Electrofitness, kangoo dance y otras novedades tecno de un mercado que glorifica el cuerpo

Por: Nicolás G. Recoaro

El floreciente marketing de la actividad física apela a complejas estrategias para conquistar el favor de los casi 3 millones de argentinos que se ejercitan regularmente en gimnasios. Aparatos cada vez más sofisticados y apuestas vintage como el regreso de las pulseadas –ahora lucha de brazos– se mezclan en una feria de vanidades con los músculos en primer plano.

Elegantes, de rigurosa etiqueta sport, los visitantes de la exposición Mercado Fitness se pierden en una jungla de fierros, mancuernas, cintas ergométricas, profesionales del marketing y suplementos nutricionales que crece en el Pabellón 6 de Costa Salguero. «Participan más de 50 empresas, hay un ciclo de conferencias y clases abiertas, y tenemos más de 4500 visitantes», revela Guillermo Vélez, responsable de la organización. Periodista especializado en negocios, es una voz autorizada en el floreciente management del fitness nacional. Los números avalan su fervor. «En el país, el sector mueve unos 13 mil millones de pesos. Hoy tenemos casi 3 millones de personas ejercitándose regularmente en gimnasios, y eso sin contar los que lo hacen en otros ámbitos. Casi el 45% de la población realiza algún tipo de actividad física regular», cuenta el joven santiagueño, y agrega: «El consumo del gimnasio era muy estacional, para prepararse para el verano, meramente estético. Ahora es más comprometido, asociado al cuidado de la salud.» Mientras sigue atento cómo dos fortachones de bronceado artificial prueban una máquina de remo indoor, Vélez hace futurología: «En unos años, no tener un estilo de vida activo va a ser tan mal visto como no lavarse los dientes.»
Una acelerada genealogía del fitness revela que la actividad nació durante los ’80 en Estados Unidos. Hija dilecta del aerobic, la disciplina que había sido creada hace 50 años por un coronel de la Fuerza Aérea, Kenneth Cooper, el mismo autor del test que hasta hace algunos años se utilizaba como cruel método de evaluación en los colegios. Aquel experimento con raíces militares fue mutando en diversas prácticas que combinaron en dosis desiguales la música, la coreografía y la pasión por moldear el cuerpo humano, hasta transformarse en un estilo de vida. El término fitness proviene del campo de la biología y significa estar «adaptado o apto». «Lo primero que hay que conocer son las falencias del ser humano –lesiones, malas posturas, sedentarismo–, para saber contrarrestarlas por medio del entrenamiento», afirma Mariano Morillas, creador de un método de alta intensidad. Mientras levanta una pequeña pesa kettlebell, completa: «Hay gente que se acerca y me dice: ‘A mí me gustaría tener este cuerpo’, y me muestran una foto de Cristiano Ronaldo. Y ahí nomás les pregunto: ¿No te gustaría tener antes un poco de salud?» La traducción de fitness también acepta el término «bienestar».

Psicología de las masas
«Impresiona la cantidad de gente que se metió en el fitness en los últimos tiempos», resalta Guillermo Sardi, un curtido personal trainer con más de 30 años en el gremio. Su experiencia en el campo profesional se complementa con la formación académica. «Es una conjunción de trabajo con el físico y la mente. Si la mente no anda bien, el cuerpo no anda bien», advierte Sardi y luego cita al ácido poeta latino Juvenal: Mens sana in corpore sano. «Trabajamos para la salud, y la estética es una consecuencia.» La psicología es otra de las disciplinas en las que Sardi ha incursionado: «Tenemos un 50% de entrenadores y un 50% de analistas.» Utilizando conceptos freudianos, el profe cuenta que sus pupilos hacen catarsis, confiesan sus dificultades y comparten sus alegrías. «Nos enteramos de todo, pero como buenos psicólogos, escuchamos y no hablamos de nada.»
Con una visión más lacaniana, Darío Micillo reflexiona sobre el uso de los espejos en los gimnasios: «Inhiben a la gente y se usan para exponerse. Uno ve que es torpe, que no sigue los pasos.» El entrenador y encargado de marketing de la empresa Zumba Fitness resalta que las clases en la actualidad intentan romper con ese paradigma heredado de la danza clásica. Las rutinas sin espejos y las que se realizan al aire libre son las más convocantes. Micillo arriesga también que el rol del docente ha cambiado: «Antes, el profesor tenía un perfil muy vanidoso, de mirarse mucho en el espejo, muy estético. Y eso va cambiando, por suerte.”

