El actor y director Hugo Álvarez continúa a sus 83 años su militancia en escena: protagonizó "Los traidores", se escapó de la dictadura y fundó el Teatro Popular Latinoamericano. Junto a su hijo Fernando conducen la sala Corrientes Azul.
Álvarez guarda historias de oro. En sus Memorias de un actor exiliado escribe allá por 1994: Soy un desconocido que lleva un exilio interno, en una vida que actúa para vivir la militancia. Protagonizó las películas vinculadas a las luchas políticas que vivía el país por los años setenta, un cine revitalizado en los últimos tiempos por fábricas recuperadas, cooperativas, escuelas populares, libros y ciclos ligados a la historia audiovisual nacional. Ese Cine de la Resistencia se proyectaba por aquel entonces en las casas de familias: Los traidores, de Raymundo Gleyzer, Operación Masacre, de Jorge Cedrón y protagonizó una película mítica del período: la desaparecida Los Velázquez, de Pablo Szir.
Gran parte de los artistas con los que rodó se encuentran desaparecidos, muertos en dictadura o han vivido una resistencia cultural desde el exilio. Para evitar su secuestro Hugo viajó a la incertidumbre mirando cómo desaparecía nuestro país, con su pequeña familia, primero a Perú ayudado allí, entre otros, por el actor y director Norman Briski. Y en el 76 por ser blanco del Plan Cóndor, logró partir con su familia a Suecia, donde se refugió en asilo por las Naciones Unidas. Gracias a un director sueco ocurre un milagro, logra filmar en la selva peruana y por un movimiento de Delfina Paredes, actriz reconocida y luchadora social de la tevé de ese país, recupera sus documentos y la familia emprende el nuevo peregrinaje.
Hugo Álvarez registra arte y vida en carpetas rotuladas por fecha, lugar, teatro y rodaje de manera cuidadosa y con rigor de hemeroteca. No deja los fragmentos por fuera del archivo o librado a la memoria selectiva. Aquí en una charla que mantenemos en el escenario donde se representa su última obra sobre la huelga de lo taxistas, enfrentado a las butacas azules, recorta su registro personal de gestor y agente fundador del Teatro Popular Latinoamericano en Estocolmo. Confiesa que a esta edad está cansado pero cuando estrena se le pasa todo.
Lo acompaña en acción, recibiendo el legado, su hijo Fernando, también actor y programador del teatro Corrientes Azul, que lleva adelante con fuerza familiar junto a su padre, actualmente, cuatro obras en cartel que rotulan de calidad y con función social, en un caso con debate posterior por la perspectiva de género, en la avenida Corrientes, más cerca de la comuna 15, entre la Juan B Justo y el parque Los Andes.
-¿Por qué elegiste adaptar, dirigir y actuar Esperando al zurdo?
Hugo Álvarez: -La vi cuando tenía 20 años, me gustó mucho. La dirigía Alejandra Boero en el año ’58. La iba a hacer hace cuatro años, pero no ameritaba. Ahora me llaman de las barreadas de grupos de actores para venir a verla y se llena. Temáticamente, golpea porque habla del hambre con una figura de una mujer muy importante en la obra.
-¿Es un teatro de la resistencia?
HA: -Yo diría que sí, no porque fuera escrito para hoy. Fue hecha a pedido por Lee Strasberg, a Clifford Odets con quien integraba un grupo que se llama Theatret Group. Era sobre el conflicto social en el campo gremial de los Estados Unidos. Es emblemática para el teatro gremial, cuando la clase obrera tiene su protagonismo real con una vigencia terrible. Hay que dejar las diferencias secundarias y luchar por un objetivo común, dice la obra.
-¿Tu papá hizo actuación que no fuera política?
Fernando Álvarez: -Hizo teatro y cine político. Tengo un registro cuando empezamos a hacer teatro juntos en Suecia, yo tenía 14 años. El teatro estuvo, irremediablemente, atravesado por nuestra historia. Cuando lo amenazaron, yo viajé al exilio con él. Entendí y entiendo que lo social es político. Es muy significativo y representativo que hoy él esté estrenando una obra que se llama Esperando al zurdo, donde nos identificamos en lugares en común, donde la ideología es un lugar de unión.
-¿Cómo fue la movida cultural argentina y latinoamericana en Estocolmo?
