Tiempo reunió a cinco jóvenes del colectivo LGTBIQ para conversar sobre sus experiencias y su forma de vivir lo personal como político.
La situación les obliga a posar. Pero Lía, Leandra, Sasha, SaSa y Tomás hace tiempo que dejaron de hacerlo para los demás. Construyeron su identidad por fuera de la norma y hoy militan para hacer estallar las categorías, por la libertad. “Ya el hecho de pronunciarse puto, torta, trava o trans es una militancia”, dirá Leandra Levine, que hace dos años se transformó en la primera egresada trans de la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini. Su título secundario fue el primer documento oficial que llevó el nombre con el que se siente identificada.
“Soy la Leandra”, se presenta. “Y la construcción de mi identidad fue bastante natural. Gradual también porque así es la construcción de la identidad de género. Nunca me sentí reprimida por mi entorno por suerte porque sé que ese es un problema enorme. Al principio veía y absorbía los tabúes que había socialmente con las personas trans y me asustaba. Pensaba que no quería ir para ese lado, para no ser objeto de burla. Era una persona tímida que no me permitía expresarme porque tenía asuntos que resolver. Con el tiempo pude llevarlo hacia afuera. Ahora, después de mucha cirugía, procedimientos y todo un cambio de mi nombre, mi entorno y de mi forma de ser (porque cambié la forma de expresarme con los demás y la confianza que tengo hacia mí misma), estoy muy, muy feliz donde estoy”, cuenta a sus compañerxs de mesa.
“Yo soy una persona de género fluido y me identifico con una lógica no binaria”, toma la posta SaSa Testa. “No hice el cambio de DNI porque me gustaría que antes de hacerlo existiera una ley de borramiento de sexo/género que me permita la libre elección”, añade quien figura como Sabrina en el registro oficial, pero que también se llama Santiago. De ahí las dos sílabas que componen su nombre. “Mis pronombres son el masculino y el neutro, pero no puedo especificar un momento en el que dije que soy género fluido. Sí recuerdo un día que estaba viendo unos videos en YouTube y encontré una persona a la que le pasaba lo mismo que a mí y que le puso este nombre y me dije: viene por acá. Pero no puedo datar que a partir de tal día, a tal hora, me dejé de definir de una manera y me empecé a autopercibir de otra. Porque siempre lo sentí, siempre estuvo, pero no tenía las herramientas para nombrarlo”, explica.
SaSa tiene 32 años y es profesrx de Castellano, Literatura y Latín. Publicó dos libros en los que reflexiona sobre la educación y la sumisión de lxs cuerpxs. Por eso enfatiza la importancia de poder nombrarse y que las instituciones que regulan la lengua puedan dar cuenta de esa necesidad. “Saben la importancia política de poder nombrarse y ellos mismos dicen que la lengua evoluciona con el uso de la comunidad de hablantes. Entonces tienen que ver que hoy existe una comunidad de hablantes que brega por un lenguaje inclusivo”, añade.
“Yo soy Lía Gara y comparto con SaSa esa cosa interna de nunca haber pertenecido”, recoge el guante a su lado. “Pero de pronto un día me empezó a gustar una chica y lo que empezó como una curiosidad o exploración sexual fue deviniendo en identidad. En el lesbianismo como identidad, que no se trata solamente de que te guste una chica o alguien no binarie. Es una identidad a partir de la cual te construís o pensás con un otre para pedir derechos y acumular construcciones. Pero, sobre todo, es un lugar donde me paro para ver el mundo, para no seguir reproduciendo prácticas patriarcales, prácticas machistas violentas”, define Lía con claridad. “Cuando me preguntan qué soy, digo lesbiana, torta particularmente. Y me preguntan si con eso quiero decir que las lesbianas no son mujeres. Y la verdad que no porque para mí el binarismo de varón/mujer te lleva a seguir reproduciendo el mismo universo. En cambio, el lesbianismo juega otra posición. Sale de esa genitalidad o biología. Es una herramienta para pelearle al patriarcado. Y torta es una reapropiación de un término que históricamente se nos impuso como peyorativo. Es mi manera de decir que soy una lesbiana argentina construyendo en esta sociedad. Soy torta porque soy de barrio, tengo un territorio y vivo en esta sociedad. Soy torta porque elijo un camino popular para construir mi identidad lesbiana.”
