Desde Francia, donde replicó la experiencia radial de los internos del Borda, habla de cómo garantizar el acceso a la comunicación de quienes sufren un doble confinamiento. "¿Nos damos cuenta ahora que el encierro hace mal?".
Alfredo Olivera fue, hace casi 30 años, fundador de La Colifata, la primera emisora del mundo que transmite desde un neuropsiquiátrico, y con la que sigue unido a la distancia como director. Hoy trabaja como psicólogo para el sector público francés en el Centro Médico Psicológico de Asnierès sur Seine («un municipio pegado a París, como si dijera Vicente López»). En 2009 concretó la idea de replicar La Colifata en Francia, que allá también se volvió fundamental para pacientes y profesionales galos al inicio de la cuarentena, a mediados de marzo, transformándose en una emisora web, con la que se siguió tratando y conectando a las personas. Su nombre: Colifata Confinata 24×24.
Cada situación ocurre en su contexto, y Francia no es la Argentina: «En nuestro país, a pesar de que existe la Ley Nacional de Salud Mental, sigue ocupando un rol central el hospital monovalente, con un promedio de internación de ocho años, según el censo realizado en 2019. Aquí en Francia, ante una crisis, la persona permanece uno o dos meses, no más, y luego hay variados dispositivos comunitarios en salud mental concebidos desde una perspectiva múltiple e integral (Servicios de acompañamiento a la vida social, hospital de día, departamentos terapéuticos, centros de ayuda para el trabajo) y haciendo eje también en una visión de derechos. La Colifata desnudó la ausencia en la Argentina de todos estos dispositivos, tan necesarios, y que juegan un rol importante una vez que las personas obtienen el alta. De hecho, el índice anual de reinternación de las personas que continúan participando de La Colifata es muy bajo, sólo el 10%, comparado con el general del Borda, que es del 40 por ciento anual. No es un tema de volumen de dinero, sino de reconversión de esos recursos».
–¿Cómo fue la experiencia de La Colifata Francia durante la cuarentena?
–Acá el confinamiento estricto comenzó cerca del 20 de marzo. En la psiquiatría del sector trabajo ademas en lo que se llama CATTP (Centre d’Accueil Thérapeutique à Temps Partiel) hacemos la radio, talleres de escritura, el journal «Et Tout Et Tout», teatro y el accueil «acogida» cuando los lunes vienen todos los pacientes y se planifican las actividades para la semana. Al CATTP concurren una 50 personas a la semana, se trabaja desde lo grupal, con dispositivos de mediación artística y en el ejercicio permanente de la palabra. Llegó la pandemia, con ella la cuarentena estricta y hubo que cerrar. Personas con experiencias de internación psiquiátrica para lo cual parte de sus tratamientos pasaba por la grupalidad y el armado de lazo quedaron confinadas en sus casas. Días antes intuí que esto podía suceder, tomé los equipos de la radio y los llevé a mi casa. Junto a mi colega, el psicólogo Benjamin Royer, y con el apoyo del jefe del sector Mathieu Bellahsen y equipo (Manuela Horopciuc y Aurora Oliveira, entre otres) montamos el CATTP radiofónico a distancia.La experiencia duró dos meses y medio. Lo primero fue hacer un diagnóstico de conectividad, desde la señora que lo único que tiene es un teléfono fijo hasta el que maneja redes y tiene wi fi. Diseñamos grupos, con la idea de garantizar la continuidad de cada taller a distancia, en la modalidad del «vivo» y abierta a toda persona no sólo del servicio sino de la comunidad que quisiera escuchar y participar. Hubo por ejemplo oyentes que escucharon consignas y enviaron sus escritos al taller literario a distancia y transmitido por La Colifata en formato web, con comentarios por whatsapp y Zoom. Se generaron situaciones geniales, logramos reinventar un afuera conectado y viviente. A lo largo de estos casi tres meses pudimos acompañar el proceso de cada uno en situaciones clínicas que emanaban de un nuevo formato, y además conectábamos a cada profesional con sus pacientes. Con ese antecedente hablé con mis colegas de Argentina y les dije: miren que podemos hacer La Colifata en directo eh.
–¿Cómo fue la experiencia argentina?
