La familia Peña suele veranear, como tanto argentino, en la costa del este uruguayo. Durante muchos años disfrutaron de la paz y la tranquilidad del balneario Guazuvirá, en el kilómetro 57, 5 la Ruta Interbalnearia Liber Seregni, después de Atlántica, antes de Piriápolis y Punta del Este. Pero este año optaron por trasladarse unos 150 kilómetros más, circunscribir la Laguna de Rocha y llegar a La Paloma.
Luciana Mantero, la esposa de Marcos Peña, se adelantó a las vacaciones del Jefe de Gabinete y llegó antes de fin de año. Pero según el diario El País de Uruguay tuvo una desagradable sorpresa: el pasado 29 de diciembre, mientras dormía, ingresaron a la casa y se llevaron un bolso. Aunque luego sólo faltó un tarro de dulce de leche.
La Paloma ofrece menos tranquilidad que Guazuvirá, algo más de movimiento, playas igual de extensas, inigualables atardeceres en el mar, mucho bosque de pino y un centro de tres cuadras sobre la avenida Solari, que ofrece de todo, aunque con menor variedad que los balnearios más conocidos. La familia Peña eligió una casa a unas quince cuadras de allí, sobre la costa, en Las Tres Marías y Acuario, separado a sólo un pequeño médano de las olas. Se trata de La Balconada, la zona más paqueta de ese balneario rochense.
Según el diario uruguayo, Mantero relató lo sucedido en su cuenta de Facebook. De todos modos, repite frases atribuida a la esposa de Peña: «La noche en que empecé a leer El adversario (por cierto, un librazo) y me dormí presa del horror, sonó la alarma (
) Eran las 3 de la mañana. Escuché el ruido monótono pero potente y lo incorporé al sueño: venía caminando por un médano de noche cuando arrancó in crescendo esa alarma chirriante de pulso metálico, como un cascabel que golpea una campana, como el timbre de la escuela que abría en mi infancia el recreo, o lo cerraba».
La mujer de Peña, quien es escritora, autora de una biografía sobre Margarita Barrientos y colaboradora de Clarín, contó que segundos después sintió el ruido de un vidrio roto, justo abajo de su cuarto del primer piso del inmueble, que bajó las escaleras y descubrió que se habían llevado su bolso.
Un robo jamás es una buena experiencia. Llamó a la policía y cuando llegó, encontró que los ladrones habían abandonado el bolso a 20 metros. Tirado con todo revuelto: medicamentos, un quitaesmalte a medio usar, un toallón de dibujo infantil. Faltaba una sola cosa: el dulce de leche Cachafaz que guardaba como un tesoro para el mejor momento de mis vacaciones. Cerró la descripción. «Lo que empezó como un mal sueño, terminó casi casi -poniéndole mucha onda- como un mal chiste. No soy rencorosa pero ojalá los cacos se devoren el dulce de leche y les de un ataque al hígado».