Por la pandemia, cientos de pibes del Barrio Padre Mugica se quedaron sin vínculo con la escuela. El déficit se repite en otros barrios vulnerables. La Ciudad no les da respuestas. Historias de familias que no acceden a servicios básicos y tampoco al derecho a la enseñanza.
Calla es mamá de dos hijos, está terminando el profesorado y se gana el mango como promotora barrial. Vive hace 36 años en el filo profundo del Barrio Güemes, una de las zonas más castigadas por la pandemia. Sufrió en carne propia la falta de agua en abril y mayo, cuando los contagios fueron masivos en la barriada: “Ni para hacer un té teníamos. Peleamos para que trajeran los camiones. Pero fue un desastre, se contagió todo el mundo haciendo las filas frente a las cisternas.” Por la peste y la desidia del Estado porteño, cuenta Karina, murió su tía Fanny Aima: “La aislaron en un hotel, la trataron muy mal. En el hospital no la pudieron salvar. Decían que nos atendían a todos por igual, pero no es así. Sin servicios básicos, sin acceso a la salud ni a la educación, los villeros no existimos. La respuesta del Estado es sálvese quien pueda.”
Según un relevamiento sobre el acceso a la tecnología y a los materiales necesarios para estudiar en barrios vulnerables porteños realizado en junio por el movimiento Barrios de Pie, un 70% de los estudiantes no tiene computadora en la casa y el 82,5% no cuenta con acceso a Internet. Según el propio gobierno de la Ciudad, 3525 estudiantes del nivel secundario y más de 1600 del primario dejaron de tener contacto con sus escuelas desde que se decretó el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio.
La brecha digital y educativa afecta a los pibes y pibas que viven en el Mugica. Hay más de 200 anotados en el Registro Judicial de Estudiantes con Necesidades Informáticas no Satisfechas, creado por el Juzgado en lo Contenciosos Administrativo y Tributario Nº 2, pero “son muchos más y hace cinco meses que lo venimos denunciando. La cuarentena ensanchó la desigualdad en la escuela de una forma atroz. Las familias no tienen ingresos, mucho menos plata para bancar la conectividad. Si antes el delantal blanco igualaba, ahora tiene que ser el acceso a Internet y la computadora”, arriesga Alejandra Gómez, secretaria de Acción Social de UTE Ctera. Dice que, ante la adversidad, los docentes no bajaron los brazos: “Somos los que mantenemos vivo el vínculo entra las familias y la escuela. Hacemos todo el esfuerzo, repartimos los bolsones de comida, que dejan mucho que desear, nosotros ponemos el cuerpo como siempre, no el gobierno porteño.” Según la rectora del Comercial 10, la demolición del programa Conectar Igualdad dejó a la intemperie a los estudiantes de los sectores populares: “Lo desmantelaron, cerraron las capacitaciones, la reparación de los equipos. Ahora, con la pandemia, se ven las consecuencias del vaciamiento y la pérdida de derechos que impulsó Macri.”
Comer o estudiar
Doña Mirtha Rodríguez vive hace 30 años en la zona del Bajo Autopista. Es mamá de tres hijos: Leo, Antonella y Henry, de diez años, que va protegido por un barbijo con el escudo de Boca y le da una mano a su mamá con el changuito de las compras. “La compu de Henry no andaba de antes de la cuarentena, la llevé a arreglar y hace meses que no tengo respuesta. En estos meses mandaron la tarea por WhatsApp. Tuve que cargar 500 pesos en el celular, pero ya no tengo datos ni plata”. Cuenta Mirtha que su marido es carpintero, que estuvo semanas sin trabajar y la cosa no repunta. Con los cuadernillos que le mandaron de la escuela, intenta que sus hijos cumplan la tarea: “Hago lo que puedo. Hay muchas cosas que no entiendo, trato de explicarle, pero no soy maestra. Es como un año perdido para los chicos. El año más difícil de nuestras vidas.”
Nadia Albornoz y su pareja, Pedro Núñez, son de la zona YPF. Tienen dos hijas: una va a cuarto grado y otra a sexto. “No tenemos ni compu, ni tablet, ni trabajo. Llamamos el 0800 y nos fueron pateando. Acá estamos, con cortes de luz, poco agua y sin un mango. Si no fuera por la mano de los vecinos que nos dan mercadería, no comemos.”