–A pesar de las conexiones un poco endebles y que hay gente que no tiene acceso ni a un teléfono, se armó una red bastante importante que garantiza la participación de los pacientes, seguir con las transmisiones de los sábados y sumar emisiones los martes y jueves desde la FM 100.3. Pusimos a disposición de todo el hospital nuestra antena, para sintonizar la radio sin internet, y abrimos a todo el mundo el wifi de La Colifata, servicio que en realidad debería brindar el Estado. Era fundamental garantizar el acceso a la comunicación a personas que estaban sufriendo un doble confinamiento: el encierro y la cuarentena. Encaramos la campaña, que aún estamos haciendo, con la invitación y propuesta a la población, de inundar de afecto el Borda, que cientos de mensajes les llegue a los que están internados, infiltrando cariño en zonas consagradas al olvido y el abandono, y ex-filtrando voces y sensibilidades varias con la ayuda y entusiasmo de profesionales del Borda, tales como Ana Tisera, Jefa de Hospital de Noche, o el licenciado Cavia, entre otros; psiquiatras y enfermeros, entre ellos Fabián, del Servicio 29, que presta su teléfono desde hace dos meses para que los internos puedan salir en directo en La Colifata. Y emprendimos una campaña de donación de radios portátiles que hicimos llegar a distintos servicios del Borda. Infiltramos afecto, exfiltramos voces.
— [20200719 Alfredo Olivera La Colifata I – SOC -] not exists. —
–¿Cómo es la interacción con el resto de la comunidad?
–Se trata de borrar fronteras, crear un nuevo afuera, porque se pierde la referencia del afuera, todo es “in”. A lo sumo, la percepción del afuera pasó a ser chata o bidimensional, y nosotros hicimos un bricolaje extrañísimo, un afuera entretejido entre muchos, un soporte común realizado colectivamente al servicio del encuentro y donde algo «allí afuera» pasa. La sorpresa de descubrir por Zoom el rostro tierno de José que esta en el Borda que desde el teléfono de Ana que esta en Villa Madero se lo muestra al Zoom abierto desde París. El rostro de José que trae ademas el ruido de las mesas del servicio 21 a la hora del almuerzo. Con teléfono fijo, radio, WhatsApp, videoconferencias, se recrea la idea y hasta la percepción del espacio perdido. Llegan testimonios de España, Italia, Francia, de personas internadas como Francisco, de quien nos enteramos que sabía italiano cuando empezó a hablar con un oyente de Calabria. A través de la radio, y gracias a Fabián que trabaja en el Borda y a su madre que trabaja en el Moyano, Francisco empezó a comunicarse con su esposa, que está internada en el hospital de mujeres. Se conectan los que están afuera y a los que están adentro. Un paciente de Senegal que está en el Hospital de Noche escucha a gente del estudio de París (porque salimos al aire en Argentina y nos conectamos también desde Francia), y vuelve a hablar en francés. Vemos que su cara se distiende, habla su lengua. ¿Cuántos confinamientos se condensan en Melgar? Habla la lengua de su colonizador y le trae cierto alivio. También pusimos en acción un proyecto que estaba ideado para ser presencial. Abrimos nuestro estudio profesional en Villa Ortúzar para realizar una radio de confluencia. Desde este confinamiento compartido decimos: «¿Necesitás oxígeno? La Colifata te da aire».
–¿Qué dicen esos relatos?
–Hay situaciones curiosas: los expertos en confinamiento, terminan aconsejando a quienes inauguran esa condición, son los que dan aire a quienes se sienten encerrados. Esto, que es extraordinario para todos, es algo de lo ordinario y lo habitual para ellos. ¿Nos damos cuenta ahora que el encierro en sí mismo hace mal? No es que vos te fuiste del mundo, el mundo se fue de vos. No es que te retiraste del afuera, el afuera desapareció. Se opacó, se acható, se detuvo. Por lo tanto, la fórmula de «voy a aprovechar a hacer lo que no podía hacer antes», termina siendo conflictiva y a veces irrealizable, porque no es un tiempo que le quito a otra cosa, el afuera se interrumpió, no hay de qué sustraerse. En situaciones normales, si quiero abstraerme del mundo que está ahí afuera me leo un libro, pero en ese caso el mundo sigue ahí; ahora cuando en realidad lo que se detuvo fue eso que llamamos mundo, todo se trastoca. Y si no se sostiene con un discurso coherente y con claridad por qué uno está privado de la libertad este tiempo, las cosas pierden sentido y empieza a pasar lo que pasa en la Argentina, con mezcolanzas, los anticuarentena, discursos de odio y demás.