La guerra de los gimnasios
En el espacio dedicado a las clases abiertas, un nutrido grupo de señoritas ensaya golpes rectos dignos de Horacio Accavallo. Piñas van, piñas vienen, las muchachas se entretienen. Desde el escenario, custodiado por dos asistentes y parlantes que escupen música electrónica, un profesor agita a las pugilistas: «Golpes reactivos, vamos… ¡activen, chicas!» María Luz Lezcano se destaca por su preciso uppercut, pero también por la potencia de sus patadas. «El body combat hace que una saque el boxeador que tenemos adentro», confiesa la entrenadora, que llegó especialmente desde Asunción del Paraguay para participar de la expo. «Es una actividad muy completa: combina el boxeo, el karate, el taekwondo y el muay thai», explica. Ataviada con un top atigrado, guantes y calzas haciendo juego, María Luz se pone en guardia para ser retratada y luego tira una patada estilo Bruce Lee en Operación Dragón. Antes de reincorporarse a la rutina de golpes, expresa en guaraní su amor por la disciplina: “Rojaijú, body combat”. 
No muy lejos del espacio donde retumba la música electrónica, suena el heavy metal de Pantera, en el stand consagrado a las pulseadas. Mano a mano, dos grandotes miden sus fuerzas sobre una mesa ligeramente acolchonada. «Es una disciplina con mucha historia. Los vikingos se disputaban las tierras con luchas de brazos», explica con rigurosidad de historiador Adrián Grillo, uno de los referentes de la materia en el país. Comenzó a pulsear como hobby, hace más de 15 años. Hoy tiene 47 y es todo un profesional. «En su momento, la película Halcón, de Stallone, levantó mucho este deporte, aunque era medio bizarra», critica. Grillo vive en Villa del Parque y se gana la vida como maestro mayor de obras, un oficio que «te entrena solo», asegura. «Es fundamental trabajar bien las manos, el antebrazo, el dorsal. Para ser el mejor hay que tener brazo corto y mano grande» y exhibe con orgullo su descomunal diestra. Docente en lucha, alecciona sobre el arte de la pulseada todas las semanas en un gimnasio porteño: «Cuarenta pesos cuesta la clase, y por 100 mensuales, el interesado queda inscripto en la Asociación Argentina de Lucha de Brazos.» Consultado sobre los cracks de la disciplina, Grillo inmortaliza al mediático Arévalo y al eterno «Ancho» Rubén Peucelle, ex miembros de la troupe de Titanes en el Ring. En el parnaso internacional destaca la carrera de John Brzenk, «el mejor de la historia». La contienda entre los hombres montaña llega a su fin en el stand. El pleito se resuelve como caballeros, con un buen apretón de manos.

El futuro ya llegó
La tecnología tonifica su hegemonía en los gimnasios. Suplementos nutricionales, software de entrenamiento personalizado y el electrofitness marcan tendencia. En el local de Just Body, Alexis lubrica con parsimonia los electrodos sectorizados de un traje futurista. «Estimula cada músculo con electricidad. Es furor en Europa», dice, mientras controla en una tablet la rutina de sentadillas que realiza un valiente aprendiz de cyborg. «Unos 20 minutos equivalen a cuatro horas de entrenamiento normal», especula y luego aumenta el estímulo sobre los glúteos del muchacho. «Lo único que no se compra hoy es el tiempo. Con este aparatito lo ganás seguro», cierra.
No muy lejos, calzadas con sus botas de rebote, un grupo de adolescentes baila en éxtasis imitando los saltos de un canguro. Sthella Codas, instructora de kangoo dance, explica que la actividad garantiza un excelente trabajo cardiovascular. Se sabe, la buena salud tiene su precio. Las botas fabricadas en Suiza cuestan $ 6000.
En un stand vecino, una promotora espigada observa impasible la coreografía. Todavía faltan algunas horas para que termine su jornada laboral. La gimnasia forzada de los trabajadores. Montada sobre una moderna bicicleta fija, mata el tiempo pedaleando hacia la nada. «

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