Sasha Sacayán escucha a todxs con atención e interviene cuando recibe el testimonio. “Es raro pensar en qué momento uno elige o empieza a hacer la transición. Porque nosotres somos del Conurbano y somos militantes políticos hace muchísimos años. Consideramos que la identidad es política y es una construcción necesariamente ligada al contexto donde uno vive”, explica. “Yo tengo muchos problemas para decir que soy trans porque siento que el término no me abarca. Es una teoría que viene de otro lugar y no la siento propia. Yo me siento más trava que trans. Porque la identidad travesti existe hace muchísimos años y se construye en ese contexto de mucha violencia, de marginalidad, de muchos golpes. Y por eso se convierte en una identidad política ligada a las luchas, al tener que pararte en un barrio y decir qué sos y desde dónde construís”, se planta Sasha, que este año logró la condena a cadena perpetua para el asesino de su hermana, Diana Sacayán. Fue la primera vez que la justicia usó la figura de travesticidio.
“Tengo una familia muy linda, muy hermosa. Pero nunca necesité el consentimiento de ellos para ser. No podía convertirme en quien quería ser sin perder un montón de cosas. Porque no hay nada que transar. Al menos desde el lugar del Conurbano donde me paro. Pero hay muchos compañeros que sólo se hablan en masculino entre nosotros porque a sus familias les permiten que los traten en femenino. Consideran que hay un precio que hay que pagar para seguir siendo querido”, concluye Sasha.
Tomás Ramírez cierra la ronda. “Yo soy de Corrientes y mi viejo forma parte de una fuerza de seguridad, por lo que todo el contexto fue fuerte y movilizante”, arranca. A diferencia de sus compañerxs de mesa, él identifica momentos puntuales en su construcción de su identidad. “A los 14 años empezaron ciertos juegos con mi mejor amigo de la secundaria, pero tuvieron que pasar cinco años para que me preguntara qué me estaba pasando. Coincidió con la finalización del secundario. Ahí vi cómo las dos instituciones, por un lado la familia y por el otro, la escuela, influyen en la subjetividad que quiere construirse y la condicionan”, señala. “Además, mi familia y el colegio secundario al que iba son ultracatólicos, y por so, cuando empecé a pensar en todo esto, mi decisión estaba acompañada de un discurso de ‘van a sentir vergüenza, se van a reír de mí, va a ser un chiste’. Al punto que estuve un año y medio llevando una suerte de doble vida. Me creé otro Facebook para poder conocer gente sin que mi entorno se entere”, relata Tomás.
“Hoy, recordar esos momentos me parece súper violento. Porque en la adolescencia es muy difícil plantearse algo tan pesado y complejo. Está muy presente la mirada del otro y hay que ser muy fuerte para hacerle frente. Al final también tuve el privilegio de poder enfrentarme a mi familia y que, con sus tiempos, todo marche bien. También me llevó tiempo hablar con mis amigos, y cada uno reaccionó de manera distinta. Ahora, a los 23 años, me siento identificado con ser puto. Y puto en deconstrucción, que también es un proceso dinámico, que es subjetivo y que uno lo transita como puede, y con las herramientas que uno va adquiriendo por el camino.”
–Nominarse es clave para construir la identidad pero a la vez asume nuevas categorías. ¿Cómo viven esa tensión?
Leandra: –Cuando se empiezan a plantear estos temas se busca romantizarlos socialmente. Que la gente pueda aceptarlos haciendo que encajen en lo que ya conoce. Por ejemplo, buscando que las chicas trans sean heteronormadas: pelo largo, labios pintados, pestañas largas. O que un hombre trans sea re macho y tenga músculos. Pero eso hace daño a la comunidad. Porque las que no encajamos con esa expectativa social, nos sentimos vulneradas. Porque cuando muchos ven a una persona distinta de lo que esperaban, empieza la denigración. Entonces, tomar estas palabras que usan para denigrarnos y usarlas para definirnos es terminar de normalizar todas las expresiones, no sólo las que se esperan. Así que llamarnos travas, putos, tortas, es también decirles que no me importa que me lo digan con negatividad.
