Pasados más de dos años del inicio de la pandemia, crecen las consultas por las consecuencias en niñas y niños: ansiedad, enuresis, y trastornos de la alimentación y del sueño, como terrores nocturnos. La importancia de volver a establecer rutinas y los lazos afectivos.
Mi hija dice que le duelen la panza y la cabeza, no quiere ir al colegio.
Mi nena se volvió a hacer pis en la cama.
En la escuela me dicen que el nene pega, que vea a una psicopedagoga.
Las preocupaciones que arrastran las familias a los consultorios pediátricos no son nuevas, pero se multiplicaron en el último tiempo. A más de dos años del inicio de la pandemia, diferentes especialistas advierten sobre el impacto que el paso del coronavirus tuvo, tiene y tendrá sobre bebés, niñas, niños y adolescentes. Ansiedad infantil, enuresis, trastornos del sueño y de la alimentación; marcas que deja la irrupción de un virus que trastocó el mundo.
“Que no quede invisibilizado. La pandemia está dejando secuelas y vamos a tener que trabajar duro para superarlas”, remarca el pediatra Lucas Navarro, del Comité de Prevención de Lesiones de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP). “Lo que describen las estadísticas internacionales es que aumentó la depresión en niños por efecto del aislamiento, los trastornos de alimentación, el consumo de pantallas. La pandemia golpeó los pilares de la salud mental. Se dio vuelta todo de un día para el otro, eso es terrible para nuestra organización mental. Hizo que los adultos tuviéramos menos paciencia y contención para los niños, porque no somos superadultos. Ahora hay que hacerse cargo de todas las decisiones, más y menos acertadas, que tomamos, de las secuelas. Trabajar juntos los profesionales, los padres, la escuela, para mejorar la contención y acompañar con paciencia y respeto la crianza de los chicos, que ya era un desafío y se exacerbó”, añade.
El impacto más fuerte, coinciden las voces consultadas, se da sobre las y los más chiquitos y en adolescentes, especialmente quienes, en el marco de la pandemia y la cuarentena, hicieron el salto de la escuela primaria a la secundaria.
Tiempo de regresiones
A principios de junio, en el marco de la Semana de la Concienciación sobre la Enuresis Infantil (o incontinencia urinaria nocturna), especialistas advirtieron que esa patología había registrado un “aumento preocupante” desde el inicio de la pandemia. Aproximadamente el 20% de la población infantil de más de 5 años edad la padece. En chicos y chicas de hasta 10 años llega al 7,5 por ciento.
Los trastornos del sueño, las pesadillas, los terrores nocturnos, la vuelta a la cama de mamá y papá y el retroceso en el control de esfínteres fueron consecuencias de cómo la pandemia quebró la nocturnidad en las infancias. Según un estudio realizado por profesionales del Hospital Fernández y publicado por la revista científica de la SAP en base a encuestas hechas a fines de 2020, el 52% de las familias notó un aumento de los episodios de llantos de los pequeños, y una de cada tres dio cuenta de regresiones. El 81% de padres y madres relató haber percibido cambios en la salud emocional de sus hijos e hijas de entre 3 y 15 años.
“No es lo mismo el niño que nació en pandemia que aquel que estaba en proceso de entrar a la escolaridad y ya había conocido ámbitos donde los modos de funcionamiento no solo implicaban otras normas sino que también habilitaban otras posibilidades. Conocer nuevos gustos en casas de amigos, nuevos juegos, los estímulos del encuentro con el otro. Muchos que habían alcanzado formas sociales y culturales hicieron regresiones en lugar de avanzar en esa socialización. Con todo lo que eso implica: por ejemplo, pedir ir al baño en la escuela, el aprendizaje de las pausas, la no inmediatez. Y como encontraron a padres afectados por todo esto, muchas angustias llevaron a regresiones también en los padres. Por ejemplo, llevar a los chicos a la cama cuando antes dormían en su cuarto. O intentar resolver como pudieran situaciones de mucho estrés: excesos de comida, de televisión, de cama”, enumera Alba Flesler, psicoanalista especializada en niñez.
En el caso de bebés nacidos en pandemia, Flesler grafica que “angustias que se van cursando normalmente, como la del octavo mes, que es parte del reconocimiento y de algún modo de acercamiento a lo extraño, se han ido retrasando. No se encontraban ni con los abuelos, y el registro del espacio virtual como si fuera real generó una especie de distorsión de la escena”.
Para Nora Koremblit de Vinavur, especialista en niños, adolescentes y familia de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), “la pandemia hizo estragos y en los chicos las consultas aumentaron mucho. Con muchas dificultades en el lenguaje –no se conseguían fonoaudiólogos para derivar–, en el control esfinteriano. Pero no se puede decir que la pandemia es la única causa de todo esto. Hay que ver caso por caso y entender el contexto familiar, las condiciones socioeconómicas, de aprendizaje”. Y destaca la falta de lenguaje en el ámbito hogareño: “Al estar mucho con los padres, en los chicos chiquitos se sobreentendió lo que estaban pidiendo sin necesidad de hacer el esfuerzo por hablar”. Agrega que el incremento de las consultas se nota más este año. “Ahora está saliendo a la luz. Hay preocupación en las familias, alertas que vienen desde las escuelas o desde los consultorios pediátricos. Hay que trabajar mucho”.
