El malbec, cepa de origen francés, llegó a mediados del siglo XIX a la Argentina, donde se adaptó tan bien que -a partir de la producción de muy buenos vinos- se transformó en la variedad emblemática de su producción vitivinícola.
En Burdeos (Francia) se la cultivaba bajo el nombre de cot para la elaboración de los vinos «de Cahors» (por la región), que alcanzaron reconocimiento durante el Imperio Romano, se consolidaron en la Edad Media y se fortalecieron en la modernidad.
La conquista del mercado inglés fue un paso decisivo en la valoración de esta cepa en Inglaterra y en el mundo, pero -hacia fines del siglo XIX- la plaga de filoxera destruyó la viticultura francesa, y cayó en el olvido.
La cepa llegó a la Argentina de la mano del francés Michel Aimé Pouget, un agrónomo contratado por Domingo Faustino Sarmiento para llevar adelante la dirección de la Quinta Agronómica de Mendoza, cuyo proyecto de creación se presentó ante la Legislatura provincial el 17 de abril de 1853, fecha que dio origen al «Día Mundial del Malbec».
A fines del siglo XIX y de la mano de los inmigrantes italianos y franceses, la vitivinicultura argentina creció exponencialmente y con ésta, el malbec, que se adaptó rápidamente a los diversos terruños y se desarrolló, incluso, mejor que en su región de origen.
Así, el malbec argentino permite lograr excelentes vinos que son apreciados y reconocidos por los consumidores a nivel nacional e internacional.