Más relevante aun es el descenso de la cifra diaria de muertes por Covid-19. Son, con los datos de esta jornada, 102 las muertes diarias, en promedio (fueron 106 hoy, pero habían sido 153 el miércoles pasado). Desde el 25 de marzo que no se registraba esa cantidad de decesos, es decir, cuando la segunda ola era solo una conjetura.
Hubo otras dos noticias auspiciosas, que terminan de consolidar un cierto exitismo respecto de la pandemia. Por primera vez en 18 meses, en la terapia intensiva del Hospital Posadas, donde hubo 500 personas internadas con Covid-19 desde el inicio de la crisis sanitaria, ya no hay pacientes de coronavirus. El primero había ingresado el 7 de marzo de 2020. Llegó a haber 27 personas internadas al mismo tiempo en el peor momento de la segunda ola. Ayer martes egresaron los últimos dos que quedaban.
Al cabo de 16 semanas consecutivas de descenso de los casos, sin atisbos de que Delta pueda convertirse en lo inmediato en la variante preponderante, y después de 14 semanas de baja de las internaciones y las muertes, se conoció el martes otro dato auspicioso: no hubo fallecimientos en la Ciudad de Buenos Aires en 24 horas.
Este miércoles se marcó otro hito: 50 millones de vacunas aplicadas. Ya hay más casi 30 millones de personas vacunadas en el país, y 20,8 millones con el esquema completo, el 45% de la población total. Y la sensación de “fin de la pandemia” terminó de instalarse con el fin de las restricciones anunciado por el gobierno nacional para el 1° de octubre, cuando venza el último DNU que las fija.
Más allá de la flexibilización de las reuniones sociales, en los aforos de eventos públicos y en las actividades productivas y comerciales, el dato que decididamente apuntala esa sensación es la no obligatoriedad del uso del barbijo en espacios abiertos y sin aglomeración.
El barbijo está, en lo simbólico y en lo material, en el centro de la pandemia. En una crisis de dimensiones planetarias, es el dato más personal y cotidiano, la primera barrera que se levanta contra el virus y, también, la primera que cae cuando nos sentimos ya a salvo, en el hogar. Poniendo el foco en ese elemento, removiéndolo (bien que solo en ciertos ámbitos y en determinadas condiciones, como dijo y repitió la ministra Carla Vizzotti), el gobierno se anotó un punto importante en la narrativa sobre “el manejo de la pandemia”.
De inmediato, los medios que llevan un año y medio clamando por la libertad de contagio alertaron sobre la inconveniencia, la temeridad, la precocidad de la medida. El gobierno la justificó con la evidencia de los casos en baja constante y el visto bueno de los epidemiólogos. La prensa corporativa se apuró a advertir que es una decisión electoralista: perdidas las PASO, el gobierno decretó el fin de la pandemia. Probablemente tengan razón.
Si el gobierno entiende que perdió votos porque no supo ver la magnitud de la crisis económica que la pandemia provocó en los sectores más vulnerables de la sociedad, deberá corregir ese error si quiere tener chances de revertir, al menos en parte, ese resultado en las generales. Y si entiende, también, que para esos y otros sectores, los de clase media, el malestar que trajeron las restricciones se impuso a la comprensión de que eran una imprescindible medida de salud pública, y que eso asimismo se tradujo en una merma del caudal electoral, ya empezó a desandar ese camino.
La oposición, particularmente el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, campeón de las flexibilizaciones cuando ninguna evidencia epidemiólogica las ameritaba, no lo vio venir. Era un secreto a voces que el gobierno porteño preparaba el anuncio del barbijo para esto días. Podría decirse que a Larreta lo primerearon.
Ocurrió lo esperable. Lo que la oposición y los medios corporativos hubieran celebrado, hoy no pueden sino criticarlo. Y por estas horas titulan, por ejemplo, que hay “otro revés para el fin de barbijo”, porque las autoridades de Córdoba Capital se suman a las de Salta y Jujuy, desoyendo la medida de no exigir el uso de tapabocas al aire libre.
¿Terminó la pandemia? Desde luego que no. Sí terminó la segunda ola. La Argentina la sorteó con una ominosa cifra de fallecidos pero sin que el sistema de salud colapsara, lo que evitó ciertamente una catástrofe aun mayor. Con contagios a la baja, ya sin la presión asfixiante de la enfermedad sobre el andamiaje sanitario del país, que resistió, el gobierno se asoma a una coyuntura novedosa, que desde marzo de 2020 había sido imposible: disputar el sentido de los hechos sin la emergencia imperiosa de tener que salvar vidas tomando medidas impopulares.
Ahora debe hacer lo contrario.
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