La suspensión de la prohibición del uso del burkini aprobada hoy en Francia por el Consejo de Estado tiene una historia. Hace poco más de un mes la extraña promulgación de los decretos que implementaban su prohibición es espacios públicos, sacudió la vida cultural de un país alterado por los reiterados hechos de terrorismo que conmueven a toda su sociedad. A pesar de que el texto de los diferentes decretos municipales prohibe el uso en las playas públicas de prendas que denoten una filiación religiosa determinada, afirmando formalmente que dicha imposición se realiza en nombre de los valores laicos del estado francés, siempre fue un secreto a voces que la aplicación práctica de dicha legislación tenía como objetivo único la prohibición del burkini.
Esta prenda le permite a las mujeres que profesan la fe musulmana bañarse en el mar en público y otras actividades de playa. Su diseño es similar al de los trajes de neoprene utilizados por deportistas dedicados al surf o al buceo, que cubre todo el cuerpo con excepción de los pies, las manos y el rostro. El burkini fue creado en el año 2004 por la libanesa radicada en Australia Aheda Zanetti y, según ella dice, su diseño responde a tres premisas básicas: libertad, flexibilidad, confianza. Desde su creación, el burkini fue adoptado por mujeres en todo el mundo.
Sin embargo la aprobación de una serie de decretos por parte de las autoridades de los municipios balnearios, que dispusieron prohibir su uso en 15 localidades y playas de la costa mediterránea, lejos de generar una empatía generalizada se convirtió en el eje de una polémica. La iniciativa nació en la reconocida ciudad de Cannes, perla de la Costa Azul francesa, cuyo alcalde es el conservador David Lisnard, perteneciente a la agrupación republicana que lidera el ex presidente Nicolás Sarkozy. A partir de la aprobación de dicha norma, Lisnard fue acusado de aprovecharse del lamentable panorama político y social generado por la ola de atentados realizados en suelo francés, que a su vez ha generado una peligrosa tendencia islamofóbica en la población de ese país, y de intentar captar el voto de la extrema derecha. Además de convertirse en un peligroso antecedente que pone palos en la rueda a los procesos de integración de los musulmanes a la vida social de Francia y la libertad de elección para las mujeres.
En el texto del decreto se prohíbe de manera expresa «el acceso a las playas y al mar a toda persona que no lleve una vestimenta correcta, acorde con las buenas costumbres y el laicismo, que respete las reglas de higiene y seguridad en el agua». Una sola frase en la que quedan expuestas las evidentes contradicciones del caso. ¿Cuál sería acaso la vestimenta correcta para ir a una playa? ¿Qué tipo de prenda es capaz de vulnerar las buenas costumbres hoy, en pleno siglo XXI? ¿Higiene? ¿Qué tipo de higiene? ¿La higiene de quién o de qué?
Asimismo, a partir del caso resulta curioso repasar el recorrido histórico que han realizado los trajes de baño femeninos, siempre vínculados al escándalo, porque es inevitable vincular el diseño de la burkini al de aquellos bañadores que las mujeres utilizaban en occidente para ir a la playa en las primeras décadas del siglo XX. O pensar que hace apenas 60 o 70 años las mallas femeninas causaban revuelo a partir de su progresivo achicamiento, bikini mediante, y hoy genera polémica esta repentina hipertrofia.
Por supuesto que cuando Zanetti lanzó la burkini imaginaba para la prenda un destino en el que «no tenía nada que ver la religión». «Quise crear una prenda que le permitiera a las mujeres vestirse de forma modesta y a la vez poder participar en el estilo de vida australiano y en las actividades deportivas», dijo Zanetti en declaraciones realizadas al sitio BBC Mundo. Nacida en el Libano pero criada desde niña en el país oceánico, decidió diseñar el traje de baño tras notar que no existía una prenda deportiva que fuera adecuada para que las musulmanas realizaran actividades recreativas al aire libre. «Me di cuenta de que me estaba perdiendo la vida en las playas por no tener una vestimenta y no quería que le ocurriera lo mismo a las mujeres de las próximas generaciones. Quería tener la libertad de poder elegir lo que quería hacer y lo que quería ponerme». Pero no todas las voces que se alzan en contra de la prohibición del burkini consideran que su uso represente una verdadera libertad para las mujeres que lo eligen.
Intissar El Mrabet, militante feminista de la Asociación de Iniciativas para la Protección del Derecho de las Mujeres, de origen marroquí y devota de la fe musulmana, considera que «el burkini no sólo es un retroceso, sino una degradación para la mujer, una falsa libertad, una prenda donde las musulmanas se refugian de un patriarcado que les han impuesto». Aunque por supuesto no está a favor de la prohibición de su uso, El Mrabet ha dicho en declaraciones para el diario español El Mundo que «la realidad en los países musulmanes es que la mujer no es libre por la presión de la sociedad, por lo que hay que considerar que el burkini es una imposición y no una elección».
En el mismo sentido se expresó ante el mismo diario Fatiha Daoudi, también de origen marroquí y doctora en Ciencias Políticas por la Universidad de Grenoble, Francia. «Las mujeres en Marruecos, jóvenes y mayores, llevaron en los años 60 el bañador (mallas), y continúan llevándolo en nuestros días. Pero ahora son muchas las que lo evitan por el miedo de ser agredidas por personas que están bajo la influencia del wahabismo, una rama de la religión musulmana que no tiene nada que ver con la que se practica aquí en Marruecos».