Cuando Diego Monrroy y su compañera, Jimena, decidieron ampliar la familia, buscaron durante algunos años un embarazo que no llegó. Hubo resultados médicos desalentadores y un tratamiento de fertilidad que no funcionó. Cuando llegó la pandemia, la adopción ya era una idea que flotaba a su alrededor.
Después de una etapa de averiguaciones y acercamientos a familias con esta experiencia, en mayo de 2021 quedaron inscriptos en el Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos. A los dos días empezaron los llamados desde los juzgados.
En octubre conocieron a A e iniciaron el proceso de vinculación con visitas al hogar. En diciembre la nena se mudó con la pareja y en febrero obtuvieron la guardia preadoptiva, a la espera del juicio de adopción definitiva.
A tiene 12 años, factor que explica la rapidez del recorrido y derriba mitos en torno a la adopción en la Argentina.
A lo largo del año pasado, según datos de la Dirección Nacional del Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos de la República Argentina (DNRUA), había 2299 inscriptos e inscriptas para adoptar a un bebé de 1 año. Solo 40 para adoptar a niños y niñas de 12 años. Y una única familia dispuesta a cobijar a un adolescente de 15 o más.
“Si hacemos hoy una búsqueda para alguien de un año, el 86% de los inscriptos respondería. Si hacemos la búsqueda para niñes de 6, solo el 43%. Y para 12 años, un 1,69%. Esta es la realidad. Y más se complica si se trata de grupos de hermanos. Siempre se escucha que es imposible adoptar, pero si alguien se inscribe para 12 años lo llaman enseguida de varios juzgados”, dice Juan José Jeannot, director de la DNRUA.
Adopciones mutuas
A, de 12 años, tiene cuatro hermanos y pasó cinco años en dos hogares.
Después de recibir las primeras visitas de Diego y Jimena, comenzó a preguntar cuándo podría ir a su casa. El combo de familia que empezaba a construirse incluía tres perros y sumaría dos gatos: “Es reanimalera, mascotera. Fue una carta ganadora nuestra que tuviéramos tres perros, y sumamos dos gatitos porque nos puso en una carta que era su sueño tener gatitos”, cuenta su papá adoptivo.
Y acota: “Todavía no llevo seis meses de conocerla y ya la siento como mi hija de toda la vida, me corto un brazo por ella”.
Según el artículo 595 del Código Civil y Comercial de la Nación, niños y niñas tienen derecho a que su opinión sea tenida en cuenta en los procesos de adopción, “siendo obligatorio requerir su consentimiento a partir de los 10 años”.
La defensora de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes de la Nación, Marisa Graham, señala que “hay una idea de que adopta el adulto, pero también adopta el niño/a. Por eso están previstos los tiempos de guardia preadoptiva, que tienen que ver con los vínculos, si hay un encuentro. Es una adopción mutua, de alguna manera”.
Graham destaca que “muy lentamente, en la Argentina se ha logrado ampliar el margen de edad. Hace años era muy determinada la predisposición adoptiva: eran niños de 0 a 1, mejor de 0 a 6 meses incluso. Sigue siendo ese el gran porcentaje de disponibilidad adoptiva, pero poco a poco se ha ido extendiendo. Niños de 3-4 años hoy es más sencillo. Y un poco más grandes, si bien no es tan sencillo, se empiezan a encontrar postulantes en los registros. Antes era imposible”.
De acuerdo al relevamiento nacional de 2017 (próximo a actualizarse), elaborado por la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia junto con Unicef, hasta agosto de ese año había 9096 infancias y adolescencias sin cuidados parentales en el país. De ese total, 2731 estaban en situación de adoptabilidad. Entre ellos y ellas, 814 estaban en la franja de 0 a 5 años y 1917, de 6 a 17 años.
A desmitificar
“La dificultad para adoptar está en lo que se elige, que no se ajusta a las características de los niños en el sistema. Hay que desmitificar que es difícil adoptar en Argentina”, enfatiza la psicóloga María Laura Rodríguez, directora hasta diciembre pasado de una casa de abrigo dependiente de la Provincia de Buenos Aires en Zárate, donde ahora integra el equipo técnico.
