Teléfono para la Real Academia: muchachos, ¿dónde se van a poner el día en que un libro de poemas escrito por una máquina gane el premio Nobel de Literatura? Miren que no todo podrá tener una justificación tan elemental como cuando, hace poco, le mojaron la oreja al lenguaje inclusivo, creyendo que así lo dejaban en ridículo. Eso sí: tendrán que preparar un mensaje de agradecimiento, para que la máquina le dedique el premio a su familia y a todos los que la conocen. Y tendrán que traducirlo a un lenguaje ducho en algoritmos, redes neuronales, aplicaciones colaborativas y chat GPT.
Así serán los días que se avecinan, cuando, como avizora más de un experto, no habrá un arma de dominación más eficaz que la inteligencia artificial. Sostienen que China y EE UU, que Rusia y Japón dejarán de dirimir sus respectivas e históricas (des)inteligencias materiales en pos del gas, del agua, del litio, del petróleo, de capitales y centrarán sus esfuerzos en ser vanguardia en este modelo oracular siglo XXI mucho más potente que cualquier buscador porque, según dicen, fue anabolizado por millones de libros y datos de todas las disciplinas. O sea, la Wikipedia al palo. Se nota que, a las potencias mundiales, que están detrás de los derechos de la nueva y terrible criatura, el lanzamiento y su brutal y veloz divulgación los agarró de sorpresa. Más de mil expertos, con el argumento de que, en lo inmediato, se podrían generar “grandes riesgos para la humanidad” (ja. Como si ahora hubiera pocos) se curaron en salud y decidieron una postergación con el presunto propósito de establecer protocolos de seguridad, auditorías certeras que reglamenten su uso y, en especial, el análisis riguroso de las consecuencias posibles. Temerosos de que se les vaya de las manos, esta gente de mente acordó una moratoria de medio año: “Dejemos de hablar de la IA por seis meses”, decidieron.
Que quieren que les diga. A mí me recordó la convocatoria de un sindicalista que propuso, a propios y ajenos, que los argentinos teníamos que dejar de robar por dos años. No sé si la invitación del dirigente tuvo asidero, pero habrá que estar atento de acá a cuando promedie la primavera en esta parte del mundo, para volver a preguntarse sobre peligros, objetivos e intromisiones.
Parece (lo digo con respeto, yo que apenas llegué a Google) que esta menesunda es capaz de hacer todo lo que hacemos nosotros, pero mucho más rápido y, en ocasiones, bastante mejor. Eso es, sin duda, algo providencial, pero también resulta evidente que las sociedades actuales no están preparadas, todavía, para admitir un volantazo tecnológico e ideológico de semejante volumen. Con la prórroga acordada ganan un tiempito, ven si alguno de los países primerea con el propósito de adueñarse de ese fabuloso continente de conocimientos y, con la eficacia que los caracteriza, siguen instalando la idea en dimensiones universales. Que, por cierto, no es tan nueva porque tenía atrevidos antecedentes. Recordemos: se le llama inteligentes a los teléfonos celulares (mucho más que a las personas que los utilizan), que se levantan edificios que responden a esa característica y que hasta las camisetas de fútbol de la selección observan igual condición.
Sigo creyendo en la inteligencia natural. Hace poco, en el teatro Nacional Cervantes vi la obra Los nacimientos en la que un grupo de mujeres, casi todas originarias de la Latinoamérica más ancestral y vecinas del barrio Carlos Mugica, en la villa de Retiro, interpelaban a sus propias vidas con canto, música, bailes, masa para pan de muertos y sin algoritmos a la vista, salvo los de sus corazones. Apuesto a la imaginación del grafiti y al ingenio del fileteado. Me juego entero a favor de expresiones (a las que la Real Academia debería tener más en cuenta) como imagino, prefiero, necesito, pienso, intuyo, elijo, deseo. Apuesto por actividades, todavía oriundas y puras, originales y nativas, como la poesía, las artesanías, el teatro independiente, las murgas, los payadores, el fútbol como juego (actualmente desnaturalizados por el VAR y la pelota con chip), el diario en papel, las plazas, el río (aunque haya que mirarlo desde lejos), las comidas de los domingos, el café sin especialidades, el tango, la gauchada, los abrazos, el chiste, el asado, el barrio. Cada lector podrá enriquecer la lista. Con la IA no será lo mismo amar o enloquecer, o arribar a ambas estaciones al mismo tiempo. Probablemente el tiempo condene, por anacrónica, mi voluntad de estar hoy en contra de la inteligencia artificial y se rían a carcajadas de esta ocurrencia otoñal, que ni siquiera a cruzada llega. Pero…
No estoy solo
Pienso que, entre otras desdichas, el chat GPT y asociados será el que nos va a dejar sin trabajo a muchos de los que todavía tenemos uno. Un amigo, cuyos conocimientos, parecidos a los míos, distan de acá a la luna respecto a los de Elon Musk, practica una singular forma de militancia. Baja a una estación de subte y le pide al empleado/a que le cargue la SUBE. En nueve de cada diez casos lo envían a cargar en la máquina. Ahí pone en marcha su catequesis laboral: “Yo voy, pero ¿no te das cuenta que muy pronto esa máquina va a ocupar tu puesto?”. La devolución, me cuenta, es una sonrisa resignada.
El poeta urbano José Muchnik afirma en La Letra Eñe: “(La IA) redacta notas periodísticas, artículos científicos, dicta clases en idiomas, inventa recetas de cocina, escribe novelas que se venden en Amazon”. Y ni hablar de lo que puede ocurrir en la educación. De los Resúmenes Lerú a las enciclopedias y del Rincón del vago a GPT hay un largo camino. Pero como la IA ya ayudó a aprobar exámenes con notas brillantes, para prevenir excesos muchas universidades ya controlan su uso.
En estos días, los dibujantes Tute y Miguel Rep lo manifestaron con crítica y humor. Tute se expresó a favor de “la estupidez natural” y en su tira diaria Rep publicó un dibujo en modo alegato brechtiano: “Primero fueron a por los administrativos, luego los cajeros y los choferes, después a por los creativos y por los docentes”. Muchos perritos demuestran su malestar: “Y ahora, nos reemplazaron como mascotas… Y ya es demasiado tarde”, entienden.
Y sí: los analógicos lo entendimos. «
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