Continuidad pedagógica
Walter José Larrea sabe que en las letras de la palabra escuela, está la escuela. Es auxiliar docente del Polo Educativo José Mugica y miembro activo de la Mesa Participativa de Urbanización. También ayuda en algunos de los mil y un comedores y merenderos populares que alimentan a los pibes del Mugica. En estos tiempos de malaria, resalta, emergió como nunca la solidaridad como respuesta colectiva. Cuenta que los docentes hicieron donaciones de celulares, armaron baquitas para cargar crédito e improvisaron un campus online tracción a sangre: el hilito invisible que conecta a los pibes con la escuela se amarra a la suerte del curtido telefonito familiar. Si es que funciona o tiene datos: “Nos esforzamos, pero la continuidad pedagógica está cortada sin wifi, sin computadoras. El celular no es una herramienta para estudiar, sirve para mantener el contacto. Lo que salió a la luz en estos meses es una situación que venía de antes. Se llama desigualdad social.”
No hay continuidad pedagógica sin conectividad. El Comité de Crisis del Barrio no se cansa de pedirla todas las semanas. No hubo respuesta del gobierno porteño, hasta que el último miércoles presentó un protocolo para el funcionamiento del plan “Conectate en la escuela”, que propone la apertura de espacios digitales en los establecimientos primarios y secundarios de gestión estatal: “Ahora dicen que los chicos van a tener que pedir turno para ir a la escuela. Como si fuera un ciber –dice Larrea–. Ni hablemos del riesgo de contagio. Son parches. Poner wifi y entregar 5000 computadoras debe ser un gasto mínimo para la ciudad más rica del país. Pero no lo hacen, como tampoco urbanizaron en serio el barrio en todos los años que llevan gobernando.”
Margarita Quevedo es cocinera del comedor Los Peques. Se acerca al ministerio para reclamar por la educación de sus nietos y de todos los chicos del barrio: “Están jugando con el futuro de los pibes, que es sagrado.” Antes de salir volando para el merendero –los gurises la esperan con las tazas vacías para tomar la leche tibia–,se acuerda de los gobernantes de turno: “Si no protestamos, no hacen nada. Acá se acercan sólo para buscar votos, después desaparecen, como fantasmas.” «
Polémica apertura de escuelas
A pesar de tener un fallo judicial en contra, que obliga a la Ciudad a abastecer de todo el equipamiento tecnológico y la conectividad necesaria al alumnado porteño, el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, decidió ir por lo opuesto: en lugar de darles computadoras (discontinuadas por el plan Sarmiento en CABA y el Conectar Igualdad en la gestión macrista), abrirá las escuelas desde el mes que viene, como «espacios digitales». Según declaró, son 5100 los alumnos que «no se han podido conectar» en estos meses.
El gremio UTE–CTERA reclama por el peligro de abrir los establecimientos en pleno ascenso de casos, y dieron ejemplos de lo sucedido en otros países que abrieron y tuvieron múltiples contagios, como Israel: «Una escuela no es un edificio. Larreta sólo quiere usarlas como cíber para suplir su decisión de no dar las computadoras a los chicos para que estudien en sus casas», expresó el secretario Eduardo López, atacado por los grandes medios que salieron a defender la medida macrista. Y pidió reunirse con el ministro Nicolás Trotta para que interceda en la decisión.
La renuncia de Puiggrós en un ministerio agitado
La semana pasada, un posteo de Nacho Levy, referente de la organización social La Poderosa, denunció una «feroz y ridícula interna» al interior del Ministerio de Educación de la Nación, entre el titular de la cartera, Nicolás Trotta, y la viceministra Adriana Puiggrós, lo que repercutía en que no llegaran los planes y equipamientos tencológico-educativos a los barrios vulnerables, a cinco meses del inicio del aislamiento por la pandemia. Días después, Puiggrós renunció.
Los perfiles de ambos funcionarios son marcadamente distintos: ella es una pedagoga de extensísima trayectoria, Trotta es un abogado que viene de conducir la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo (UMET), que pertenece al sindicato de trabajadores de edificios (SUTERH) comandado por Víctor Santa María, presidente del PJ porteño. Desde el inicio de la cuarentena, Puiggrós había demandado que llegaran computadoras y conectividad a los barrios más carenciados desde Nación, si distritos como Ciudad no se ocupaban. En su lugar, la cartera educativa nacional impulsó la impresión de 7 millones de cuadernillos.
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