SaSa: –A mí me preocupa estar definiéndome porque en la medida que existe una definición, también parecería que existe una norma desde lo lingüístico o epistemológico que podría terminar en el encasillamiento. En mi experiencia, veo que no es lo mismo ser un disidente en Palermo que en el Conurbano. Entonces, pongamos incluso en cuestionamiento de qué hablamos cuando hablamos de disidencia o de sociedad open mind. Porque eso quizás pasa en Palermo o Barrio Norte, pero yo vivo en Lugano, que está en Capital pero es periférico, y la disidencia ahí es otra cosa. Por eso creo que hay que poner en crisis los modos de nombrarnos, porque si existe una definición, también existe una norma subyacente a esa definición. Cuando me preguntás, yo muy vagamente puedo decir que soy eso. Porque las definiciones son más para les otres que para mí. Yo no necesito definirme, tampoco me interesa. Y creo que como postura política es un modo de decir que no me interesa si te viene bien o me leés de tal o cual manera. Con existir, para mí ya estamos.
Lía: –En El pensamiento heterosexual, Monique Wittig da un ejemplo muy claro. Cuando estaba vigente el apartheid como régimen político-económico, ellos te agarraban el documento y te decían si eras blanco o negro. Hoy en día, cuando vas a un registro civil te siguen poniendo si sos hombre o mujer. Y eso no es más que proteger un régimen. Por eso decimos que patriarcado y capitalismo son primos hermanos. Porque continúan y retroalimentan el régimen del opresor/oprimido. Si te ponés a desgranar, ahí es donde se genera la trava excluida del trabajo, de la educación.
–¿Y cómo piensan en este marco su relación con el Estado y las instituciones?
Lía: –Vivimos en un mundo en el que necesitamos que una ley diga algo para que nosotres accedamos a ciertos derechos. SaSa lo milita haciendo estallar la categoría de género. Yo me reconozco en la lógica de acumular política detrás de una identidad, que significa nombrar la cantidad de letras que haya que nombrar: LGTBIQ y lo que sea necesario. Y a cada identidad le corresponde un conjunto de derechos que tienen que reconocerse socialmente para garantizarle a esa persona una vida digna. Por eso me digo torta y acompaño otras peleas: ley de fertilización asistida, matrimonio igualitario, etcétera. Porque eso se traduce en que tenés un hijo y le podés dar la obra social, por ejemplo.
–¿Creen que hay hitos sociales o institucionales que marcaron un antes y un después?
SaSa: –Las leyes de identidad de género y matrimonio igualitario, la ley Diana Sacayán de cupo laboral trans, las distintas defensorías a las que pueden acceder las personas, el 8M, todos los pañuelazos… Pero para mí lo importante es no crear nuevas normas encorsetantes o enclosetantes. Porque voy al aborto y pienso: ¿cuántas mujeres participaron en las audiencias? ¿Cuántas masculinidades trans? ¿Cuántas personas no binarias? Terminamos generando una norma adentro de nuestras categorías de personas oprimidas.
Lía: –Pero ese es el problema del feminismo entero hoy en día. Que se reconoce feminismo y no transfeminismo.
Sasha: –En el barrio, con Diana, nosotras conocimos el movimiento de mujeres, no el feminismo. Después nos asociamos cuando al feminismo le convino. Cuando vieron que se les acabaron todos los derechos que podían tener las burguesas y dijeron: “Vamos a ver a aquellas del barrio”. Yo llamo feminismo ahora al movimiento de mujeres porque estamos acá. Pero tuvimos que entrar a las patadas. Ya me han dicho que no puedo estar en algunos espacios. Y entonces, ¿adónde me van a tirar cuando me crezca la barba? A mí se me cae el culo cuando escucho a una persona blanca, con todos sus privilegios, hablar de “nuestras muertas”. Porque a ellas no se les muere nadie ni se les va a morir. Para mí, los lugares tienen que ser ocupados por quienes siempre han peleado por ellos. Porque ¿quién escribe nuestra teoría? Nos quieren legalizar pero nos dan teorías de personas que no son trans: hay normas que cumplir y son éstas. Ante eso yo digo: legalizame, porque quiero estar legalizada. Pero está bueno decir que uno prefiere no categorizarse porque estamos en proceso de construcción y de deconstrucción.
