Nuestro país tiene celebraciones tan diversas como sus culturas y sus geografías. Las festividades andinas en el norte, el rey de Corrientes, la industria carnavalera de Gualeguaychú y los desfiles bonaerenses. Personajes únicos del momento del año "más cercano a la libertad".
La investigadora del Conicet, Sandra Fernández, resaltó a Télam “las diferencias geográficas» del carnaval: «la forma en que la sociedad actual piensa y dialoga con el espacio público tiene que ver mucho en cómo puede entender el carnaval», de allí la diferencia que se da en la Quebrada de Humahuaca, ciudades como Corrientes y Buenos Aires o el conurbano.
En la Argentina hay tantos carnavales como geografías y culturas. Los del norte, andinos. Los del Litoral, con aroma brasileño. Los rioplatenses, murgueros. Como relató un protagonista a Tiempo, se trata del momento del año «más cercano a la libertad».
Cada diablo con su traje
Es sabido: una de las mayores celebraciones de carnaval ocurre en el norte. La Quebrada, la Puna jujeña, las Yungas de Salta con el famoso carnaval pim pim, una oda a los antepasados asociada al ciclo agrícola del maíz de los chané y avá-guaraní derivado del Arete Guasu: «el verdadero tiempo». Tilcara es una de las mecas. Ya lo celebraban desde la época preincaica, con rituales para la abundancia de las cosechas. El carnaval empieza con el desentierro del diablo y dura ocho días hasta que se vuelve a enterrar en un lugar que pocos conocen. Se mezclan las carrosas traídas por los españoles con rituales y músicas autóctonas.
En Maimará, pueblo de la quebrada, el director de Turismo Luis Zerpa participó de las comparsas. «Pero nunca vestido de diablo», aclara. Cada uno confecciona varios meses antes los trajes. Vienen de todos los pueblos. «Trae la alegría, pero nadie sabe quiénes son las personas que hacen de diablo. Una vez que se entierra el carnaval, al día siguiente ya no se sabe quién fue». Y completa: «Cada diablo tiene un significado diferente. Se usan cascabeles, espejitos. También es muy importante la cola o el lazo del diablo que lo usan para bailar y para ahuyentar las malas energías».
Bajamos 2855 kilómetros en el mapa. Más de 30 horas de viaje. Estamos en Caleta Olivia, Santa Cruz. La Capital Regional del Carnaval. La secretaria de Cultura, Deportes, Turismo y Juventudes, Sandra Díaz, relata que «los carnavales acá se comenzaron a realizar en la década del ’80, se suspendieron durante la Guerra de Malvinas y se continuaron hasta hoy».
A pesar de la distancia, el carnaval de Caleta está muy relacionado con el norte, sobre todo con los trabajadores petroleros. «Caleta Olivia se funda en torno a las comunidades del norte; aquí tiene una fuerte presencia La Chaya riojana que finaliza el otro domingo con el entierro del Pujllay –remarca Sandra–. Los residentes jujeños también hacen el desentierro del carnaval, Caleta Olivia amalgama estas tradiciones y también las murgas que le dan una identidad caletense».
El Rey
Darío Silva Harper, 37 años, diseñador gráfico, excandidato a concejal, nació en una familia donde el carnaval era su cuna y su destino. Su padre cantaba en una de las comparsas más grandes de Monte Caseros. Su tío dirigía una escuela de samba y su hermana bailaba. No fue hasta 2013 que se animó a participar. Y llegó a Corrientes, la Capital Nacional del Carnaval. «En 2017 salí elegido mejor bailarín, en 2018 la comparsa me propuso presentarme a Embajador Nacional y gané. Y bueno, en 2022 me tocó», relata a Tiempo. Lo que le «tocó» fue ser elegido rey de una fiesta multitudinaria, con una competencia feroz. Más de 3000 participantes bailan por noche marchas típicas de la cultura guaraní, pasando por samba, chamamé y candombe.
¿Y qué hace un rey? «Viajamos mostrando nuestro carnaval. El año pasado fuimos a Toronto, al desfile de la herencia latinoamericana, se quería mostrar otra cara de la Argentina». Allá fueron furor. Pero todo cuesta: «Los correntinos trabajamos y ahorramos todo el año para pagar nuestros trajes que van desde 200 mil a cinco millones de pesos, y la única gratificación es el aplauso del público». Se muestra enfático: «Es mucho más que gente bailando o mostrando su cuerpo. Somos artistas. Es un sentimiento popular y una tradición».
El espíritu se libera
En Lincoln la gran fiesta popular se vive con la pasión que demanda la tarea de revalidar cada año el sello de Capital Nacional del Carnaval Artesanal, en homenaje a los maestros de la cartapesta que a principios del siglo XX comenzaron a confeccionar muñecos con papel y engrudo.
