Cuando una tapa no tapa todo lo demás

Por: Carlos Ulanovsky

La tapa es el kilómetro cero de la oferta de cualquier medio informativo. Constituye la cara visible, es lo primero que se ve, la alerta sobre lo que serán los contenidos de la edición. La tapa, o portada o fachada o sumario, representa el ADN de cualquier medio, el lugar en el que debe quedar lo más claro posible eso que los semiólogos llaman “contrato de lectura” entre el medio y sus lectores. Lo que pasó con las tapas de La Nación y Clarín del lunes 19 de diciembre (esta semana se cumplió un mes de esa aparición y el comentario no es extemporáneo) merecerá un capítulo en futuros manuales de enseñanza del periodismo. El texto que sigue a continuación es un humilde anticipo al análisis que algún día merecerá ser completado.

Cuando diarios y revistas –los más importantes y prestigiosos del mundo- eligieron orgullosas imágenes de la final del mundial de fútbol, tal vez la mejor, con Messi y sus compañeros alzando el trofeo con fervor, o quizás otras- los dos medios gráficos de mayor venta de la Argentina se taparon la cara, la boca, los ojos, los oídos y enfundaron su edición de esa jornada trascendente con un suplemento publicitario de cuatro páginas auspiciado por una marca de cerveza.

Describo. En el comienzo, la frase “Hubo coincidencias. Hay equipo. Gracias Argentina”. En la página 2, una ilustración que incluye pelotas de fútbol, la bandera, papelitos, piernas de jugadores e – inevitable- la marca comercial en cuestión. En la página 3, se lee una especie de advertencia: “En 1986 teníamos al mejor del mundo. En 2022 tenemos al mejor del mundo”. En la contratapa, bajo el título de «Campeones», figuran 40 coincidencias entre los mundiales de 1986 y el que se disputó en Qatar hace poquito más de un mes. La mayoría, de forzada estirpe cabalística y en general ingenio propio de redes sociales.

El sorprendente artefacto promocional puede explicarse desde una interna entre empresas que venden océanos de cerveza y mueven millones de pesos anunciando en temporadas y eventos futbolísticos. Durante años una cerveza fue sponsor importante de la selección. Para el reciente torneo otro sello, de la competencia, tomó su lugar, seguramente por prepotencia de dólares. Algo tenían que hacer para documentar que seguían haciendo espuma e idearon este mensaje a los lectores-consumidores: sí, sí, campeones, pero antes, si te cabe, trágate esta. La cosa no paró allí.

En días sucesivos, mientras el país seguía dado vuelta de alegría, Clarín no evitó titulares generadores de humor involuntario. El martes 20 de diciembre, con millones de personas ocupando las calles porteñas, publicó: “Con un enorme operativo policial buscan evitar que la gente se agolpe en el Obelisco”. Se ve que muy pocos observaron la advertencia. Y volvieron a piar a destiempo con otro titular que decía: “Decretan un sorpresivo feriado nacional para poder festejar”. Exacto, para poder hacer lo que el diario evitó: sumarse a la fiesta sin tapujos.

Por una cosa semejante y por otras del mismo calibre las reacciones de sorpresa, fastidio, crítica y burla no tardaron en llegar. Porque una cosa es una discusión entre dos sellos comerciales y otra resignar el sentido de la primera plana.

En esos días, el periodista Fernando Sánchez publicó en la red Twitter: “El periodismo se murió”. Consultado por quien esto escribe, señaló: “Fue algo horrible. Si había una noticia que todo diario deseaba tener ese lunes era que Argentina había ganado el mundial de fútbol. Debía ser una edición histórica, que se vendería mucho más que cualquier número normal. Pero el lector llegaba al kiosco y en lugar de ver la noticia más esperada por 45 millones de argentinos se encontraba con un aviso”. Quien fuera uno de los creadores de la revista Barcelona agregó: “Al periodismo le dimos certificado de defunción varias veces. Esta es una más”.

Otros usuarios lo acompañaron en el sentido pésame al oficio de informar. “La forma más sutil de no mostrar alegría”; “Estos dos diarios son los que pedían la cabeza de Messi cuando no le salía una”; “Parece una revista de ofertas del Súper”; “Suenen Clarines, La Nación ha muerto. Cuac”.

Y no pocos recordaron un spot televisivo de Clarín de la época en que el Grupo estaba interesado en demoler la Ley de Servicios Audiovisuales y que decía: “La realidad se puede tapar. O hacer tapa”. Pasó el tiempo y volvió a hacerse tapa.

¿Era el objetivo bajarle el precio a la alegría?

¿Algo de eso estuvieron cerca de alcanzar?

A la luz de la enorme, festiva, espontánea e histórica movilización de la gente, la respuesta es NO. ¿Y entonces qué? Solo privilegiaron el negocio. Por un día dejaron de fijar agenda como intentan hacer a diario y transfirieron la responsabilidad editorial al departamento de marketing. Vi en Internet otros ejemplos similares en diarios extranjeros. No es la primera vez que ocurre en un medio gráfico y, si el capitalismo quiere, en otro momento volverá a repetirse. Uno de estos dos medios también auspicia desde hace años una maestría de periodismo. Sería muy interesante saber si este recurso anómalo sensibilizó a profesores y estudiantes.

 Las tapas también hablan, como esta que habló por si sola de estos medios. Las tapas hablan: bajito o a los gritos; generan júbilo o decepción; muestran lo que pasa o patean afuera la pelota informativa.

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