Además de los precios, la otra gran queja hacia el tomate (aunque otras frutas y verduras no se quedan atrás) es que ya no tiene el mismo sabor de antes. Para contrarrestar esta amarga realidad, un grupo de investigadores de la Facultad de Agronomía de la UBA creó el proyecto “Al rescate del tomate criollo” que acaba de recibir el Premio del Centro Internacional de Innovación en Tecnología Agropecuaria (CITA), que reconoce el desarrollo tecnológico de empresarios, equipos técnicos y responsables de instituciones públicas y privadas.
“Los tomates recuperados son una innovación y una demanda, y eso fue valorado por un jurado que, en realidad, estaba más enfocado en la maquinaria y a otro tipo de tecnología. Este reconocimiento también es una manera de agradecer al Ministerio de Desarrollo Agrario de la provincia de Buenos Aires, que apoyó el proyecto y le brindó un espacio en la Estación Experimental de Gorina del INTA para continuar con los ensayos y la multiplicación. En el grupo de trabajo estamos muy contentos porque nos empuja a continuar y seguir creciendo”, enfatizó Gustavo Schrauf, profesor de la Cátedra de Genética de FAUBA e integrante del equipo.
El proyecto comenzó a fines de 2018, cuando Fernando Carrari (FAUBA-CONICET) logró acceder a una enorme colección de semillas de tomates antiguos cultivados durante el siglo pasado en la Argentina. Entonces decidió llevarlos al campo experimental de la FAUBA para caracterizarlos productivamente.
“En la Facultad sembramos las semillas originales de variedades antiguas recuperadas, y las recolectamos garantizando su pureza y autofecundación. Conservamos en condiciones de bajas temperaturas y baja humedad las semillas originales, y semillas con pureza garantizada multiplicadas, evitando polinizadores. A través de una masiva degustación se comparó esta colección con tomates actuales producidos de igual modo, y con tomates de verdulería”, contó Schrauf.
Ahí comprobaron la magia: habían recuperado el sabor del tomate criollo, que prevaleció hasta la llegada de la producción “moderna” caracterizada por el uso de otros materiales genéticos: “Estos materiales genéticos además fueron evaluados para su adaptación a un manejo orgánico”, agregó.
Hasta hoy lograron recuperar y multiplicar 191 accesiones que habían sido cultivadas en el territorio nacional entre 1930 y 1960. Las variedades fueron distribuidas en la Feria del Productor al Consumidor de la Facultad de Agronomía a vecinas, vecinos y huerteros. Y también a establecimientos educativos y productores que se comprometen a realizar una evaluación conjunta, con el apoyo de la plataforma digital BIOLEFT, que guarda la información y facilita la comunicación entre productores y mejoradores.
“Entregamos plantines y semillas a productores, huerteros aficionados y a escuelas que se interesaron en el proyecto y nos visitaron en la FAUBA y en diferentes jornadas de distribución de semillas. También un productor de semillas (BIOCHACRA) está realizando la distribución de semillas entre horticultores de distintas provincias de la Argentina. De este modo se ha enriquecido la evaluación de esta amplia colección de tomates antiguos (criollos) y también se difunden tomates con sabor”, explicó Schrauf.
El equipo ya realizó cruzamientos entre variedades seleccionadas por propiedades como su sabor, su larga vida post cosecha y su productividad. También comenzó a utilizar la micropropagación como técnica de reproducción asexual: “Se obtuvieron resultados promisorios, pero se continúa ajustando detalles técnicos para llegar a conseguir plantas con una alta eficiencia”.
Según estiman, los nuevos tomates “con sabor” llegarán a la Feria del Productor al Consumidor en noviembre/diciembre. A partir de esa experiencia, evaluarán el siguiente paso: ingresar a una red de comercialización.
El tomate peronista
“Uno de los reclamos más sentidos que escuchamos quienes trabajamos en mejoramiento genético vegetal, es sobre el tomate. La ausencia de sabor de los tomates que consumimos actualmente es llamativa. Aunque muchas de las causas que explican la falta de sabor se corresponden al manejo del cultivo y a las formas de comercialización, otras seguramente tienen causas genéticas”, escribió días atrás Schrauf para la Agencia Paco Urondo.
En parte intentando recuperar el sabor perdido, un día el docente-investigador Fernando Carrari, de la Cátedra de Genética de la FAUBA, accedió a una enorme colección de 160 materiales genéticos de tomates antiguos de la Argentina que provenían de diferentes Bancos de Germoplasma del mundo. “Cuando los cultivamos y los hicimos degustar fue posible demostrar que dentro de esa colección de tomates antiguos (que llamamos ‘criollos’) estaba el sabor perdido”, comentó.
Algo le llamó la atención a Schrauf: una de las accesiones de un Banco de Germoplasma de Alemania tenía la denominación ‘Perón’. “Además de ser un tomate gustoso, este genotipo presenta un fruto muy carnoso. Comentándolo con investigadores de la UNLa Plata (Amado y McCarthy) ellos realizando una búsqueda de materiales argentinos asociados al tomate platense encontraron en una colección China un material procedente de la Argentina denominado: JDP que fue utilizado en los programas de mejoramiento chinos. Quizás este material genético no fue inscripto formalmente en los registros de Cultivares, pero lo más probable es que haya sido censurado. Buscando inscripciones en la “Reseña de Fitomejoradores y Cultivares de la Argentina” de Kugler y Gorostegui (1969) no aparece el cultivar ‘Perón’”.
El investigador relata que cuando el ingeniero Gino Tomé, profesor de la UBA, fue a inscribir su cultivar de alfalfa un funcionario del Ministerio le comentó que algunos mejoradores habían inscripto sus materiales en los Registros del Ministerio de Agricultura con los nombres del General y de Eva. Como Gino Tomé era antiperonista, rápidamente le dijo al funcionario que él había pensado ponerle el nombre de “General San Martín». Este cultivar de alfalfa inscripto en 1950 sí figura en los registros. “También me comentaron que otro mejorador de tomate que sí era peronista había inscripto tres cultivares con los nombres de ‘Justa, Libre y Soberana’, ese mejorador fue echado en el ´55 y sus cultivares tampoco figuran en los registros”.
“Quizás leyendo qué se hizo durante esos años como políticas públicas comprendamos por qué algunos mejoradores utilizaron nombres que después se prohibieron. Guillermo Santiago Gallardo describe que en 1946 se había comenzado un plan de mejora en tomate, basado en los materiales que cultivaban los productores de la zona bonaerense. Es posible considerar que fue uno de los trabajos más importantes que se haya realizado en la especie ya que se llegaron a evaluar unas 300 mil plantas. En 1948, se crea el Centro Nacional de Investigaciones Agropecuarias, según Gallardo constituyó ‘la concreción de los sueños de algunos profesionales del Ministerio de Agricultura, que imaginaban un gran centro de investigaciones en el país’. El mismo año, también fue creada la División Hortalizas, que impulsó actividades de investigación y fomento de la producción nacional de semillas. Quizás con la censura al cultivar ‘Juan Domingo Perón’, no sólo se prohibió decir un nombre, sino que se quiso acallar una política que pretendía (como decían los otros cultivares censurados) una Argentina justa, libre y soberana”.