Por la avenida Massey circulan las atracciones mecánicas que se fabrican todo el año, desde los cabezudos hasta las carrozas gigantes. Raúl Traversa es parte de ese selecto grupo que, al estilo Geppetto, da vida a las carrozas. Domina la técnica antiquísima de la cartapesta. «Soy artesano del carnaval desde hace 47 años, empecé a los 11. En esa época no quedaba otra que ir y copiar lo que hacían los carroceros de entonces. Es una pasión difícil de explicar. Tenía un proyecto encarpetado hacía 15 años porque no podía hacerlo tal cual lo imaginaba, por los detalles y el trabajo mecánico que ameritaba. Este año decidimos hacerlo y, a pesar de que los insumos son muy caros, logré prácticamente lo que tenía en mente».
¿Cómo se arma una carroza? «Primero se hace la estructura mecánica a base de motores eléctricos, sobre eso se monta el tallado de telgopor, luego la cartapesta, y finaliza con pinturas y montaje. Las carrozas tienen más de cuatro metros de altura, y he hecho de 25 metros de largo. Los motivos tienen que ser graciosos, picarescos».
La carroza es autopropulsada. Raúl se encarga de la parte mecánica. Pero este año, cuando estaban por salir el primer día, el carro no traccionaba ni doblaba: «era la hora del desfile y no podíamos llegar. Nos entregamos, estábamos exhaustos. Justo pasa un muchacho de la ciudad, nos ve y nos ayuda con su camioneta. Llegamos justo cuando se estaba terminando el desfile, ese chico (Franco Parejas) nos salvó el año, la vida».
Marcelo Borghi es veterinario jubilado y DT de sóftbol. Hace 54 años dirige la escuela Samba Samba, creada «a la usanza brasileña». Enseñan percusión, baile y vestuario. En carnaval aglutinan a 120 personas. Cuenta anécdotas, algunas extremas como la del vecino que siempre se disfrazaba de oso y para realzar el brillo de la piel le ponía kerosén: «no faltó el vivo que le arrimó un fósforo y le prendió fuego el disfraz. Gracias a personas del público que lo pudieron apagar». Reflexiona que hace medio siglo «había muchos prejuicios para estar en una comparsa. A través del tiempo se fueron disipando y la gente empezó a participar más. Hoy el que realmente lo sienta puede estar. Y cada vez son más. El carnaval, cuando uno participa, es lo más cerca que está de la libertad. Es como si el espíritu se liberara». «
Por la avenida Pereyra de Guaminí pasan los carros dicharacheros, las comparsas y las bandas rítmicas que despiertan la risa y el asombro. La fiesta en la ciudad tiene su historia. “Los artesanos construían los carruajes utilizando diferentes materiales como alambre, hierro, guata, telgopor, yeso y cartapesta; y ponían en práctica los conocimientos de cada uno de sus oficios”, explica Claudio Comiso, director de Turismo de Guaminí.
En sus inicios los carros dicharacheros tuvieron la forma de carro romano «y desde ahí se tiraba harina y agua”, recuerda Comiso.
A 351 kilómetros, en el Corsódromo de 25 de Mayo desfilarán tres comparsas y dos batucadas, con 500 integrantes en total. “Gran parte de quienes integran las comparsas son de acá y comenzaron a participar desde la infancia. Jóvenes que se fueron a estudiar a otras ciudades regresan los fines de semana para asistir a los ensayos”, afirma José Canullán, secretario de Cultura local. En Brandsen, a menos de una hora de La Plata, los festejos conjugarán tradiciones andinas y venecianas.
En el Conurbano sobresalen los shows musicales. La Matanza tendrá al Polaco y la Delio Valdez; Pilar va de Camilo a Los Caligaris. San Martín tendrá a Los Pericos, Avellaneda a Los del Fuego; y Merlo, a Karina y Nueva Luna.
Gualeguaychú es una ciudad al servicio de esta fiesta. El Carnaval del País. El espectáculo teatral a cielo abierto más grande del país que recibe decenas de miles de turistas. A lo largo de diez jornadas, un jurado evalúa vestuario, carrozas, música y desplazamiento para consagrar una ganadora. Las cinco comparsas con más de 220 integrantes trabajan todo el año. Más de 50 mil plumas de todos los colores serán parte de la escena, carrozas de doce metros de altura.
«El mayor capital que tienen los clubes son las plumas», dice a Télam Juan Villagra, director de Papelitos, rodeado de plumas amarillas y azules que contrastan con su chomba gris. «Un faisán lady de 110 centímetros está a 3500 pesos cada pluma. Y el espaldar de una bastonera tiene 350 de esas que vienen todas de afuera», detalla. Cuando termina el carnaval, se guardan todas en bolsas con naftalina o en tubos para que no se quiebren. Y así pueden llegar a durar unos diez años. Detrás hay una industria del carnaval que también se renueva. Hoy la novedad es la tecnología de impresoras 3D con las que crean máscaras. “Son más livianas y no se rompen”, remarca Román Figún, dirigente del Club Tiro Federal que presenta la comparsa Ará Yeví.