–¿Cuál creen que debe ser entonces el paso siguiente?
Lía: –Que se vaya Macri. Porque no estamos exentos de una realidad nacional y cuando recrudece el contexto económico, nos va peor. Si le pega a la persona que tiene más privilegios por ser heterosexual, imaginate cómo nos pega a nosotres que estamos más precarizades. Se nos echa de los trabajos por tortas, putos, travas, trans. Lo más importante de nuestra militancia, entonces, sigue siendo comer. Lo siguiente: tener una casa, tener educación. Desde ahí es imposible pensar por fuera del contexto nacional, donde el macrismo no sólo nos hambrea, también nos reprime.
Sasha: –Para mí, el próximo paso es la ley de cupo laboral trans a nivel nacional. Es el momento.
SaSa: –Y la separación de la iglesia del Estado como un pilar fundamental. La iglesia construyó un poder tal que es capaz de influir en las decisiones de un Estado que se dice laico. Y también: ley de cupo laboral trans, aborto legal, seguro y gratuito para todos los cuerpos con capacidad gestante.
–¿Y cómo viven las diferencias generacionales?
Leandra: –La clave pasa por la exposición a la información correcta que hay a través de Internet. Esto hace que cuando alguien tiene una duda, en vez de basarse en los miedos y odios del entorno, directamente busca y se encuentran con experiencias y opiniones que no van con las del odiante del general de la sociedad. Eso, en contraposición a una generación mayor que ha sido criada en un contexto donde todos estos temas eran solamente una burla o algo que atentaba contra la normalidad.
Lía: –No nos podemos pensar sin saber que antes de nosotres hubo gente que la peleó. Soy quien soy porque antes hubo una Loana Berkins, una Diana Sacayán, una Vero Marzanz, Luli Sánchez. Gente que soportó un montón de cosas para que nosotres crezcamos libres y tengamos un montón de derechos y dejó construida una línea política que nos permite ser quienes somos. Así como yo veía a las pibitas de 12 años el #8A cantando “queremos misosprostol en la farmacia” y me ponía a llorar. Que se sepan dueñas de sus libertades me parece increíble. Y eso es algo que construimos nosotres por herencia de…
–¿Se puede vivir en la diversidad sin ser militante?
Leandra: –Me parece que es necesario, siendo una persona disidente, que haya un cierto grado de militancia. Que no es necesariamente salir a la calle a marchar. Ya el hecho de pronunciarse puto, torta, trava o trans es una militancia. Porque hay personas que deciden no militarlo, integrándose pero disimulándose con lo normal.
Lía: –Siempre digo que lo puto no te quita lo facho, lo torta no te quita lo gorila y lo trans no te quita lo paqui, que es la manera peyorativa con que la comunidad LGTBI le dice al que no está deconstruido, al que elige ser heterosexual como decisión política. Nosotres decidimos ser puto, torta, trans. Quien elige la comodidad de los privilegios es paqui.
Tomás: –A mí me preocupa notar un discurso social mayoritario que dice: “Tenemos las leyes de matrimonio igualitario e identidad de género y con eso la lucha del colectivo LGTBI está saldada.” Eso es una mentira. Hay un montón de deudas todavía y existen intra comunidad muchas violencias, odios y desprecios. A nivel nacional veo una carencia de empatía, porque gana el discurso del individualismo constante y sistemático. Por eso está bueno reapropiarse de cada espacio y activar con nuestros pares.
Sasha: –Para mí, la militancia es importante en términos territoriales. Un pibe trans que se ganó los derechos que tiene en su cuerpo gracias a un montón de marchas, tiene que militar. Todo el mundo usa el lenguaje inclusivo, pero muchos viven como heterosexual cis. Está bueno lo que pasó con la campaña por el aborto, pero si eso está vacío de contenido, estamos peor de lo que pensamos.
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