito laboral fue el principal foco de problemas en Amazon. Entre 2017 y 2018 hubo varios despidos en una de las plantas de la empresa debido a lo que indicaba el software de productividad. «El sistema de Amazon rastrea las tasas de productividad de cada trabajador y genera automáticamente advertencias con respecto a la calidad o la productividad sin la participación de los supervisores», relataba el documento que inició la denuncia.
El conflicto se extendió pero las pésimas condiciones de trabajo y la arenga de Joe Biden acerca de que los trabajadores deberían tener la posibilidad de afiliarse a un sindicato no fueron suficientes para el inicio de agremiación en Amazon.
En la planta de Bessemer, Alabama, se votó. Solo 738 trabajadores lo hicieron a favor de agremiarse en el RDWDSU, Retail, Wholesale and Department Store Union, el sindicato de minoristas, mayoristas y grandes almacenes pero 1798 dijeron que no. De haber tenido éxito, la campaña sindical habría significado que Amazon (uno de los mayores empleadores del mundo, con 1, 2 millones de trabajadores, la segunda empleadora más grande luego de Wall Mart) debería sentarse a negociar condiciones, reglas laborales y salario con dirigentes sindicales.
Pese a perder en la votación, el impacto de lo ocurrido en Bessemer se ha extendido al mundo. En el momento en que se votaba en los EEUU, Alemania, Italia y el Reino Unido tuvieron huelgas en solidaridad con los trabajadores de Amazon.
Este Godzilla es hoy un laboratorio de prueba de qué sucederá con los regímenes laborales en el futuro. Y más allá de los almacenes de Amazon. Porque con las Tech no se trata solo de dinero; es una disputa por los comportamientos de la humanidad toda.
Esta serie de notas se realiza con el apoyo de la fundación Friedrich Ebert Stiftung