–En Francia están en una etapa más avanzada. ¿Se vieron consecuencias de la cuarentena en las personas?
–Aquí parece haber sido más difícil el momento del desconfinamiento, que el confinamiento en sí. Antes había que resistir, acompañar, las cosas eran claras, y cuando se empieza a salir, curiosamente aparecen temores: “Voy a salir, pero me encuentro con ese enemigo invisible que puede estar en cualquier lugar, que me puede atacar de cualquier manera». Después, te queda una sensación parecida a la de salir de un sueño. Se instaló otra cotidianeidad, con otro ritmo. Y al mismo tiempo aparece mucha ansiedad respecto de afrontar la «vieja» normalidad, que en la mayoría de los casos, salvo pocas excepciones, es una normalidad que naturaliza desigualdades y que este período viene a poner a la luz.
–¿Cómo están los casos allá?
–El virus no desapareció. Pero se da una paradoja: en las calles de París se ve una negación de lo ocurrido. La gente se hartó y hace cualquier cosa. No obstante, en las instituciones –la escuela, el trabajo, la administración pública–, los protocolos de seguridad y distanciamiento son enormes. En la Argentina, en cambio, la ley termina encarnándola el ciudadano común de un modo patético: el del megáfono desde el cuarto piso que buchonea al que sale. Y en el ámbito privado, la prevención parece menos fuerte que en la calle. El encierro genera también en mucha gente una exacerbación del odio y el fascismo. La sensación de eternidad en el instante, displacentera, produce que no haya posibilidades de perspectiva. Entonces algunos quieren salirse de esa angustia que acapara todo apelando a conductas y discursos de odio. En situaciones tan extremas aparece lo mejor y lo peor de cada uno. Seguimos siendo exactamente lo que éramos y pensábamos antes, pero ahora aparecemos en dimensiones más exacerbadas. Y La Colifata, justamente, aporta poniendo en acción una respuesta creativa y de encuentro en la constitución de un nuevo afuera compartido, que ayuda a transitar este período complicado de un modo colectivo, ligados a los proyectos y a la creación. Eso es tan importante como necesario. Y nos permitió volver a las fuentes de La Colifata, a conectar el adentro con el afuera, o como le llamamos en este caso, el adentro con el otro adentro. «
Confunden libertad e ignoranciaOtra iniciativa que impulsó La Colifata durante la cuarentena fue el «grupo de proyectos». Aparte del funcionamiento en el Hospital Neuropsiquiátrico José T. Borda, la radio tiene un estudio profesional en la sede de Villa Ortúzar, donde buscan ir poblando de programas su frecuencia de 100.3 Mhz. Entonces, la abrieron a la comunidad, pero con una condición, que no es económica: para tener programas en vivo deben confluir con las personas que van saliendo de la psiquiatría.
Así lo explica Olivera: «Para incorporarte queremos que escuches los proyectos que van aportando ellos, y vos presentes el tuyo. Y ahí se arma algo. Con la pandemia, dijimos: ¿te hace falta aire, oxígeno?, ¿estás encerrado hace meses? Los expertos en esto de estar encerrados, los Colifatos, te dan aire». Obviamente, dadas las circunstancias, todo empezó de manera virtual, y en el Zoom privado interactúan personas de la comunidad y Colifatos. Luego, los lunes, sale al aire el resultado de ese encuentro.
«Tenés ganas de tener un programa de radio sobre política, entonces llamás a La Colifata, participás de las reuniones del Grupo de Proyectos y, por ejemplo, aparece Cristian Javier Ruggeri, que está saliendo de la psiquiatría, y dice: ‘Me interesa ser tu columnista’, y así se va construyendo todo, hasta que el río se funda en el mar».
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