El sociólogo especialista en autoritarismos analiza el papel de organizaciones de la sociedad civil y partidos tradicionales ante el balotaje, y si existe una falta de representatividad. El rol de las redes y la “copia” de ejes de Bolsonaro y Trump por parte de Milei. El voto no sólo económico sino ideológico y la “irresponsabilidad” de gran parte del sistema político argentino ante el avance de la extrema derecha.
–Ante los resultados del balotaje y con una campaña que incluyó intervenciones no sólo de partidos tradicionales sino también fuertes posicionamientos contra Milei de organizaciones de la sociedad civil, ¿se puede hablar de una crisis de representatividad social?
–El comunicado de organizaciones de la sociedad civil, de ONG como el CELS, a mi modo de ver fue muy importante. Para mí no hay que evaluar la campaña y la intervención de la sociedad civil –en sus dos formas, organizada y capilar (la ‘micromilitancia’)- con el resultado electoral, sino con el resultado de la campaña en sí. La campaña tiene un resultado acotado, incide en alguna medida de un modo marginal. A mi modo de ver, ese resultado fue muy bueno. Una parte de la campaña, en la invitación a votar en contra del candidato de extrema derecha, fue relativamente exitosa en la medida en que se podía incidir en un balotaje, que es blanco o negro. Con una coalición de partidos de derecha enfrente. Porque en el balotaje no se enfrentaba solo a Milei. Estaban Mauricio Macri, Patricia Bullrich. Era una alianza potente. Era prácticamente toda la oposición institucional. Eso tenía una potencia electoral, política. No me quedaría con un juicio sobre lo que se hizo. No alcanzó, había otros factores, el malestar con la situación, angustias muy sedimentadas. Y el modo en que se interpretan y se generan discursos sobre esos malestares. Ahí la imagen es la del país roto que proponían la derecha y la extrema derecha. Esa imagen fue inducida por estrategias políticas y eso fue lo que triunfó. No veo crisis de representatividad en una sociedad donde prácticamente nadie vota en blanco, hay poco ausentismo. Hay que reconocer que Milei es la encarnación de un deseo político ideológico que se fue fraguando a la derecha. Milei representa a esa parte de la sociedad.
–¿Hay un voto ideológico en función de eso, más allá del voto a Milei ante la inflación movido por motivos meramente económicos?
–Sobre todo en el balotaje. Por supuesto hay un voto desconcertado, que reflexionará después de la elección y no antes. Eso siempre pasa. Supongamos que eso sea el 10-15 por ciento, que parece muy significativo y ahí pueden estar los más independientes. Pero el otro 40 por ciento es el más ideológico. Eso es lo que hay que mirar. Y ese programa radicalizado a la derecha en términos económicos, pero sobre todo culturales y de legitimación de la violencia, era un discurso que compartían Milei y Bullrich. Más una propuesta bastante difícil de entender, que está activa, que es el voto que expresa un deseo de destrucción, que se rompa todo, que estalle todo, que si tenemos que ir a la guerra civil habrá que soportarlo (de hecho, en las últimas horas, Macri apeló a los jóvenes mileístas para que salgan a frenar a los “orcos” que “quieran hacer desmanes”). Es un clima del que se nutren las derechas en el mundo. Ese clima cultural de que no se puede pensar ningún problema con un mínimo de racionalidad, no se pueden plantear alternativas ni tener un diagnóstico más complejo de la crisis, sino que la único alternativa es destruir. Esa pulsión encontró representación en un candidato con motosierra.
–¿Cómo incidieron las redes sociales en la construcción de esa representatividad?
–Milei es un producto de la comunicación, de las redes sociales. No digo que sea un efecto exclusivo, pero en términos comunicacionales es el candidato de los streaming y Tik Tok. Tenemos estudios que muestran que su candidatura se nutre de los discursos de odio de modo más significativo que otros partidos. Circula sin filtros el discurso odiante en las redes y eso activa la extrema derecha en la política. Y lo otro es la des-responsabilización de los ciudadanos. Ahí puede haber algo de los jóvenes y sus crisis, la pandemia que los dejó en un lugar difícil, pero también tienen una híper digitalización. Y los actos decisivos no lo son tanto: comunicarse con el otro parece algo sin consecuencias. No tiene solo que ver con el anonimato en redes. Todo el dispositivo implica no pensar en el otro. Eso también da como resultado el tipo de adhesión que consiguió Milei.
