Los restos del líder mapuche fueron profanados en 1879 y su cráneo entregado al Museo de La Plata. Las autoridades buscan que sea devuelto el 7 de junio de 2021, aniversario de su muerte. Además, se creará la Ruta del Toki Calfucurá por distintas provincias del país.
“Queremos la paz, que nada sacamos en que nos estemos matando unos a otros (…) es mejor vivir como hermanos de una misma tierra que somos», le escribió Juan Calfucurá a Sarmiento el 30 de enero de 1873, reflejando dotes que destacan quienes lo estudian: el poder de diálogo, negociación y su conocimiento del contexto. Menos de seis meses después, la noche del 3 de junio, falleció. Lo enterraron en el paraje Chillihué, en La Pampa, en una gran ceremonia de la que participaron jefes de toda la región, teniendo en cuenta que su influencia iba desde la zona entrecordillerana (fue hijo del célebre cacique Huentecurá, que cooperó con San Martín en el cruce de los Andes) hasta la provincia de Buenos Aires y las Salinas Grandes, en un liderazgo que duró más de cuatro décadas, negociando permanentemente con las autoridades de la nación criolla, como Mitre, Urquiza y Rosas, con quien pactó acuerdos comerciales.
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Seis años después, con la mal llamada Conquista del Desierto, su tumba fue profanada. El teniente coronel Nicolás Levalle robó su cráneo y se lo entregó a Estanislao Ceballos, que a su vez se lo «obsequió» al perito Francisco Moreno, fundador del Museo de La Plata, supuestamente para ser medido y comparado con otros 5000 similares, todos exhibidos en la muestra «cráneos araucanos». Hasta los años ’40 se exhibió al público.
«Prisionero de la Ciencia», lo llama el antropólogo Fernando Miguel Pepe, coordinador del Programa Nacional de Identificación y Restitución de Restos Humanos Indígenas del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI), quien desde 2014 viene trabajando en su restitución: «Es muy complejo, porque hay muchas comunidades y organizaciones reclamantes. Se acordó por unanimidad que va a ser restituido al Lof de San Ignacio, de Neuquén, donde ya se encuentran los restos de su hijo, Manuel Namuncurá, y su nieto, Ceferino Namuncurá, el beato, pero aún las comunidades están discutiendo dónde lo enterrarán, si ahí o en Chillihué».
A pedido de la comunidad mapuche Newen Lelfün Mapu de La Pampa, se creó el 1 de septiembre la “Comisión Kallfükura”, conformada por militantes, investigadores y artistas con semejanzas a la Comisión Piedra Azul, que organiza junto al INAI el conversatorio “La Ruta del Toki Calfucurá: hacia una reparación histórica”. Desde la Comisión Kallfükura aspiran a que la restitución incluya acciones para «cuestionar discursos y prácticas negacionistas, etnocentristas y estigmatizadoras, en un marco político y pragmático más amplio, contribuir al fortalecimiento de la memoria colectiva indígena y reivindicar la figura de Kallfükura, líder político y espiritual que logró articular posiciones diferentes y alcanzar consensos a nivel regional», a través de futuras charlas de difusión, actividades artísticas o materiales didácticos. Y enfatizan en que se debe evitar que «las políticas patrimonializantes conviertan espacios significativos para los pueblos indígenas en sitios o hitos turísticos abiertos al público, manejados por instituciones estatales o por privados». Coinciden en que el área dispuesta para el reentierro del Toki Kallfükura deberá ser cogestionada por las comunidades indígenas en función de sus acuerdos internos.
«La figura de Calfucurá aún espera el reconocimiento de su papel en nuestra historia», remarca la historiadora de la Universidad de Quilmes Silvia Mabel Ratto, integrante de la comisión, que tiene entre sus novedades la presencia de artistas.
