Francesco Tonucci: «Sea presencial o virtual, hay que pensar otra escuela»

Por: Gustavo Sarmiento

El pedagogo critica que la escuela en pandemia siga siendo "solo de clases y tareas" y que "frente a abrir o no abrir, lo importante es el cómo". Reclama que se escuche a los niños en los temas que los afectan, y se tengan en cuenta sus entornos y sus vidas al momento de enseñar.

Son tiempos de hablar de las niñas y los niños, la escuela, demagogias, extremismos. Grupos de mamis como una nueva militancia pandémica, el Gobierno de la Ciudad insistiendo con la presencialidad en medio de récord de muertos, y medios citando a especialistas y padres que hablan de un supuesto “trauma” de los más pequeños por no asistir a las aulas durante el mayor pico de una pandemia que no se recuerda en el último siglo. En el medio, los niños. A los que, paradójicamente, nadie les preguntó qué pensaban.

Si hay alguien que conoce qué razonan y proponen jóvenes de diferentes partes del mundo es el reconocido pedagogo Francesco Tonucci, autor del proyecto La Ciudad de las Niñas y Niños, que tiene representantes en Argentina. Tonucci vive en una Italia que recién en abril reabrió las escuelas, y en el secundario aún hacen modalidad mixta. Esta semana el Ministerio de Educación de ese país (donde una revista científica advirtió que las clases presenciales incrementaron los casos) prometió que abrirán completamente en septiembre, 18 meses después del inicio de la pandemia.

Tonucci volvió a pisar Roma recién el miércoles, tras diez meses de aislamiento en Cervara di Pontremoli, al norte de la Toscana. Se esperanza con que los contagios están a la baja, pero frena el optimismo: “Aunque no tanto como esperábamos, el temor son las nuevas cepas”. Y entonces la charla se centra en lo que más le importa: que se escuche a los niños sobre los temas que los afectan, y que se piense la escuela a largo plazo, porque más allá de la presencialidad o virtualidad, “ya funcionaba mal antes del virus”.

–Se debate sobre los niños pero no se los escucha.

–Es así, pero es un problema mundial. Se les reconocen derechos públicamente, todos los países del mundo ratificaron la Convención de Derechos del Niño, menos Estados Unidos, que no puede aprobarla porque tienen algunos estados con pena de muerte para menores de 18, y en ningún país se los consultó. El artículo 12 lo dice claro: los niños tienen derecho a expresar su opinión cada vez que se tomen decisiones que los afectan. Y sus opiniones deben ser tenidas en cuenta. Con el tema de la escuela es muy evidente, si se los consultara seguro habrían dicho que no quieren una escuela que sea solo de clases y tareas, porque esta fue la escuela de la pandemia en casi todo el mundo. Se hizo virtual o se mantuvo presencial la escuela que menos funcionaba. Lo que me hubiese gustado es que los ministerios de Educación de los países avisaran: «Por favor, suspendan los programas, ahora el programa urgente es ayudar a los niños a entender lo que está pasando, y escucharlos a ver qué están viviendo y cómo lo están viviendo». Los maestros pueden ser expertos en el escuchar. Por lo cual, frente a este debate de abrir o no abrir, lo importante es el cómo: si se abre la escuela, que sea de otra manera. Con nuestro proyecto de Ciudad de los Niños convocamos Consejos de Niños en Italia, España, Argentina, Chile, México, y las mismas plataformas digitales que usan las escuelas las utilizamos para escucharlos. Y ahí cambia todo. Les encantó que los llamemos para saber cómo están viviendo esta experiencia, y dieron muchas sugerencias para que la situación sea mejor.

–¿Cómo cuáles?

–Una bastante clamorosa fue en Argentina, ahí tuvimos la escucha importante de parte del gobierno. Estuve en una videoconferencia el año pasado con Nicolás Trotta, en la cual presenté ante más de 200 mil personas la posibilidad de que la escuela, en lugar de seguir con tareas y clases, se dedicara a la casa de cada alumno como laboratorio. Después el Ministerio presentó un cuadernillo muy humilde, que se llama Saberes cotidianos: explorar, jugar y aprender en casa, con decenas de miles de copias repartidas a niños, familias y maestros, especialmente en lugares donde no llegaba la conexión a Internet. Ahí se dice: a pesar de esta situación, igual podés hacer cosas, con la ayuda de tus padres podés aprender a cocinar, cuidar de tus animales o las plantas, leer algo juntos, una serie de consejos y propuestas que, donde se implementaron, los chicos la pasaron muy bien, exactamente lo contrario a las tareas tradicionales. La escuela puede ser buena presencial o virtual, pero debe ser distinta, me interesa cómo es, no la forma. La experiencia de los Consejos de Niños en pandemia fue incluso mejor que antes porque se sentían con mucha más responsabilidad y participaron con mucha más presencia.

