A cinco días de los 48 despidos en Clarín AGEA, compartimos un mensaje que expresa el sentimiento de los compañeros y compañeras de nuestra Asamblea. Hace cuatro años, resistieron ante los despidos del 2019 poniendo el cuerpo y el corazón con más de 80 horas de paro. Ahora, por la conciliación obligatoria, nos toca manifestarnos con lo que mejor sabemos hacer: contar historias.
Así se vivió esta semana en las redacciones de Clarín:
Nadie puede escribir. No hay cabeza, no hay resto. Ya nadie puede editar. Nadie lee, nadie mira. No hay fotos que sacar. Ya nadie quiere salir solo. Nos acompañamos unos a otros. “¿Salís?, te espero y bajamos”. Estamos juntos. Ya nadie quiere estar en ese corralito y esperar el chirrido del portero que es la prueba del maltrato, de la complicidad.
Nos falta el abrazo colectivo. También la catarsis en asambleas eternas.
Hay desazón.
A veces bronca.
Al rato, miedo.
¿Otra vez esto? y asoma la impotencia.
Hay abrazos que son virtuales. Reuniones en el pasillo. Y una catarata incontable de “yo no lo puedo creer”. Que el 2019, que el 2000. Que si hubo cartas o mails. Que si otra vez un mes con esa reja. Que cómo fue, dónde lo viste, quién te avisó.
Nos invaden unas ganas insoportables de “normalidad”. De tener un trabajo normal, con un sueldo normal, con un despido normal. Pero ¿qué es normal?
Pero no, los mails, la lista ¿y cuándo me va a tocar a mí?
No hay certezas ni alivio.
Hay CV’s que circulan. Hay mensajes que llegan y son amor. Hay compañía y construcción colectiva. “Sabemos lo que tenemos que hacer”, dijo alguien ese domingo por la mañana y es cierto. Sabemos, lamentablemente.
Detrás de esta conciliación obligatoria, de este tiempo que es caótico, hay un hastío insoportable. Años de lamentarnos pensando en la plata que no alcanza. De armarse de paciencia y de coraje para pedir un aumento en soledad. De participar de asambleas, ruidazos, paros, ceses, juntadas de firmas, cartas a papá noel, reuniones, de movernos. Argumentar, pedir, demandar. Construir un sindicato, escapar de los corruptos.
Los logros se festejan como un mundial pero no alcanzan: una empresa sorda y maltratadora que no respeta ni la ley no puede matarnos la alegría.
Hay microbatallas, micromilitancias y resistencia. No perderse, seguir, el desafío ese. Hacer periodismo como sabemos. Esperar. Luchar.
Una semana y ya no sabemos qué responder al cómo estás. Porque mal, pero bien porque juntos.
Es domingo y hay una valla.