El Carnaval en esta ciudad entrerriana también es sinónimo de personajes. Su propio intendente, Martín Piaggio, está al frente de una batucada hace 25 años: «Soy médico cirujano y abogado, pero mi verdadera profesión es la del carnaval». Juancho Martínez, a sus 88 años, es una leyenda. Fue modisto y director de Papelitos, hasta se vistió de mujer en la dictadura. Hoy sentencia: «La fiesta nos iguala».
El carnaval es según el teórico ruso Mijaíl Bajtín «la segunda vida del pueblo, que temporalmente penetraba en el reino utópico de la libertad, de la igualdad y de la abundancia».
Una festividad de «matriz transgresora que explora los límites», dice la historiadora Sandra Fernández. «En el Norte desenterramos la alegría después de tanto trabajar la tierra asociado al campesinado. Eso celebramos», dice Sara Pérez, del colectivo Identidad Marrón.
«La fiesta no tiene estatus y nos pone igual a todos», resaltó en una entrevista con Télam el destacado modisto Juan Carlos ‘Juancho’ Martínez, pionero del carnaval que en tiempos de la dictadura se atrevió a salir en la murga vestido de mujer, que desfiló en todos los circuitos de Gualeguaychú.
A sus 88 años, este actor, transformista, modisto, integrante y director de comparsas, es un ícono del carnaval de Gualeguaychú que empezó luciendo en los corsos trajes decorados con porotos y fideos y llegó a convertirse en un referente de la comunidad LGBTIQ+.
Juancho desfiló en todos los circuitos de esa ciudad entrerriana, desde los diferentes corsos populares hasta el Carnaval del País, y en 2021 fue declarado «Ciudadano Destacado de la Cultura» por el Concejo Deliberante de Gualeguaychú. “El carnaval es la fiesta más importante que empareja al que tiene millones de pesos y al que limpia la calle. Acá hasta el intendente dirige la batucada de una comparsa», asegura Juancho, que viste una camisa azul, pantalones beige y lleva un collar con mostacillas amarillas y azules que es «herencia de una bruja».
«La primera vez que lo vi en el corsódromo no lo podía creer. Veía mi cara en todas partes», rememora.
Este verano, Papelitos presenta la historia de León, un niño que tenía el don de dar vida a los cuentos que leía en la biblioteca, pero que al crecer perdió esa capacidad. Cuando León vuelve a la biblioteca, ya mayor, se reencuentra con todos los personajes de su infancia y ahora es él quien les cuenta la historia de su vida.
El muñeco del León mayor lleva una aguja con hilo que es el cetro del rey del carnaval, en una clara alusión a Juancho, mientras que el León niño es interpretado por Amir González, un bailarín de 10 años que cada sábado asombra al público con saltos y pasos de samba.
«Mirá la mano, es increíble el movimiento que tiene», dice Juancho maravillado sobre los pliegues y detalles que solo se logran modelando la goma espuma. En el gemelo de la camisa del muñeco gigante puede leerse «Barra Divertida», una murga que integró Juancho en su juventud y cambió la manera de concebir el carnaval incorporando mujeres y transformistas.
«Antes en las murgas eran todos hombres, pero yo salía vestido de mujer. Entonces un amigo me dijo: ‘mirá, para que no sea violenta la entrada vamos a buscar chicas y después van a ir ustedes y la murga'», recuerda.
«Salimos y tuvimos tanto éxito que la gente aplaudía. También teníamos unos trajes novedosos; al primer miriñaque que tuve le pegué porotos y fideos, que los pintaba de dorado y quedaban bárbaros», explica el modisto. Durante años Juancho salió en la Barra Divertida, incluso cuando la última dictadura cívico-militar prohibió los carnavales en 1976 y borró los días feriados del almanaque.
«Nos prohibieron todo. Desde las canciones porque eran críticas hasta el maquillaje», explica Juancho y detalla que, para usar disfraces, tenían que pedir un permiso especial. Se trataba de un cuadrado pequeño de papel que debía ser exhibido sobre el pecho indicando cuál era el disfraz elegido.
«Esto no lo vamos a hacer», les dijo a sus compañeros y nadie se puso jamás el papelito. «Cuando salimos le dije a mi mamá: ‘mirá, si no vengo cuando termina el corso, lleven cigarrillos porque estoy preso'», narra a Télam Juancho y explica que al salir a la calle, los policías los miraban, pero la gente aplaudió tanto que no se animaron a detenerlos.
Juancho relata que vestirse de mujer en aquella época «era difícil», pero que a su agrupación lo salvó el lujoso vestuario de lentejuelas y piedras que cosían ellos mismos. «Nosotros íbamos disfrazados y nos paraban mujeres viejísimas para saludarnos. Creo que nunca supieron que yo no era mujer».
Asegura que por haber sido pioneros en el transformismo abrieron camino para lograr una mayor aceptación de la diversidad sexual. Todavía hoy se le acercan personas de la comunidad LGBTIQ+ que le cuentan que en su adolescencia esperaban verlo desfilar porque era un ejemplo de que ser homosexual «no era tan malo y podía ser distinta la cosa», afirma Juancho y celebra: «hoy ya superamos muchos prejuicios».
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