Iglesias evangélicas, un culto que crece en los márgenes

Por: Javier Borelli

Los evangélicos ya son el 15,3% de la población argentina. Mientras sectores progresistas señalan sus posturas antiderechos, expertos en religión destacan su rol social en los barrios vulnerables, y vinculan su reciente expansión a las políticas excluyentes de un Estado ausente.

En los últimos once años las personas que se reconocen evangélicas aumentaron un 70% en la Argentina y ya son casi siete millones. Ninguna otra creencia o actitud religiosa creció tanto en el país en este período, según se desprende de la segunda encuesta nacional realizada por el Programa Sociedad, Cultura y Religión del Conicet, presentada esta semana. Su aparición en la escena pública en el marco del debate por la legalización del aborto y su defensa de los valores de la familia tradicional encendieron la alerta de los movimientos políticos que impulsan la ampliación de derechos. Sin embargo, desde hace años que sus iglesias hacen un trabajo imprescindible para paliar las consecuencias de la exclusión en los sectores de menores ingresos y, por tanto, se transformaron en interlocutores centrales del Estado. En diálogo con Tiempo, tres investigadoras e integrantes del Programa plantean la importancia de entender el fenómeno y los riesgos de su estigmatización.

Un fenómeno popular

«No se trata de entender a los evangélicos. Sino a los sectores populares», comienza su explicación Mariela Mosqueira, investigadora y profesora de la UBA especializada en el fenómeno evangélico en América Latina. «El 54% tiene hasta secundario incompleto y el 90% fue a escuela pública. La gran mayoría vive en hogares de cinco personas, y el 40% de los que integran la población económicamente activa no tiene trabajo», agrega. Pero entre los que tienen empleo, la precarización es la norma: sólo el 30% está registrado. La foto de la pobreza se completa con dos datos que hablan de su calidad de vida: el 40% no tiene cobertura de salud y el 60% no tuvo vacaciones en el último año.

Por qué crecen más en los sectores populares en momentos de crisis social, se pregunta Mosqueira. «Porque reafirman los valores donde encuentran un salvavidas ante la crisis. Las iglesias sirven para afianzar identidades en estos sectores que están sufriendo y llenarlos de sentido». De esta manera, «los evangélicos crecen donde nadie quiere poner los pies: la cárcel, la gente con consumos problemáticos, etc. Entonces, cuando el Estado quiere armar una política, tiene que articular con ellos».

Los últimos censos dan otro parámetro para ver la relación de las políticas económicas con el crecimiento del evangelismo. «Los datos de fines de la década del ’90 daban un 9% de personas que se reconocían evangélicas. Esas cifras eran iguales a las de nuestra primera encuesta nacional de 2008. Ahí se veía un amesetamiento que podía relacionarse con los gobiernos progresistas. Pero ahora, cuando el Estado se retira, vuelven a crecer», cierra Mosqueira.

La mujer y la familia

Los evangélicos que asisten a la iglesia al menos una vez por semana casi quintuplican a los católicos más practicantes. También son el doble los que dicen leer la Biblia durante el año, y tres veces más los que misionan o predican. Esa «militancia» suele ser vista con especial preocupación por los no creyentes, quienes desconfían de esa institución más que de ninguna otra.

«La paradoja es que los más intensos, los que van más a las marchas, son los no religiosos. Pero muchos no lo vemos así porque pertenecemos a ese grupo», plantea Sol Prieto, becaria posdoctoral del Programa y docente en la UBA y la Universidad de San Andrés. Y en orden de romper mitos, el siguiente es el del rol subordinado que los evangélicos le otorgan a la mujer. Según la encuesta, quienes profesan el  evangelismo son los que más defienden el planteo de que «el único matrimonio válido es el del hombre y la mujer», y que «la mujer debe permanecer al cuidado de los hijos». El matiz que añade Prieto, que se especializa en temas de política y religión en América Latina, es que la forma de vinculación en las iglesias evangélicas es la familia, y quienes están a cargo de ella son las mujeres. «Ese lugar, que puede ser subordinado para unos, puede ser de poder para otros. La mujer es la que une y la que da vida», explica.