Adolecer en pandemia
Según Flesler, las y los adolescentes fueron los que peor la pasaron: “El efecto que noto en aquellos púberes que empezaron la secundaria en pandemia es que les está costando mucho el regreso a la escolaridad”. Extremada inhibición, desbordes. “Padres y madres que llamaban para decirme que encontraban basura bajo la cama o publicaciones obscenas en las redes. Una serie de desbordes explosivos”.
En las infancias crecieron los terrores nocturnos ante el desconcierto de padres que no saben cómo reaccionar cuando usualmente entre las 0 y la 1 de la madrugada la criatura se exalta, a veces se sienta en la cama, empieza a temblar y gritar en un momento de sueño profundo que parece similar a una pesadilla, pero mucho más dramáticos. Aunque le hablen, el niño o la niña parece ida, aun metida en ese terror causado por cansancio, estrés o angustia. Puede tardar unos pocos minutos o un rato largo, pero pasará. Al día siguiente no recordará nada. ¿Qué se puede hacer? Por lo pronto, establecer rutinas, y reconstruir los lazos afectivos.
Lucas Navarro, de la SAP, señala que en adolescentes, “además de problemas del sueño, de lidiar con cuestiones emocionales y trastornos de la alimentación –como más cantidad de obesidad y constipación–, se cuadruplicaron en Estados Unidos y Europa (donde hay más estadísticas) las consultas por autoagresiones, suicidios y urgencias por salud mental”. Según datos difundidos por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) del país norteamericano, las consultas por presuntos intentos de suicidio entre adolescentes de 12 a 17 años aumentaron en un 26% durante el verano de 2020, y en un 50% durante el invierno de 2021, en comparación con 2019.
“Ahora estamos pudiendo entender mejor el efecto de una situación muy inesperada como fue la pandemia, con medidas desconocidas hasta ese momento. Las consultas que tenemos multiplican lo que antes eran situaciones más naturales del crecimiento. Es algo observable: niños con más dificultades para dormir, más miedos. No es fácil, es un trabajo diario –destaca Josefina Saiz Finzi, psicoanalista de APA y especialista en crianza–. Ahora los encuentros presenciales se hacen como compulsivos: ‘Como no te vi, me tengo que pegotear’. La alegría va cediendo a la angustia de lo que no hice y lo tengo que hacer ya. Además del riesgo de contagios, hay una vulnerabilidad de cada uno que se activa, los miedos recrudecen. Es el proceso en el que estamos ahora, de mucha exigencia. Y estamos agotados”. «
Victoria nació en pandemia. En una familia tucumana que tomaba todos los recaudos para no contagiarse, porque varios de sus integrantes tenían factores de riesgo ante el Covid-19. Pero en mayo de 2022, con la vuelta presencial a los trabajos y la escolaridad, el grupo se contagió. La beba de un año y medio, su hermana de 11 y su mamá terminaron internadas. “Las tenía a las tres en el mismo sanatorio, en distintos pisos. Ahora a mi bebé es una locura darle un jarabe. Tiene pánico. Cuando ve un médico, lo mismo. No le puedo hacer una nebulización o un puf. Así quedó por todo lo que pasó. Porque por protocolo debió estar sola en la sala. Una bebé nacida en pandemia, que estuvo casi dos años solo con nosotros, de la noche a la mañana se vio sola. Atada para que no se saque las vías, con tubos por todos lados. Fue traumático. Y uno del otro lado de la ventana, viendo cómo te mira. No se lo deseo a nadie”, relata su papá, Máximo Dumas. Habla como padre de dos adolescentes y también como docente: “Hay chicos que se aíslan, que no se sacan el barbijo ni al aire libre, que no quieren salir de la casa, y antes no eran así”.
Ramiro (foto) nació seis meses antes de la pandemia con una cardiopatía. Por su condición, vivió en fase 1 desde marzo de 2020. “Tiene un trastorno en el desarrollo del lenguaje. En un principio se creía que era por las convulsiones. Pero en el verano, en medio de nuestra cuarentena eterna, tuvo un poco de contacto con abuelos y vimos que en su retraso tenía alta incidencia el estar encerrados. Decía solo ‘chau’ y ‘no’. En esos tres días arrancó con ‘mamá’, ‘papá’, el nombre de la perra. Vimos claramente que no habla porque no tiene entorno social más que nosotros dos”, dice su mamá, Virginia Montoya. El fin de su aislamiento depende exclusivamente de la vacuna, que hace dos días se aprobó para menores a partir de 6 meses: “Sacarlo sin estar vacunado es poner en riesgo su vida. Si se contagia, tiene un 80% de probabilidades de morir”.
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