Una encuesta revela que muchas prácticas adquiridas obligadamente durante el aislamiento continuarán una vez que termine. Dos de cada tres personas no volverán a asistir a lugares concurridos. Y una de cada seis procurará evitar el contacto personal.
Esa es la conclusión general de una encuesta realizada por la Secretaría de Medios y Comunicaciones de la Universidad Nacional de La Matanza (UNLaM), que revela, por ejemplo, que un 62,4% de las personas continuará sin asistir a lugares concurridos luego del aislamiento social. Poco más de la mitad (52,8%) asegura que mantendrá la llamada “distancia social”. Además, uno de cada seis consultados (16,6%) dice que, una vez concluida la emergencia sanitaria, procurará seguir evitando el contacto personal.
La encuesta indaga precisamente si las nuevas prácticas motivadas por la pandemia, unas impuestas por las autoridades y otras imprescindibles para preservar la salud, son meramente transitorias, o si algunos de esos cambios en la vida social y en los hábitos de consumo prevalecerán en el futuro, una vez superada la crisis epidemiológica.
La adquisición de conductas de profilaxis e higiene más rigurosas parece definitiva. El lavado frecuente de manos, generalizado durante la pandemia, será mantenido como hábito cuando termine el aislamiento por el 86,5% de los encuestados. Y el 72,1% asegura que seguirá usando alcohol en gel. El 59,3% dice que mantendrá las medidas de limpieza en el hogar, en la ropa y en el calzado que adquirió durante el último mes y medio. Y el 43,9% sostiene que seguirá usando barbijos o tapabocas en vía pública, transporte y comercios, aunque finalice la cuarentena. El apretón de manos, en teoría una de las prácticas más peligrosas para la transmisión del virus, preservaría en principio su importancia social, el día en que pase la pandemia: sólo un 3,5% dice que continuará saludando con el codo.
“Si bien es temprano para sacar conclusiones, parecería claro que esta crisis sanitaria va a generar cambios en la forma en que las personas nos relacionamos en nuestras prácticas cotidianas. Sólo resta ver cuál será la dimensión de estos cambios”, dice el consultor Manuel Zunino, uno de los responsables de la encuesta, que analizó 1250 consultas online a vecinos porteños y de todo el Conurbano, realizadas entre los días 18 y 20 de abril. Apenas un 3,3% de los consultados declara que, después del aislamiento, no mantendrá ninguna de las medidas de precaución.
Contacto remoto
“En términos generales, observamos que las personas perciben que nos dirigimos a cambios en las conductas y en los vínculos, principalmente mediados por una mayor interacción virtual”, agrega Zunino. Esa virtualidad se manifiesta en el contexto de reclusión obligatoria en el protagonismo que adquirieron las plataformas o aplicaciones de video para contactarse con familiares, amigos y colegas. El 81,8% ha utilizado alguno de estos soportes durante la cuarentena, el 73,1% asegura que continuará haciéndolo y el 16%, que lo hará con mayor frecuencia.
Con respecto a las compras online, una práctica bastante instalada en la sociedad, apenas un 5,7% afirma que realizó este tipo de operación a raíz del inicio de la cuarentena, pero un 37% de los que nunca lo habían hecho antes asegura que podría utilizar plataformas virtuales de compra de productos y servicios en el futuro.
La permanencia de los formatos de educación virtual o a distancia y el teletrabajo, ahora obligados para todos los estudiantes y para muchísimos trabajadores, son objeto de debate entre la ciudadanía. ¿Debería implementarse la educación a distancia tras la cuarentena? No, respondió el 27,4%; “sí, en forma completa”, dijo el 21,7 por ciento.
Acerca del teletrabajo, la mitad de las personas relevadas considera como beneficios la disponibilidad de horarios y el ahorro del tiempo y los costos del transporte, y una de cada tres señala como inconvenientes que trabaja “más tiempo del habitual” y que tiene “dificultades para concentrarse”. ¿Debería implementarse el teletrabajo al cabo del aislamiento? Un 17,6% se pronuncia decididamente en contra, y un sorprendente 32,6% responde que desearía seguir trabajando en forma remota. Paradójicamente, el 38,9% se manifiesta en desacuerdo con la idea de que “el teletrabajo va a permitir reducir la jornada laboral”.
Mate: sin compartir, más consumo
A diferencia de otras culturas, los argentinos tienen un hábito que es claramente un factor de riesgo en sí en el contexto de la pandemia: el mate compartido. Sin embargo, quienes auguraban una caída del consumo de yerba, se equivocaron. Desde la Asociación Ruta de la Yerba Mate (ARYM), que integran productores y emprendedores turísticos vinculados a este cultivo, aseguran que se produjo un gran aumento del consumo durante la cuarentena, de entre un 15 y un 20 por ciento. “No hay que compartirlo, pero se consume más mate individual”, dice Alejandro Gruber, presidente de la entidad, y agrega que la principal razón es la permanencia de las personas en sus hogares, donde eventualmente son más proclives a compartir la misma bombilla con sus familiares, conducta que ya habían revisado, aun antes de las medidas de aislamiento, en los lugares de trabajo.
En cualquier caso, cunden las recomendaciones para que se usen sets individuales de mate y se higienicen bombillas, mates y termos con más asiduidad. Ya antes de la cuarentena, desde ARYM habían lanzado una campaña de salud pública por un “mate responsable, saludable y solidario” porque, si bien “en la Argentina el mate nació para compartir, las costumbres en otros países son de consumo individual”, precisa Gruber.