Detalla que “los niños suelen institucionalizarse a no temprana edad. Cuando toma intervención uno de los efectores, por lo general es la escuela, con lo cual son chicos ya escolarizados, a partir de 6 años. Son pocos los más chiquitos que ingresan a una institución. Y la ley establece que la última de las opciones es la adopción, se tienen que abordar un montón de estrategias antes. Una vez que se pide estado de adoptabilidad, el juzgado o asesoría tienen que revisar todo lo que se hizo y eso lleva otro proceso. Se intenta revincular con la familia, a veces se producen las revinculaciones fallidas, se detienen. Todo esto puede durar uno, dos, cuatro años. Están bien todas estas etapas, el problema es la falta de celeridad, asociada a falta de personal, de recursos humanos, en todas las esferas y estratos del sistema”.
“Lo que más nos preocupa es la falta de información, la espera de los adultos por chicos muy chicos, cuando lo que hay son niños mayores de cinco, hermanos, adolescentes y niños con discapacidad. La realidad es que la adopción en Argentina es más sencilla de lo que se cree desde lo burocrático. Si bien se simplificó en ese aspecto, no se descuidan las garantías de quien está en condiciones de ser adoptado. Y eso, indefectiblemente, lleva tiempo”, dice Natalia Florido, presidenta de la Red Argentina por la Adopción, organización sin fines de lucro que busca promover la adopción. Y sigue: “En la jerga de quienes día a día trabajan para analizar el vínculo entre el querer adoptar y el derecho a tener una familia, llaman ‘la escucha del niño’ a esa instancia en la que -más allá de la aceleración de los papeles- es necesario detenerse para frenar lo que, en frío, parece un proceso que es en realidad es el nacimiento de un vínculo. Quizás, el más importante en la vida de ambas partes”.
J tenía 10 años, llevaba cuatro en un hogar y había pasado por una experiencia fallida cuando conoció a Gaby Ponce, soltera y con deseo de maternar. “Al principio me anoté para un niño/a de 2 a 5 años. Me daba miedo más grande, recién empezaba en este camino. Cuando renové la inscripción al registro, a los dos años, puse hasta nueve. Un día me llamaron por una nena de diez. Excedía la edad que había puesto, pero sentí que era EL llamado”, relata.
En diciembre conoció a J. La visitó en el hogar y la encontró llorando porque no había sido invitada a un cumpleaños. Le regaló un zorrito tejido y la llevó a una plaza, con la asistente social mirando de cerca. “Me preguntó si había peleas en casa, le dije que no. Me dijo que le gustaba que yo hablara bajito, sin gritar. Estuvimos una hora y media. Le prometí que volvía. Al mes y medio estaba viviendo en casa. Es la mejor decisión que tomé en mi vida, no la cambiaría por nada, no me imagino siendo mamá de otra persona que no sea J”.
Paola Muscente y su marido, Alejandro, hablaron de formar una familia desde su segunda cita. Después de perder el sexto embarazo, decidieron que era el momento de ir por otro camino. Primero pensaron en adoptar un niñe de hasta 3 años. Con el paso del tiempo y el acceso a más información, decidieron extender esa edad. Primero llegó a sus vidas T, de siete. Y tres años más tarde C, de casi diez. “Les decimos chicos ‘grandes’ pero son chicos. Necesitan contención, una familia. La pasaron mal. Nadie que esté en condición de adoptabilidad la pasó bien antes. Hay una infancia por reparar”, remarca la mamá de T y C, hoy adolescentes.
Para ella, “no importa a qué edad llegan. Quieren vivir una niñez. Vienen escuchando cumbia villera, viendo películas de terror, y terminan viendo Pepa. Eligen eso. Quieren ser hijos chicos. Al mayor yo lo acunaba y le cantaba para dormir a los ocho. No son grandes. Y la experiencia es maravillosa, no tengo palabras. Después de haber vivido esto, volvería a elegir chicos ‘grandes’”.
Nadie dijo que sea fácil
Marcelo y su esposa transitaron un largo camino en la búsqueda de un segundo hijo o hija. Pasaron por tratamientos caros y dolorosos. Y esperaron años por una adopción que, en un primer momento, apuntaba a un bebé. “Primero pensamos en el bebé, como creo que el 80% de las parejas que deciden emprender este camino lo hacen. Pero de a poco fuimos repensando todo”, repasa.