HA: -No existía en teatro. Sí había una presencia en cuanto a la música. Habían llegado en el 74 los músicos chilenos, uruguayos y bolivianos. Yo fui a campo de refugiados en el campamento de Alvesta, durante tres meses, y creé un curso de teatro. Por el director sueco con quien yo había rodado en Perú, ingresé a la cinemateca, como modo de estar cerca del cine. En Estocolmo, me contacté con chilenos y uruguayos, quienes me propusieron formar una compañía. Lo mejor era abrir una escuela para garantizar un futuro al teatro. Al año, teníamos unos 60 alumnos, en el que estaban Fernando y Alejandro, mi hijo mayor. Hoy todavía hay teatros latinoamericanos como resultado de las acciones del 76. En el 85 pudimos salir con La infancia de Hitler y viajamos a Cuba, Chile, Perú, Argentina, España, Finlandia. Llegamos con esa obra al Chile de Pinochet.
-Tu vida fue una película protagonizada como agente social. Hay un impulso fuerte por redifundir el Cine de la Base, en el caso de Los Velázquez está desaparecida. ¿Qué recordás?
HA: -Pablo Szir trabajó como patrullero en Operación Masacre. Se armó una comunidad. Los Velázquez debía filmarse en el Chaco por la topografía pero no había dinero para mover los equipos. La Escuela Juan Vucetich tenía el terreno, era muy riesgoso y se filmó allí. Llegábamos a las once de la noche, estaba lleno de policías con quienes teníamos que convivir. Nos contaban sobre las represiones y era muy duro. Yo hice un coprotagónico, era empleado de correo. Los Velázquez tenían un secuaz, don Segundo Gauna. Tenían un acuerdo con una maestra que les facilitaba el auto para trasladarse de un lugar a otro. Se filmó, yo pasé a la clandestinidad y después vino el exilio, hasta que nos enteramos de que Pablo Szir había caído en una pinza del Ejército y lo detuvieron. Se dijo que había querido tomar la pastilla de cianuro pero no había surtido efecto. Hay un libro que hizo Fernando Peña para el INCAA, Hasta la memoria siempre, que analiza todo esto en profundidad.
-Fernando, ¿escuchaste muchas historias?
FA: -Yo estaba con papá en Suecia en el ’78. Vino a casa un día Roberto Guevara, el hermano del Che. Estaban los padres de Santucho también, para mí era muy fuerte. Yo viajé a Suecia con la idea de quedarme un año. Cuando llegué, él me dio un libro, Las locas de Plaza de Mayo, escrito por un francés. Había testimonios y le pregunté a papá si era real. Así fue cómo yo empecé a entender lo que pasaba en el país. Y como era menor, decidió que yo me quedaba en Suecia. Lo primero que hice en teatro fue con Marga Marga, conducido por Néstor Sacco. Hicimos una representación, en época del Mundial del 78, en la calle, para dar cuenta al pueblo sueco de que mientras había un mundial se estaba masacrando y matando gente. La bandera decía ayude al pueblo argentino, había un muñeco de un milico, otro imperialista, un pajarraco que era yo y que relataba el partido y en el arco había un compañero atado. Lo ejecutaban mientras festejaban un gol. Yo entré así al teatro político primero y luego a la escuela de TPL.
-¿Por qué se caracteriza la programación hoy en su teatro?
FA: -Mi papá me decía que estrenáramos espectáculos de calidad. Es muy difícil encontrar eso cuando están en proceso de ensayo. Tenemos cuatro obras y las sostenemos. Este año, a diferencia de otros momentos, no hubo tantas ofertas. Tiene que ver con la falta de motivación y dinero. El sabor, la obra que protagonizo sigue funcionando y vamos a estar todo el año. Son obras que convocan desde la temática, invita a la movilización y a repensarse.
-¿En otras oportunidades han hecho obras con debate posterior?
HA: -Cuando abrimos la sala, el tema era los adolescentes en situación de maltrato. Los vecinos lo protegían. Hacíamos un debate para abrir la opinión del público, era importante porque los espectadores querían ser testigos también, participar y analizar las experiencias. La función del teatro es que actuar es comunicar de modo social.
Para consultar la programación, ver Teatro Corrientes Azul o su página de Facebook.
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