–¿La misma lógica operó en otros triunfos recientes de la extrema derecha?
–Jair Bolsonaro (en Brasil) fue el candidato de WhatsApp. En ese momento Whatsapp permitía una viralización que después se reguló. Con Donald Trump (en Estados Unidos), fue (la consultora) Analytica y Facebook. Más la narrativa apocalíptica de que va a emerger un nuevo mito de regeneración violento y nacional. Eso Milei lo copia perfectamente. El discurso de festejo de Milei es una copia de Bolsonaro y Trump. Con esta cosa delirante de volver a ser el país más rico del mundo y casi potencia intergaláctica. Toda esa cosa omnipotente. Es un rasgo cultural y hasta psicosocial de las derechas radicales, ahí no hay ninguna novedad. No es el folclore, es la estructura comunicacional.
–Más allá de las similitudes, ¿qué particularidades tiene hasta ahora el planteo de Milei en comparación a esos antecedentes?
–El gobierno de Milei es una incógnita en términos de caminos y resultados, pero cuenta con los antecedentes de esas otras experiencias, que no fueron exitosas. Lo que me parece importante para lo que viene es, por un lado, señalar que hasta ahora hubo una irresponsabilidad del sistema político. Tenemos un sistema político donde una buena parte, la parte más importante de la oposición, termina aliada a la extrema derecha. Eso no suele pasar en la mayoría de los países de Europa. Hay una incógnita en cómo se van a articular los partidos políticos ante los episodios que pueden volverse más complejos o más intolerantes por parte del gobierno. Cómo va a responder el resto de los partidos con representación parlamentaria. Ojalá ahí encuentren nuevas formas de articular y tejer compromisos para defender cuestiones básicas.
–¿Cómo se articulará eso con lo que pase en las calles?
–En el plano de la sociedad civil, las primeras reacciones me parecieron potentes, creativas, pacíficas. Solo se está postulando formas de discrepar y disentir y oponerse a través de la manifestación pacífica, legítima. Eso es clave. Pero no implica que no sea una oposición aguerrida, que tenga capacidad de poner límites y tejer propuestas. En algunos casos, límites frente a retrocesos. Lo que se está planteando sobre aborto e YPF, por ejemplo. La presión de la sociedad civil va a poder tener dos destinatarios: por un lado va a estar el Ejecutivo; pero Milei no tiene mayoría parlamentaria y ahí va a ser decisiva la presión de la sociedad civil sobre el Congreso. Para que los diputados que se comprometieron con la democracia rechacen las medidas más regresivas e intolerantes. Que las cuestiones fundamentales del pacto democrático no terminen en el juego de la política. Ahí va a ser clave la presión de la sociedad civil. En principio las mayorías para oponerse a Milei parlamentariamente están. En principio. Porque solo una parte del PRO, la que va con Macri, firmó con Milei. Están los radicales, que supuestamente iban a ser oposición, y los de Unión por la Patria. Tienen una enorme responsabilidad. Y estará la presión de sus bases militantes. Hay cada vez más jóvenes, por ejemplo del partido radical, que empiezan a marcar un límite ante la posibilidad de unirse con alguien de extrema derecha. Dentro de los partidos tiene que haber una agitación. Es un momento liminal. Lo dijeron ellos mismos antes de la campaña: es la elección más importante en 40 años. Ahora tendrán que actuar en consecuencia.
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Hace tiempo que tengo la sensación, que mientras la derecha se prepara para la guerra, los sectores de izquierda, nacionales y populares jugamos a los soldaditos. Se trata de tener un proyecto que enfrente la concentración de la riqueza
será bueno ver si el "sálvese el que pueda" q es lo q realmente piensan, vale también para la casta. No nos engañemos, son una casta cerrada y siempre los mismos. El "que se vayan todos" es una farsa, aunque muchos lo querramos. Pero, si quieren comer vidrio. Será a sobrevivir.