Carnavalito del Jujeñazo: postales desde la tierra del «Emperador» Morales

Por: Nicolás G. Recoaro

De las balas y los bajos salarios al "premio" de 50.000 pesos de la gobernación para los policías represores, más que el sueldo básico docente. El negocio de la familia Morales con el cannabis y el reclamo de las comunidades originarias por la tierra: "Libres o muertos".

«Dicen que los del norte somos callados/Pero cuando nos joden, nos levantamos». Estribillo de carnavalito combativo. Suena en las protestas del Jujeñazo, que ya lleva semanas, entre la protesta docente, la reforma constitucional exprés de Gerardo Morales, las marchas, la represión. El canto suena fuerte. Desde el centro de San Salvador hasta las comunidades de la Quebrada, las Yungas, los Valles orientales, la Puna y mucho más allá. El pueblo de Jujuy alza su voz: «Abajo la reforma, arriba los salarios», «Basta de represión», «Libertad a los presos por luchar», «No al negocio asesino del litio», «Tierra para las comunidades originarias».

Trabajadores, pueblos indígenas, desclasados, olvidados. Los de abajo están cansados del autoritarismo, las políticas del hambre y la mano dura que viene de arriba, del gobierno que conduce como patrón de estancia el que la mayoría de acá le llama «Emperador» Gerardo Morales. Erke, charango, bombo; guardapolvo y wiphala, explota un carnavalito para luchar, en una tierra que se volvió tubo de ensayo de lo que puede ser la Argentina 2024.

La represión del martes.
Foto: Edgardo Valera / Télam

San Salvador. La plaza Belgrano es el centro neurálgico de las protestas, a pasitos de la Legislatura donde el martes la guardia pretoriana del «Emperador» desató el bloody sunday jujeño. La policía local no ahorró en gases lacrimógenos, balas de goma y hasta piedras lanzadas con gomeras contra las columnas de docentes, agricultores, militantes y autoconvocados. Protestaban en paz contra la reformada Constitución que resta derechos y suma beneficios para los negocios non sanctos. El saldo: casi 200 heridos y 68 detenidos.

«Cuando me agarraron me llevaron a la Legislatura, que usaron como punto para empezar a detener personas. Me subieron a un patrullero y me golpearon. Me dijeron ‘te gustan los derechos humanos’. Me hicieron rezar. De ahí, luego de los golpes y maltrato nos llevaron al penal. Allí te ve el médico, te desnudan, filman, te siguen maltratando y verdugueando. Me decían que era el próximo Santiago Maldonado. Es la rienda suelta que les dio Morales para que hagan lo que quieran». Son declaraciones del docente Juan Ferrero, liberado luego de tres días de encierro en Alto Comedero, la cárcel encajada en los márgenes de San Salvador.

El miércoles por la tarde, antes de que comience la marcha de antorchas, cerca de la longeva Catedral que data del 1593, protesta Edith, trabajadora del gremio de la salud. La curtida enfermera asistió a los heridos frente a la Legislatura: «Mire que tengo muchos años, pero nunca ha pasado algo así. La policía tiraba a mansalva. Se infiltraba entre la gente que protestaba en paz. Arriaban y cazaban como grupos de tarea, después fueron a los barrios. La gente llegaba cortada, golpeada, con mucha angustia, con pánico. Algo que nunca vivimos en la provincia».

En la capital es un secreto a voces: el precandidato a vicepresidente de Larreta premió a sus cosacos con bonos de 50 mil pesos. Bastante más que los devaluados $ 32 mil del salario básico de los docentes. El eslogan oficial es clarito: «Jujuy, el Norte a seguir» para la alianza cambiemita.

Familiares buscando respuestas afuera de Alto Comedero.
Foto: Eduardo Sarapura

Más balas, menos tizas

«Poco a poco mi sueldito/se termina rapidito/Sólo pago los impuestos / No me alcanza pa’ comer…», cantan decenas de maestras y maestros no muy lejos de la Casa de Gobierno. Cuatro estatuas de la tucumana Lola Mora custodian el palacio de estilo Beaux Arts, también un pelotón de azulados uniformados. Las obras se titulan «La Libertad», «La Paz», «La Justicia» y «El Progreso». Cuatro pilares pisoteados por el gobernador.