Pero está claro que el consumo no cae. Los productores yerbateros pronostican que las cifras finales de kilos vendidos –fueron 20 millones en febrero– serán récord en marzo y abril para el mercado interno.
¿Qué hacer cuando todo esto termine?
Ver a familiares y amigos e ir a trabajar. Eso es lo que más desean los argentinos recluidos por la cuarentena. Consultados por qué querrían hacer cuando finalice el aislamiento obligatorio (y con la posibilidad de dar hasta tres respuestas), el 51,4% de los encuestados dijo que quería volver a ver a familiares con los que no reside; el 31,7%, a amigos; y el 13,6%, a su pareja, novio o novia, de los que el aislamiento los separó. El 35,5% añora ir al lugar de trabajo. El 25,4% quiere salir a caminar y un 12,3%, realizar deportes. El 15% dice que querría viajar, actividad hoy vedada. Y un 11,8% señala que quiere retomar sus estudios.
Respecto de actividades recreativas o sociales hoy consideradas peligrosas porque suponen aglomeración, un 7,5% quiere volver a asistir a espectáculos (cine, teatro, conciertos); un 5,3% extraña ir a la cancha a ver fútbol; un 4,7% quiere ir a bares y boliches; y un 4,6%, participar de eventos religiosos.
BARBIJOS
43,9
por ciento dice que, cuando termine el aislamiento, seguirá usando barbijos o tapabocas.
Opinión: La alteridad enferma
Sacha Kun Sabo
Sociólogo*
La historia epidemiológica habla. Habla no desde la semántica, sino desde la voracidad de los hechos, la escala, el grado, la cuantía de las gravedades de las pandemias en el recorrido de la humanidad. En función de ello, la sociedad occidental ha construido parábolas, alegorías dominantes sobre las enfermedades. Imaginarios de cómo “libramos una guerra” viral, “frentes de batalla” contra la pandemia, médicos en “primera línea”, en “la trinchera”.
La cultura y el lenguaje, su reproductor, nos autorizan a delimitar el pensamiento, a sistematizar los pasos de la simbolización del ser enfermos, incluyendo al doliente en la alteridad. La enfermedad es un otro. La arquitectura decimonónica dio cuenta de esto: grandes hospitales, prisiones, manicomios, leprosarios, de altos muros, invisibilizando lo ominoso del existir. Enfermedad y muerte como una anormalidad y no como un tránsito natural de la vida.
Los estudios sociales, por otro lado, han evidenciado un enorme fortalecimiento posmoderno de las alegorías negativas de los padecimientos en general, fomentadas por el culto del cuerpo joven, vital y saludable: “rompo la cuarentena porque yo, obviamente, no me voy a enfermar”, porque “es una enfermedad de viejos”. El viejo, que es un otro, también es una alteridad. Aunque no haya pruebas fácticas de que Christine Lagarde haya sostenido que “los ancianos viven demasiado y es un riesgo para la economía mundial”, este concepto marca todo un lineamiento del mercado hacia la tercera edad.
Peste negra de por medio, debimos aprehender en el devenir de los tiempos la jerarquía de ambientes sociales y ecosistemas donde los virus se arraigan y multiplican, coexistimos con ellos, pero los minimizamos y de alguna forma lo cotidiano nos lleva al olvido pandémico.
Las epidemias tienen ciclos, etapas, que se emprenden con la negación, circulan luego por la resignación y terminan en el olvido. Pero, recurrentemente, estos desbastes sanitarios regresan con sus recordatorios: el de la vulnerabilidad de los cuerpos ante la enfermedad.
En la globalización, la desigualdad y el individualismo consumista meritocrático son parte de la peste. El neoliberalismo elitiza, despolitiza, desiguala y libera una mutación ontológica del ser, un espanto hacia el otro, la alteridad como anormalidad. Hay un devastamiento global tras cuatro décadas de capitalismo salvaje, un detrimento ecológico, sanitario y social irremediable. La ciencia lo marca: las enfermedades zoonóticas han aumentado debido a que los ecosistemas están siendo arrasados, los virus buscan su sobrevivencia ante el exterminio del hábitat natural, y se difunden más rápidamente hacia la especie humana en su búsqueda de nuevos huéspedes.
La valoración del modo de vida consumista, que acata mutismo absoluto sobre la fragilidad socioeconómica estructural, es parte del asunto. Prevención, sí. Autocuidado, sí. Pero la pandemia, ¿es igual en el aburrimiento gimnástico de Belgrano que en el hacinamiento de Villa Palito y La Rana?
En la tevé, Robertito Funes, sociólogo de empedrado, desnuda una sociedad enferma, afligida por años de políticas de mercado profundamente enraizadas. Milton Friedman y otras veleidades neoliberales vernáculas hicieron su tarea: egolatría del mérito individual es la consigna; maximizar los beneficios, el faro; cualquier extravío de este deber moral destruiría los fundamentos de la “vida civilizada”. Probablemente nos recuperaremos del Covid-19, con un alto costo humano, y un derrotero doloroso de los sectores populares atravesados por las consecuencias de la pandemia, no sólo en lo sanitario sino en lo económico. Pero no nos engañemos. Como sostiene Atilio Borón, difícilmente volvamos mejores. Las consecuencias del neoliberalismo seguirán, catástrofe tras catástrofe, mientras no agudicemos sus contradicciones sistémicas en un nuevo modelo más equilibrado para el hombre y su único hogar, la Tierra.
*Ex rector de la Universidad Popular de Escobar
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