Se estima que entre el 2 y 3 por ciento de los niños y niñas la desarrolla en su primer año de vida.
“Hay muchas más consultas por este tema. Sobre todo las recibimos los alergólogos y gastroenterólogos infantiles. Pero siempre hace falta más difusión, porque lo más importante es que no se retrase el diagnóstico”, resalta la pediatra Karina López, especialista en Alergia e Inmunología Infantil, Directora del Comité Científico de Alergias Alimentarias y Anafilaxia de la AAAeIC.
Define a la ALPV como “una respuesta inmunológica exagerada que tiene un bebé ante la ingesta de proteína de la leche, que puede ser de forma directa por leche maternizada o amamantando, porque esas proteínas atraviesan la lactancia”. Los síntomas pueden ser de tipo digestivo -vómitos, cólicos, diarrea, moco y sangre en materia fecal, de aparición tardía- o de aparición inmediata tras la ingesta, como erupciones cutáneas, ronchas, hinchazón de labios y párpados. También puede ser alergia oral, que afecta a labios, lengua y garganta: la expresión más severa es la anafilaxia, una reacción alérgica que puede llegar a obstruir las vías respiratorias e implicar un riesgo la vida. Pero los cuadros graves se dan con menos frecuencia.
La gran mayoría de los casos “se da dentro del primer año de vida, pero en los primeros seis meses se manifiesta. Hay que instaurar el tratamiento inmediato para evitarle la llegada de las proteínas de la leche. Esta condición es transitoria en general y benigna. Muy pocos quedan con una alergia persistente, de adultos”, aclara la especialista, en diálogo con Tiempo.
La ALPV se desarrolla en general por una predisposición genética. Aunque hay otros factores que inciden: “Además de lo genético, lo ambiental. Por ejemplo, los nacimientos con cesárea y la ausencia de lactancia materna pueden favorecerla”, señala López. Sobre el motivo por el que cada vez se detectan más casos, sostiene que “se reconocen más los cuadros clínicos, pero probablemente incida esto de que han aumentado las cesáreas, y la parte ambiental puede estar incidiendo”.
El tratamiento consiste en una dieta de exclusión. Para bebés lactantes, es la mamá quien debe dejar de lado los lácteos en su alimentación. Todos. Y suprimir cualquier producto que contenga la proteína de la leche de vaca, como pan, salchichas, embutidos, galletitas dulces, entre muchos otros. Quienes toman además otras leches, deben recurrir a leches medicamentosas especialmente diseñadas.
“Lo importante es que la cobertura de estas fórmulas medicamentosas prescriptas por un médico especialista se encuentra garantizada al 100 por ciento por la ley nacional 27.305”, indica Sandra Del Hoyo, presidenta y fundadora de RedInmunos, asociación civil sin fines de lucro formada por padres y madres de niños y niñas con alergias a alimentos.
La ley 27.305, promulgada a fines de 2016, establece que las obras sociales y prepagas -y, en el caso de que la familia no cuente con seguridad social, el Estado- deben cubrir la totalidad del consumo de leches de fórmula medicamentosas. Y sin límite de edad, teniendo en cuenta los pocos casos que continúan con la alergia pasados los primeros años.
No es lo mismo
Las alergias a la proteína de la leche de vaca, según el comunicado difundido por la AAAeIC, se clasifican en tres tipos: las de inicio rápido luego de la exposición al alimento, que suelen ser más sencillas de diagnosticar y se originan por la reacción inmunológica de anticuerpos llamados Inmunoglobulina E (IgE); las de respuesta tardía, que suelen dificultar su diagnóstico temprano, ya que no es tan sencillo relacionarlas con la ingesta del alimento o identificar cuál de los alimentos la produce; y las APLV mixtas, en las que la reacción alérgica muchas veces es inmediata, pero otras pueden manifestarse tanto de forma inmediata como retardada, involucrando también a otras células específicas.
Muchas familias consultan por intolerancia a la lactosa, algo que no tiene que ver con la APLV, aunque a veces hay confusión al respecto. “No es lo mismo. La leche tiene proteínas que dan alergia y azúcares como la lactosa, además de grasas. La lactosa es un azúcar, un hidrato. La alergia a la lactosa no existe, no se puede ser alérgico a un azúcar. La alergia APLV es a proteínas”, aclara López.
Y detalla que la intolerancia a la lactosa congénita “es un trastorno poco frecuente y casi incompatible con la vida. Después hay intolerancias parciales, que es lo que uno suele ver. Está muy en auge, las góndolas están llenas de productos con reducción de lactosa. Es un defecto metabólico donde falta una enzima o está disminuida la que es capaz de degradar a la lactosa. Hay que hacer una gran diferenciación, porque hay leches sin lactosa que no están indicadas para pacientes con APLV. Por eso es importante que la prescripción la haga un especialista idóneo, con diagnóstico”, remarca la pediatra.
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