Hace meses que los trabajadores de la tiza luchan por la reapertura de las paritarias y contra sus salarios miserables. Sonia Burgos es maestra de primaria. Da clases en la Escuela N° 119 General Savio de Palpalá, localidad enclavada a 13 kilómetros de San Salvador: «Dígame cómo se alimenta a una familia con un sueldo que no cubre la canasta básica. Morales miente, el blanco araña los 30 mil pesos, el resto son ingresos grises y muchos negros, que no se aportan a la Anses. Gastan en balas, ahorran en nuestros salarios».

Docentes muestran su magro salario básico.
Foto: Eduardo Sarapura

Soledad también ejerce la docencia en Palpalá. Está indignada porque el gobierno publicó una solicitada en El Tribuno y El Pregón, medios arrodillados ante el mandamás radical: «En la contratapa del diario pagaron un aviso mentiroso, que dice que todos los docentes tenemos sueldos arriba de los $ 130 mil pesos. Usan a los medios para manchar nuestra lucha».

Marcela luce orgullosa su guardapolvo y da clase sobre la realidad escolar: «Antes se repartían meriendas con leche, queso y frutas. Ahora es puro té y miñones. Las familias pasan hambre, no se aguanta más».
Cae pesada la noche. Docentes cantan un tinku frente al Ministerio. Las voces suben hasta los cerros negros pintados por Goya y se pierden en el Altiplano: «Morales gato, te robaste la educación».

Una de las tantas marchas que nucleó a trabajadores de la educación, la salud, estatales, organizaciones barriales y originarias.
Foto: Eduardo Sarapura

Los dueños de la tierra

La Ruta 66 conecta San Salvador con Perico, capital del departamento de El Carmen, zona rica y fértil para la agricultura y la ganadería. El corte es a unos 30 kilómetros de la capital. Pequeños agricultores y vecinos empobrecidos alimentan una fogata al costado del camino.

Mabel es ama de casa. Fuerte como un roble, protesta con su hijita en brazos. Dice que mantienen la medida en contra de la reforma: «No queremos la nueva Constitución, nos pueden sacar la tierra. Perico es una localidad históricamente castigada. Desalojan y las tierras se las dan a los amigos. Acá cerca está la finca El Pongo, un espacio donde desde hace más de cien años se producían verduras, frutillas y había ganado. Cuatro generaciones. Hace un tiempo, el gobernador sacó a los agricultores y abrió una empresa para plantar marihuana».

El emprendimiento de cannabis industrial con aportes estatales se llama Cannava y es dirigido por un heredero del Emperador, su hijo Gastón: «No es estatal, es un negocio familiar, porque el gobernador pone la gente a dedo, y en Perico no tenemos ningún beneficio. Es más, ese predio fue donado para la construcción de un hospital, que nunca se hizo. En el centro de salud hace dos años que no tenemos pediatra, si hay que atender a mi hija tengo que viajar a San Salvador», denuncia la señora bajo el sol árido del mediodía.

El corte en Purmamarca.
Foto: Eduardo Sarapura

Carlos Cardozo es parte de los gauchos que llega a caballo al corte. Ellos también apoyan: «Estas son tierras que trabajaban mis ancestros. Maíz, garbanzo, verdura. Lucho por ese legado, por esa historia, señor. Los gobiernos de turno nos sacan la tierra. Hacen negocios entre ellos y a nosotros nos dejan migajas. Es un avasallamiento total. Tenemos que unirnos en toda la provincia para que se vayan: radicales, peronistas, se tienen que ir porque no ayudan al pueblo.”

Don Cardozo muestra las manos curtidas, repletas de historias de lucha: “Me las rebusco para vivir, pero hay vecinos que fueron desalojados y murieron. Vamos a pelear contra Morales, de acá no me saca”.

Foto: Eduardo Sarapura

En la Ruta 9 que lleva a La Quiaca, la fila de autos, colectivos y camiones parece una serpiente emplumada. Se enrosca frente al corte, a la altura de Purmamarca. El telón de fondo es la Quebrada de Humahuaca y sus cerros de siete millones de colores.