“Un día de marzo del año pasado, en medio de la salida de la pandemia, nos llamaron de un juzgado de San Martín. Fuimos a una entrevista, estuvimos ahí un buen rato y nos dijeron: ‘Se llama E, tiene nueve años y mañana la pueden conocer. Así, tipo una bomba. Llegamos, nos atendieron en el hogar y al ratito se abrió la puerta. Salió ella, con sus ojitos penetrantes y una sonrisa que se veía desde atrás del barbijo. Se acercó y nos abrazó. ¡Los corazones latían a 20 mil vueltas por minuto!”, recuerda Marcelo sobre el primer encuentro. Luego empezó la vinculación, los paseos, las videollamadas cuando el contexto imponía aislamientos.
“Una mañana desde el juzgado dijeron: ‘llévenla a su casa, que ya está. Y la fuimos a buscar. ¡Otra vez con los corazones latiendo rápido! Llegó a casa, conoció a sus abuelos, conoció a sus mascotas, conoció su pieza y todas las cositas que teníamos esperando por ella. Las primeras noches se sobresaltaba y dormía mal. Pero de a poco se fue acostumbrando. Para su cumpleaños de diez, volvió de la escuela y la esperamos con una fiesta sorpresa. La carita de emoción fue impagable”, describe el papá de E. Pero aclara, como lo hace la mayoría de las familias y como es lógico, que el proceso no es sencillo. “Hace falta un buen apoyo psicológico para adoptar, parece más fácil de lo que es. Problemas financieros, problemas de comunicación interna, hay varios puntos a los que hay que prestar atención. La inserción de la nena a la vida familiar cambio muchísimas cosas, dio vuelta nuestras vidas. Y los cambios no son fáciles. Pero afortunadamente vamos superando día a día los desafíos que se presentan. De a poco, con paciencia”.
El apoyo psicológico y el vínculo con pares que atraviesen experiencias semejantes son señalados como algo clave tanto por profesionales como por las familias que eligen adoptar. “Esto es lo que convoca a los grupos autogestivos. Concientizar sobre la realidad de niños más grandes, grupos de hermanitos, chicos con capacidades médicas especiales. Existen miedos que traviesan todas las familias sobre si podrán contener o no a chicos más grandes. Acá escuchan opiniones de familias que han atravesado esto. No podemos decirles que todo es color de rosa. La problemática y los desafíos están. Recomendamos buscar experiencias compartidas, encuentros con profesionales”, plantea Stella Mary Alfonso, mamá de tres hermanos adoptados y referente del grupo Adopción Corrientes Amor y Esperanza. La mujer destaca la necesidad de que “la sociedad conozca las realidades de estos niños que necesitan una familia. Siempre basándonos en el derecho del niño: buscar una familia para un hijo y no un hijo para una familia. Tendría que ser un tema cotidiano, dejar de ser tabú. Según cómo la sociedad lo trate podremos visibilizar esta necesidad de tantos niños de vivir en familia”.
Si bien hay instancias de acompañamiento orquestadas desde la DNRUA, para la psicóloga y exdirectora de hogar María Laura Rodríguez hace falta aún más. “Hay mucho trabajo por hacer. Me pongo en el lugar de la gente que quiere ahijar: no está acompañada. No hay organismos públicos que las acompañen, hay que hacer un trabajo muy artesanal. Porque se piensa que es un proceso fácil. Pero una cosa es ahijar y otra es por adopción. Cuando uno adopta tiene que poder adoptar a ese niño con su historia de vida, con sus tiempos, sus particularidades, y es la familia la que se tiene que adatar. No al revés. Un niño que ha sufrido vulneración de derechos, desmembramiento familiar, tiene que armar una nueva vida con un desconocido. Hay tiempos que son lógicos, no cronológicos, tiempos subjetivos”.
