Lo que ocurre en el país es ilevantable por este gobierno. Lo que tendría que hacer es barajar y dar de nuevo. Y ya no tiene ni el mazo disponible.
Por consiguiente, en lo que se refiere al salario, a la situación de los despidos; a la debacle de los jubilados; al alarde de crueldad contra los pensionados no contributivos; a la provocación permanente desde el punto de vista institucional; al apego feroz de estar al acecho, dominando a la justicia; a la persistencia de prisiones políticos que el gobierno tiene y que tristemente se ha naturalizado; en tanta otra serie de injusticias que depara este gobierno, nada hay para esperar.
El brindis de buenos augurios se tiñe con que, en lo colectivo, todo seguirá igual en la Argentina. Tal vez la situación de los presos políticos pueda variar si la Justicia produce un primer hecho valioso, como tal, terminando con la forma en que se instaurado la fórmula Iruzún de prisión preventiva. Todo lo demás sólo puede complicarse.
Pensemos mejor, entonces, que el 2109 hay que vivirlo a pleno como un año benigno, si toma en cuenta que los años venideros van a ser intolerables desde la razón. Gobierne quien gobierno, y mucho más si lo hace esta gente.
La deuda, y por consiguiente los intereses, son mucho más grandes que en otra época, y condicionan cualquier margen de maniobra para todos (incluso para el neoliberalismo, claro) de producir algún tipo de recuperación en los sectores medios y en los más vulnerables. El gobierno no tiene dinero, además que, sencillamente, no les interesa. Ni en la salud, ni en la educación ni en ninguno de los valores que hacen al engrandecimiento de una sociedad. Todo está en manos de los intereses de la deuda que hay que pagar. Y aunque tuvieran un súbito ataque de bondad, sufrirían una imposibilidad total de llevarla a cabo.
Si quisieran hacer mejor las cosas ya no podrían. En el 2019 las consecuencias serán funestas: entrarán 22 mil millones de la última cuota, pero sólo para proteger al actual gobierno, por razones geopolíticas. Pero ya los intereses serán 37 mil, o sea que ni siquiera podrán cumplir con el magro presupuesto que tenían. Entre 2020 y 2023, la Argentina debe pagar 107 millones de dólares de intereses, sin que le entre un centavo: al contrario, el FMI que ahora le da todo, para aquél momento será el cobrador. En el año 2020, el nuevo gobierno se encontrará con una Argentina con un déficit, entre intereses y lo que ingrese, tan grande que no se podrá ni pensar en levantar la cabeza, porque si lo quiere pagar, debe matar de hambre a la población.
Entonces, por qué, al cambiar de año, permitirse la escasísima lucidez de ver las cosas de otro modo…
Por qué pensar que, de pronto, al menos uno de los 120 mil expulsados de las industrias recuperen su trabajo, o lo hagan los cientos de miles de estatales y de otro tipo de empleo, si no hay una recuperación mínima en lo económico.
Así que mis expectativas son más que modestas, mi indignación es muy grande.
Lo hicieron posible desde la impericia, desde la crueldad y desde la delincuencia económica que aplicaron siempre en sus vidas, en tanto empresarios, estado de cosas que prolongaron en su estadía en el gobierno.
Ante la imprescindible pregunta de dónde agarrarse, entiendo que la única situación de los que piensan que esto no puede seguir así, de ninguna manera, es que suceda que aún el que está en mejores condiciones individuales, caiga en la cuenta de que lo que lo rodea está mal, ya sea en su familia, con sus amigos, o en su trabajo.
Es decir, tomar conciencia y buscar una salida.
Y esa salida no puede construirse por sí sola. Debe venir por la unidad de los sectores políticos que están plenamente de acuerdo que con neoliberalismo, los países y las sociedades se mueren. La esperanza entonces es que por estar tan mal, el votante termine con la incapacidad ciudadana que tuvo para votar a esta gente, incapacidad alimentada porque en la Argentina se terminó la posibilidad de tener medios hegemónicos que orienten por afuera de sus intereses, medios que han quedado con todo y que van a seguir tratando de convencer a la gente que la cosa no va tan mal.
Y sobre todo, como siempre hace el capitalismo, procurando convencer de que lo malo termina en algo bueno. Ya sabemos: es una mentira universal e histórica. «
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