En el cruce con la Ruta 52 que lleva al Paso de Jama, deliberan los comuneros, representantes de las comunidades indígenas del norte olvidado. Antes del mediodía, el viento aúlla y es helado, corta la cara como una navaja. Entre gomas, maderas y chapas, un cartel grita en prolija letra imprenta: «Morales, vos sos la dictadura».

Purmamarca, Tilcara, Abra Pampa, Humahuaca, los cortes de ruta que bombean resistencia popular y originaria al Jujeñazo eran al menos 15 hasta ayer. Memoria presente de cinco siglos de lucha. A este pueblo que se animó a un éxodo masivo por la Patria se lo debe respetar.

Ismael es un pibe nacido y criado en la comunidad de Chalala. El estudiante de sonrisa clara como las salinas del Altiplano milita la causa del Tercer Malón de la Paz, que nuclea a los pueblos indígenas: «Vamos a seguir resistiendo. Morales hizo la reforma sin consultar a las comunidades. Es totalitario y corrupto».

El pibe tira una maderita para alimentar las llamas, dice que en las comunidades hay miedo: «Van a llegar las mineras para sacar el litio, ya sabemos lo que hace la megaminería, se llevan todo y destruyen la tierra. ¿Dónde están nuestros derechos?». El viento responde con el silencio de la quebrada.

Foto: Eduardo Sarapura

Balbina vive en Guadalupe de la Peña, una localidad abandonada por el Estado, a 80 kilómetros de Abra Pampa. Convida unas hojitas de coca: «Este es un lugar muy rico en minerales. Ahora se acuerdan de nosotros, nos quieren saquear. El territorio es nuestro, lo quiero dejar para mis hijos, y lo quiero dejar sano. Somos felices sin las mineras».

Desde la comunidad de Colorado se arrimó al corte la señora María. Sabia cocinera: corta papitas, pica cebollitas, condimenta unos pedacitos de carne. Guiso casero para los comuneros. La lucha es horizontal y más heterogénea de lo que vende el discurso oficial. La señora es generosa como la Pachamama: «Venimos para defender nuestra tierra, la que nos alimenta, la que nos deja criar ganado, plantar y vivir en paz. Ellos sólo la ven como un negocio».

María fue herida en la salvaje represión de la semana pasada en Purmamarca: «Me dieron en la pierna. Tuve miedo, pero en las corridas pensé, ‘es vivir o morir’. Esta es la tierra de mis abuelos, de mis padres, de mis hijos, de mis nietos. No nos vamos. Libres o muertos, pero jamás esclavos. Sangre originaria«, dice doña María. Sangre que corre por las venas abiertas del pueblo jujeño. La que mancha las manos del gobernador.

Foto: Eduardo Sarapura
Los mineros también apoyan y reclaman

Un rato antes de las 18 llega a la plaza una columna de mineros desde el norte de la provincia. Luis Alberto Vivero cuenta que viene desde la Quebrada de Humahuaca. Es uno de los tantos trabajadores del socabón que bancan la lucha en las rutas: «Marchamos desde Purmamarca para apoyar a los compañeros docentes y campesinos. Los mineros no nos rendimos fácil, cuando nos enojamos, explotamos». 

El hombre se gana la vida en las profundidades de la mina El Aguilar. Se lo ve sereno, pero confiesa que anda preocupado. La procesión va por dentro: «Estoy triste. Con esta reforma se quieren adueñar de las tierras de nuestros abuelos, donde criaron sus llamas, sus cabras, no queremos que nos quiten nuestras tierras, tienen que respetar los derechos de las comunidades originarias».

Vivero dice que el gobernador y los gringos vienen por el litio: «Cuentan los del gobierno que hacen inversiones, pero no se ven. Los mineros tenemos de los salarios más bajos en Jujuy. Con 20 años en minería subterránea y a cielo abierto, apenas me alcanza para vivir.» Cuando vio la represión moralista en la Ruta 9 y frente a la Legislatura, el minero se acordó de la canción que siempre canta con sus compañeros: «Dicen que los mineros somos callados, pero cuando nos joden, nos levantamos.»

Foto: Eduardo Sarapura
Corte en Perico.
Foto: Eduardo Sarapura
Foto: Eduardo Sarapura

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