–¿Cómo debería ser la escuela pospandemia?

–Durante la pandemia saqué un libro llamado ¿Puede un virus cambiar la escuela?. La respuesta es: no. No lo creo. Es que después la escuela debería ser como la que necesitábamos antes del virus. No era buena antes, seguía siendo una escuela que tenía sus programas, que eran independientes de la vida de los niños. Durante la pandemia ha sido evidente. Los niños siguen con una escuela que les propone estudiar Napoleón o Moctezuma, mientras que a la televisión llegan noticias horrorosas de los muertos, perdieron parientes cercanos y siguen yendo a estudiar dinosaurios. Es clamorosa la diferencia entre la vida y la escuela, y aun en pandemia se sigue con el programa de siempre, por eso no era ni es su escuela. La pandemia fue una lupa para poner en evidencia los límites y defectos de una escuela que va por su cuenta. El artículo 29 de la Convención del Derecho de los Niños dice que la educación tiene que tener como objetivo el desarrollo de la personalidad del niño, de sus aptitudes y habilidades hasta el máximo de sus posibilidades, no que el niño debe adecuarse a las propuestas de las escuelas. Adaptarse a la vida de cada niño. A su experiencia, su personalidad.

–¿Cómo están en Italia? ¿Fue un debate ahí el tema de la presencialidad?

–El debate fue fuerte, como en todos los países. Lo que pasó fue que el gobierno confió en un equipo de expertos sanitarios, que dictaban las condiciones. Cuando aumentaron los casos, se cerraron las escuelas. Muchos pensaban que era el único lugar seguro donde podían estar los chicos, y fue muy fuerte sobre todo para los adolescentes, obligados a vivir con sus padres en esta etapa de la vida en la cual el conflicto es necesario. Pero lo que favoreció el cierre fue todo lo que estaba alrededor de la escuela: llegar, juntarse, los medios de transporte, los chicos iban al mismo horario que los trabajadores, había mucha presencia de personas en los mismos lugares y los peligros parecían demasiado fuertes, por lo cual se interrumpió la didáctica en presencia. Yo no entré en ese tema, pero defiendo que, sea presencial o virtual, sea otra escuela.

–La escuela debe pensarse en su contexto, ¿cómo manejar la contradicción que puede generarse en el niño de ver que ayer hubo récord de muertes y hoy lo están obligando a ir a la escuela?

–Si los involucramos, los niños son conscientes y responsables, mucho más de lo que parecen sus padres; el tema verdadero es que la escuela debería entrar en una óptica distinta. Hoy aquí se discute mucho de cuánto perdieron los niños en este largo aislamiento. Me gustaría que también se preguntara la escuela cuánto ganaron y aprendieron los chicos en este tiempo, porque no tengo dudas de que viviendo diez meses en sus casas con sus padres como nunca antes, debieron desarrollar competencias y capacidades y aprender cosas que ni ellos saben que aprendieron. Sería importante que la escuela se ocupe de eso y no de pensar en cómo evaluar a cada uno. Los niños viven una vida, y cuando vuelvan sería interesante que la escuela les proponga recuperar todo eso que aprendieron a hacer en casa, a convivir con el miedo, el dolor, el luto, a inventarse cosas nuevas para pasar el tiempo, a estar con sus padres. Un niño de España nos decía: en este tiempo aprendí cosas que no olvidaré toda la vida, y al contrario, lo que aprendo en la escuela lo olvido muy rápido.   «

La propuesta que nació de los niños para un servicio esencial

«En este tiempo de pandemia escribí un libro llamado ¿Puede un virus cambiar la escuela? y el último documento que puse fue una carta de agradecimiento de Gabriel Lerner, el director de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia (SENAF), que envió una carta al Consejo de Niños, porque una propuesta que ellos habían hecho él la llevó al gobierno y terminó aprobada como una nueva ley –comenta Francesco Tonucci en diálogo con Tiempo–. Se trataba de una iniciativa sobre el derecho a la conexión para todos los ciudadanos. Los niños reivindicaron Internet como un derecho y servicio esencial de la ciudadanía. Es una evidencia de cómo las palabras de los niños pueden entrar en la política de adultos. La conexión a Internet no puede ser una casualidad de que alguien la tiene y alguien no, debe ser un derecho, y hoy en pandemia es una necesidad. Lo suelo presentar con orgullo en los encuentros en diferentes partes del mundo».

–Recientemente, un fallo judicial avaló la postura de una de las grandes empresas de telecomunicacione (Telecom) diciendo que Internet no es un servicio esencial, y que puede aumentar las tarifas.

–Me parece interesante poner las dos noticias al lado: los niños que reivindican el derecho a la conectividad como propio de la ciudadanía, porque vivieron la experiencia de sentirse excluidos por esa falta de conexión. Para mí, es fundamental, aunque no siempre suficiente, para tener una buena escuela virtual.

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