Uno de ellos, el músico Franco Luciani, autor junto a Teresa Parodi de la canción «Damiana Aché», en honor a otra indígena profanada y restituida, resalta que «la figura de Calfucurá es fundamental en la historia argentina, no sólo negada e ignorada, más bien ocultada. Los pueblos originarios tienen que ser tratados con todo el respeto que se merecen, no con paternalismos ni con negación». Y esa figura requiere mucha más atención también del arte: «No solo como entretenimiento sino como formación. Todas estas historias tienen que ser contadas, y la música o el cine son vehículos fundamentales».
Calfucurá se destacó como líder durante más de cuatro décadas, acentuando lazos y alianzas al interior de un extenso campo político indígena que se extendía desde el este pampeano hasta el oeste cordillerano, fortaleciendo la autonomía política y territorial que desmitifica en la práctica la idea de los malones como la práctica política principal o la base de la economía indígena. Fueron sólo una estrategia alternativa a otra que a Calfucurá le resultaba mucho más conveniente: el pacto político. De hecho fueron recurrentes los tratados de paz y el comercio con los diversos frentes políticos que fueron surgiendo durante el rosismo, después con Justo José de Urquiza, y también con el Estado de Buenos Aires.
El docente pampeano Omar Lobos, autor de “Juan Calfucurá – Correspondencia 1854 – 1873”, lo considera como uno de los “grandes estrategas políticos” de aquellos años en nuestras tierras: “Calfucurá tuvo interlocución –en términos de jefe de estado a jefe de estado– con los primeros hombres de la política argentina (blanca) del siglo XIX: Urquiza, Mitre, Sarmiento, Alsina. Como sostengo en mi compilación de las cartas del cacique, lo que la historiografía oficial llama a menudo ‘el problema del indio’ se presenta siempre disociado de la historia de las guerras civiles argentinas, cuando ambas contiendas participaban de lo que podríamos llamar la lucha por la organización política de la nación. Quién dice que en breve no podamos avanzar hacia el reconocimiento de nuestra plurietnicidad”.
Ratto acota que aún hoy hay dos caminos paralelos: la historia «nacional» de formación criolla, y la indígena (y también la de los afrodescendientes), que «van por carriles separados, se cruzan solo cuando los Estados avanzan sobre territorios ocupados por indígenas, como un escollo salvaje que está en contra del avance de la civilización. Esa imagen sarmientina del siglo XIX no se termina aún de zanjar. Por eso buscamos contar esos otros momentos en los que la relación era más diplomática, consensuada y política. Había acuerdos, como en el gobierno de Rosas en Buenos Aires entre 1829 y 1852».
Dini Calderón, secretaria de Cultura de La Pampa, coincide en que «por más que en los últimos tiempos hubo avances, la historia indígena estuvo mucho tiempo invisibilizada, como borrada». Destaca la historia de la provincia en las restituciones, desde la primera en 2001, una de las iniciales del país, cuando trajeron de vuelta, tras 122 años, los restos del cacique ranquel Mariano Rosas. Y se pregunta por qué no se tocan las tumbas de algunos muertos y, en cambio, otros cuerpos son tratados como objetos de estudio: «Que vuelvan los restos para ser enterrados, con sus ceremonias se restaura algo del daño que se produjo».
Hay una asimilación con los desaparecidos por la dictadura cívico–militar, que no parece caprichosa: más allá de la restitución, las comunidades mapuches planean crear «la Ruta del Toki Calfucurá», con una serie de «hitos», desde cultrunes gigantes, placas conmemorativas hasta los chemamul, en los distintos lugares en los que vivió o tuvo influencia, como Chillihué, Chimpay (Río Negro), La Plata, Neuquén, y las localidades bonaerenses de Carhué, Villarino y Trenque Lauquén. Pero no termina ahí. Buscan que CABA tenga su punto de memoria. El lugar pensado: el predio de la ex ESMA. En la puerta de la nueva sede del INAI, entre dos majestuosas araucarias que se complementan con los chemamul. El hito relacionaría dos genocidios: el llamado Proceso de Organización Nacional y el Proceso de Reorganización Nacional de la última dictadura. Dos Nunca Más.