Ni derechas ni izquierdas

«Es realmente muy cómodo pensar que si la sociedad se mueve a la derecha es por el crecimiento de los grupos evangélicos. Pero si te centrás en ese 15% de la población te estás perdiendo entender las causas de ese movimiento», plantea Prieto.

En esa lectura de la peligrosidad de los grupos evangélicos tuvo mucho que ver el apoyo que en Brasil le dieron a Jair Bolsonaro en su llegada al poder. Pero ahí la coordinadora del Programa, Verónica Giménez Béliveau, propone otra mirada. «Los pastores en la Argentina funcionan como líderes barriales que no van a constituir partidos políticos sino que acuerdan con los existentes. Los liderazgos religiosos son territoriales y por eso son buscados por los partidos». Eso se desprende de un sistema político que, según explica, es más fuerte que el brasileño. El dato de que los movimientos evangélicos hayan apoyado a Lula en su llegada al poder y que Bolsonaro haya pasado por ocho partidos antes de su presidencia también lo demuestra.

Para Mosqueira, el hecho de que «la derecha» haya sido más efectiva en atraer a los evangélicos se vincula con cómo las izquierdas dialogan con estos sectores. «Ven a la religión como el opio de los pueblos pero se olvidan de la segunda parte de la frase, en la que destaca que también es el grito del oprimido. Y muchas veces no se plantea el diálogo con ese grito». Por eso propone un giro: «Es la derecha la que adoptó un discurso religioso para legitimarse y articular con las bases populares. Si eso se nos pasa por alto, lo que hacemos es acorralar a los evangélicos».

Prieto acuerda. «Es clave sacar a los evangélicos del lugar de otredad total en el que algunos sectores de la izquierda o el progresismo cultural lo ponen. La diferencia en temas como el aborto te obliga a ponerte en contacto por los temas en los que estás de acuerdo. Porque, por ejemplo, hoy el Estado no tiene nada en tratamiento de adicciones, y los evangélicos sí».

Giménez Béliveau acuerda y plantea una advertencia de cara a la construcción política en casos como el del aborto. «Si se sigue radicalizando el discurso antievangélico, eso va a terminar arrastrando a sectores que hoy son tibios y que, por ejemplo, podrían no estar a favor del aborto por cuestiones éticas, pero que podrían hablar a favor de una eventual despenalización».

Diálogos posibles, más allá del color del pañuelo

La fotografía de los grupos evangélicos manifestándose en contra de la legalización del aborto funciona hoy como emblema principal del estigma derechista que se le atribuye a esa comunidad religiosa. Fortunato Mallimaci, director del Programa Sociedad, Cultura y Religión del Conicet, suele decir que en durante aquel debate parlamentario los evangélicos pusieron la calle y los católicos pusieron el lobby. Pero en la estrategia política para que la interrupción voluntaria del embarazo sea ley es necesario que se entienda la complejidad de cada movimiento.

«Si se sigue haciendo una visión dicotómica entre religiosos a favor y en contra del aborto vamos a terminar encerrados en una minoría sin tender puentes para que la ley salga», explica Verónica Giménez Béliveau, coordinadora de ese programa. «Hay sectores de la sociedad civil que van a estar en contra y que pueden expresarse. Pero no es lo único para discutir. Quizás en el aborto no vas a encontrar anclaje. Pero en adicciones o ayuda social podés encontrar espacios de diálogo. Porque incluso en el mundo evangélico hay mucha gente dispuesta a negociar», añade Mariela Mosqueira, investigadora especializada en el fenómeno evangélico.

Las dos encuestas nacionales sobre creencias y actitudes religiosas muestran el logro de los movimientos feministas. Entre 2008 y 2019, la proporción de personas que creen que «una mujer debe tener derecho al aborto siempre que así lo decida» prácticamente se duplicó (de 14,1 a 27,3%), mientras que las personas que se oponen se mantiene casi igual (subió de 16,9 a 18,7 por ciento). Por eso, plantean, el camino es el de la integración y no el de la estigmatización. «En violencia de género, por ejemplo, los movimientos evangélicos despliegan mucho trabajo en el territorio. Las organizaciones feministas han avanzado en concientizar en sectores medios e ilustrados. Pero debería articularse con los grupos evangélicos en los sectores populares. En esos canales está el camino del diálogo», concluye Mosqueira.

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