La última dictadura sacó el feriado y prohibió llevar disfraces como antinomia de la "decencia pública". Por ejemplo, apuntaban a los que se vestían de las FF AA y la policía. Fue un símbolo de resistencia que volvería en los '80.
En nuestro país, el carnaval fue históricamente un lugar de diversidad: participaron activamente integrantes de la población afro y afrodescendiente, travestis, diversidades y distintos protagonistas de las clases populares. En el carnaval, entre disfraces, danzas, cantos, bromas y juegos, el orden tradicional se interrumpe por unos días y todo se da vuelta: las jerarquías sociales, las costumbres, las vestimentas. Hay algo profundamente subversivo asociado al carnaval: una idea de transgresión que atraviesa toda la celebración. Desde la crítica hacia las clases poderosas, hasta la libertad. Y por qué no, el color. Por eso su antagonismo en la historia argentina con los años de plomo que lo atacaron.
Paradójicamente, los días feriados de carnaval fueron establecidos en 1956 por el gobierno de facto del general Pedro E. Aramburu, durante la autoproclamada “Revolución Libertadora”. Entre los años ’40 y ’50, durante los gobiernos peronistas marcados por el auge y protagonismo de las clases populares, los corsos de los diferentes barrios, los bailes y fiestas organizadas en clubes pasan a ser los eventos principales del carnaval porteño, algo que continuó por varios años más.
Sin embargo, a los pocos meses de iniciada la última dictadura militar, a mediados de 1976, se eliminó la festividad del calendario oficial. Se prohibió a quienes asistían a las celebraciones de carnaval llevar disfraces que “atentaran contra la moral” y la “decencia pública”: esto incluía, por ejemplo, el uso de uniformes de las Fuerzas Armadas, de la Policía y de miembros de la Iglesia. No se podía transgredir ni apuntar a ninguna institución.
Tenían un anclaje en un antecedente concreto: el edicto de la Policía de Córdoba del lunes 23 de febrero de 1976, que apelaba a que “los festejos debían evitar que se atentara contra las buenas costumbres”. Dictaba dos puntos:
–Prohibir el uso de disfraces que atenten contra la moral y la decencia públicas: uniformes militares, policiales, vestiduras sacerdotales y los que ridiculicen a las autoridades del Estado u otras naciones.
–Permitir de 9 a 19 jugar con agua en buenas condiciones de higiene, globitos y pomos.
Los años de la dictadura impusieron un duro impacto para los festejos del carnaval, especialmente en la Ciudad de Buenos Aires. Las murgas y demás agrupaciones barriales continuaron ensayando, y tuvieron que acomodarse al orden represivo. Esto se tradujo en la imposibilidad de cantar mientras se desfilaba por las calles, tener que moverse hasta la Provincia de Buenos Aires, especialmente al Conurbano, donde podían actuar de acuerdo a cómo se presentaba cada lugar y contexto.
En distintos barrios de la Capital, diferentes agrupaciones realizaron enormes esfuerzos para sostener los corsos en las calles o en los clubes. Pero resultaba extremadamente dificultoso y complejo sostener esos espacios en medio de una ola de represión y terror contra todo aquello que, desde el punto de vista del gobierno militar, representara una amenaza. Además, el país entero se encontraba bajo Estado de Sitio y toque de queda, por lo que las reuniones públicas estaban prohibidas.
Se extendieron las detenciones arbitrarias con la excusa de la “averiguación de antecedentes”, se desestructuraron diferentes espacios y redes comunitarias, promovieron la denuncia entre las personas, así como la indiferencia hacia el otro. Todo eso en el marco de una represión política brutal que articuló secuestros y torturas, con el asesinato y la desaparición forzada.
El Terrorismo de Estado fue un sistema de represión y exterminio planificado, coordinado y ejecutado por las FF AA, con el Ejército a la cabeza. Entre las víctimas estuvieron los sectores populares. Justamente, los asociados históricamente a estas festividades en la que, principalmente, reina la alegría, el color y los festejos. Las fuerzas policiales fueron las que tomaron a su cargo mayormente la persecución de los integrantes de corsos, murgas, clubes y demás colectivos. Las murgas debían brindar a las comisarías las listas con los nombres de sus miembros, así como dar de antemano las letras de sus canciones, controladas por los uniformados, quienes también irrumpían en los ensayos, se llevaban los instrumentos y otros elementos utilizados en los festejos. Los integrantes de murgas también sufrieron lo más duro de la represión, básicamente por tener actividad dentro de diferentes organizaciones políticas y sociales que estaban en la mira de los militares.
“Coco” Romero, Félix Loiácono, Javier Decurgez y Delia Bisutti fueron algunas de las caras visibles de la lucha atravesada por la violencia dictatorial, la desaparición de murguistas, la represión de la palabra y de la expresión de los cuerpos. El retorno de la democracia en 1983 vino acompañado del resurgimiento de las murgas, corsos, clubes y de todos los grupos asociados al carnaval. En el 2010, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner restableció por decreto los feriados nacionales de carnaval. Allí se expresa: “el carnaval es una de las manifestaciones más genuinas de las diferentes culturas que habitan nuestro vasto territorio que fomenta la participación y la transmisión de los valores que nos identifican, a la vez que permite la integración social y cultural en una suerte de sincretismo religioso que expresa la fusión de los diferentes pueblos que habitan nuestra Nación”.
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Sere breve. Esta nota es puro delirio ideologico, y esta llena de mentiras e inexactitudes. El golpe de estado genocida del año 1976, como todos deberian saberlo, fue el 24 de marzo, o sea, despues de los carnavales. El proceso genocida, en linea con el capitalismo de saqueo que venia a imponer, y que todavia se mantiene, eliminó la mayoria de los feriados historicamente vigentes. Fueron eliminados tanto los feriados "paganos", como los dias de carnaval, como los feriados religiosos catolicos. Este furor por anatematizar el "ocio" y sumar cantidad de tiempo de explotacion laboral, no ha sido exclusivo de los genocidas del proceso. Esta misma ferocidad ha sido compartida tanto por Anibal Ibarra como por Mauricio Macri. Es puro delirio ideologico la caracterizacion "catartica" que se pretende dar a los carnavales de antaño. No es el lugar para desarrollarlo; pero un minimo de cultura y honestidad intelectual lleva a reconocer a Juan Manuel de Rosas como el que autorizo y permitio que el mestizaje africano participara de los festejos de los carnavales. Esto dio lugar al sincretismo cultural que ha sido el carnaval rioplatense, del que hoy solo no queda mas que absurdos mamarrachos alegoricos.