Sobre la iniciativa se explayó el longko Jorge Nawel Puran en el primer conversatorio de la semana pasada: «Nos propusimos no sólo restituir los restos del Toki sino que también es importante todo lo que además va a acarrear establecer una decena de hitos a través de toda la región que Toki recorrió como para tomar dimensión de semejante recorrido, y que apunta a reivindicar su figura, absolutamente bastanteada y agraviada desde la historia oficial». Habló del pueblo mapuche «sin fronteras», de «las 40 naciones que hay en Argentina», y del objetivo de crear un Estado plurinacional, con autonomía y libre determinación en sus territorios. Pero que deben ser conscientes de las enormes dificultades para lograrlo en este sistema: «Para eso tenemos que trazar el paralelismo con Toki Calfucurá, que logró mantener la frontera con el Estado argentino durante 40 años en un plano de absoluta desigualdad militar, gracias a su enorme capacidad organizativa, estratégica y diplomática. Esa es la gran lección que nos da para el presente». «
Un «gigante» tehuelche en Francia
Dos semanas atrás, el Mecanismo de Expertos sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas de la Organización de Naciones Unidas reclamó que los museos de los Estados miembro sean «descolonizados» y que se restituyan a sus pueblos originarios los restos humanos y objetos de culto, lo que es un buen antecedente de cara al fallo que en noviembre debe emitir el organismo sobre los restos del Liempichún Sakamata, el «gigante» tehuelche que es parte de «las colecciones» del Museo del Hombre de París.
Esta semana, la Argentina volvió a reclamar a Francia su restitución. El tehuelche está en ese museo desde 1896, cuando el conde Henry La Vaulx profanó su tumba y se llevó el esqueleto (foto) y su ajuar funerario, compuesto por un estribo, pendientes y monedas de plata, además de 30 cajas de cráneos y otras joyas. «Es otro importante pedido en el que estamos trabajando desde 2010 –comenta Pepe–. Días atrás logramos que el vicecanciller argentino, Pablo Tettamanti, presentara el reclamo, y Francia respondió que sí, que lo van a restituir, mediante una ley específica que están elaborando».
Historias que conforman un rompecabezas del horror
El Programa Nacional de Identificación y Restitución de Restos Humanos Indígenas trabaja en otros casos.
Las próximas serán de tres hombres wichí, que forman parte de la colección de restos humanos del Museo de Ciencias Naturales de La Plata: uno asesinado en el Ingenio Ledesma en 1921 por el mayordomo del ingeniero; otro en 1881 por el Ejército argentino; y el tercero, un cacique muerto a machetazos en 1907 en el Ingenio la Esperanza. Pensaban hacerlo el 10 de diciembre, Día Internacional de los DD HH, pero la pandemia puede retrasarlo.
Lo mismo sucede con el cuerpo de un mapuche asesinado en Santa Cruz en 1888 por un cazador del Museo de La Plata. Lo enterró la comunidad, pero una expedición del Museo se lo llevó diez años después.
En el Museo de La Plata yacen los restos del yagan Maish Kensis, un joven que provenía del actual territorio chileno y murió «prisionero de la Ciencia» dentro del museo, obligado a trabajar para el perito Moreno. «Falleció de una enfermedad curable para la época, lo descarnaron y lo pusieron en una vitrina, de donde logramos retirarlo el 22 de agosto de 2006», explica el titular del Programa del INAI, Fernando Pepe. La idea es enviarlo a la única comunidad yagan, en Puerto Williams.
La otra restitución internacional fue en 2010: Damiana (foto), de la etnia Aché, capturada en 1896 tras la matanza de su familia, y convertida en un «objeto». Hace 10 años fue devuelta a su comunidad en Paraguay: el cuerpo estaba en La Plata. Su cráneo, en Alemania. Pepe lo define como «un rompecabezas del horror».
El cacique Modesto Inakayal (foto) murió prisionero en el Museo de La Plata, en 1888. Un empleado lo describió como «reservado, desconfiado, orgulloso y rencoroso». Fue devuelto en 1994 a Teka, Chubut, pero incompleto. En 2006 descubrieron en el museo el cuero cabelludo y su cerebro. Lo restituyeron en 2014 junto a su mujer y Margarita Foyel.
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