También se necesita el acompañamiento del resto de la familia, de la escuela y del entorno. Cuando J llegó a la vida de Gaby Ponce, ella quiso que su pueblo se enterara. Vive cerca de Junín, en la Provincia de Buenos Aires, en un distrito de unas 4000 personas. “No hay casos acá de adopción reciente. Yo lo conté abiertamente en Facebook. Sin poner fotos de ella, pero contando nuestra vida. Me parecía lo más sano. Tengo mi negocio en el medio del centro y aparecer de un día para otro con una nena que dice ‘mami’ era raro. Preferí contarlo como fue, sin romantizar. Es mi elección ser mamá de esta forma. Y tuvo una aceptación increíble. Es hermosa la devolución de la gente y cómo se amoldan para contenerla a ella también. Es muy dada, muy afectuosa, enseguida va con el abrazo. Es imposible que no la quieras. Hay un acompañamiento grande de la escuela, y ya todos en el pueblo la conocen. Es la J del pueblo”.
En junio, Gaby y su hija adoptiva tendrán que ir al juzgado para culminar el proceso. La nena lo sabe y está pendiente de ello. “El otro día me preguntó cuándo hay que ir al juzgado. Le dije que falta un montón –cuenta la mamá- Me dijo ‘le quiero ir a agradecer a la jueza que me encontraron la mejor familia que podía tener’. Y siguió haciendo lo suyo. A mí me dejó sin aire”. «
A los 14, J tuvo dos papás
“Las familias igualitarias y monoparentales tienen disponibilidades adoptivas más amplias. Muchas familias hétero vienen de duelos, de no haber podido tener hijos/as desde lo biológico. Acá se plantea desde otro lado”, dice Juan José Jeannot, director de la DNRUA. Y la historia de Daniel, Guillermo y J le pone nombres propios a la tendencia.
Daniel y Guillermo llevan 22 años juntos. Cuando decidieron ser padres, ambos superaban los 50. Y desde un primer momento pensaron en un niño o niña de más de seis. Hasta 11, según pusieron en el registro cuando se inscribieron, en 2019. Recibieron el primer llamado a los diez días. Con una rapidez que los abrumaba, comenzaron el proceso de vinculación con M, de 10 años, y su hermano J, de catorce.
En un momento, la nena dijo basta. La mochila de su historia la llevó a elegir otra cosa: solo quería una mamá. Pero J optó por seguir. Hacia fin de año, decidió que pasaría su última Nochebuena en el hogar y que recibiría el año nuevo con sus futuros papás. Después llegaron las primeras vacaciones juntos. “Un día él viene de la playa y dice ‘cuando volvamos a Buenos Aires, ¿podemos ir a buscar el resto de las cosas mías que quedaron en el hogar?’. Y ahí empezó otra historia”, relata Daniel.
J ya tiene 17 y hace tres años que es hijo de Guillermo y Daniel. No perdió el vínculo con su hermana, M, ni con su hermano, S. Al contrario: ahora conforman una familia ampliada que incluye salidas grupales entre J y sus papás, M y su mamá, y también quien era el mejor amigo de J en el hogar, con su familia monoparental. “Todos los chicos llaman ‘tíos’ a los papás de sus hermanos. Esta modalidad de vivir, claramente, une”, se emociona Daniel.
Y entonces J pide la palabra. Es tímido, pero quiere hablar. Dice que la voz de los chicos también tiene que estar. Quiere “que otra gente conozca esto”. Cuenta que ahora tiene “una familia muy grande” y que mantiene más vínculo con su hermano S, con quien permanecían en hogares separados. Dice que con sus compañeros de hogar “se charlaba, siempre decíamos que estaría bueno que nos adopten. Que la gente no tenga miedo de adoptar a un adolescente”.
#AdoptenNiñesGrandes
Poco antes de iniciar el proceso de adopción, Diego Monrroy comenzó a contar en Twitter el camino recorrido con #NiñaDe12, quien luego pasó a ser #HijaDe12.
Así la nombró, sin dar detalles. “Quería conocer casos, que la gente me aliente”, dice. Luego, otras familias empezaron a pedirle consejos a él. Como Gaby Ponce, camino a convertirse en mamá de J. Ahora son cada vez más las familias que comparten sus historias con el hashtag #AdoptenNiñesGrandes, con la idea de que visibilizar puede abrir puertas para esos chicos y chicas «grandes» que están a la espera.