El camino de quienes trabajan en espacios comunitarios es un zigzag, como lo son los pasillos y calles de los barrios que transitan. No imaginaron ser trabajadoras comunitarias, pero llegaron a serlo.
“Siempre pensamos que lo que hacemos es amor, pero hace poco nos dimos cuenta que también es un trabajo” contaron un grupo de trabajadoras comunitarias del Movimiento Barrios de Pie a Tiempo Argentino en una recorrida por barrios de Lomas de Zamora, en el sur del conurbano bonaerense.
El mes pasado presentaron en el Congreso de la Nación junto a la Diputada Nacional por el Frente de Todos Natalia Souto, un proyecto de ley que reconoce el valor social y económico de las tareas de cuidado comunitario y establece un pago por esas tareas equivalente a un salario mínimo.
La Poderosa, una organización social que está en villas y barrios populares de toda la Argentina impulsa un proyecto similar para reconocer el trabajo de las cocineras comunitarias en todo el país. Ambas iniciativas colocan en la agenda la realidad de miles de personas, en su mayoría mujeres, que cotidianamente alimentan, educan y cuidan a sus vecinos y vecinas más vulnerables.
Las estadísticas no lo exponen, pero quienes viven en los barrios lo saben: los comedores fueron resistencia y abrigo en los noventa, organización en los 2000 y hoy son esenciales para el sostenimiento de la vida.
Las historias
Carolina Fleitas es mamá de dos niñxs y durante el gobierno de Mauricio Macri la panadería donde trabajaba quebró. “Hacía el amasijo de pan y facturas. Cuando me echaron me acerqué a un comedor y me anoté para ingresar en las cooperativas. Enseguida pasé de limpiar calles, a ayudar en el comedor y luego a coordinar varios” cuenta a Tiempo. “Cuando tenía 13 años tuve que ir al comedor del barrio. Mi mamá había fallecido y no nos alcanzaba para comer. Sé lo importante que es para un niño contar con un lugar así. Yo hago esto porque no quiero que ningún niño pase necesidades como pasé yo” recuerda.
Ella no se imaginó que en su adultez sería como Nancy, la cocinera que hace 17 años le servía la comida en aquel comedor. “Cuando nos vemos nos abrazamos y ella me dice ¡qué lindo lo que hacés! Ella también me crió, me alimentó y me dio amor” asegura.
Junto con Barbara Vernengo y Carol Moldes, Caro cuenta cómo es un día en el barrio. “Nuestro día empieza muy temprano y termina muy tarde” dicen. “Además de trabajar acá, somos mamás. Trabajamos en el comedor, pero también en nuestras casas “, asegura. Eso que cuenta al pasar, es la triple jornada laboral que cargan las mujeres de los barrios populares y que las economistas feministas estudian como una forma particular de la desigualdad de género.
Las trabajadoras comunitarias no son ajenas a las problemáticas que atraviesan a mujeres y diversidades. Ellas no dejan sus problemas en la puerta del comedor. Los cargan, los hacen colectivos y avanzan con ellos a cuesta. “Muchas veces andamos mal de plata y después de las actividades nos juntamos a cenar en la casa de alguna con lxs hijos y compartimos el gasto. Así resolvemos el tema y nos ayudamos” cuentan.
“Lo que hacemos en el barrio es una responsabilidad moral, porque si sabes que alguien está pasando necesidades no podés mirar para otro lado” afirma Barbara que tiene a una de sus hijas de pocos meses muy cerquita durmiendo en el cochecito. Ella detalla los distintos roles de las trabajadoras comunitarias en “un barrio normal”.
Cuadrillas de limpieza, cocineras en las copas de leche y comedores, educadorxs en apoyo escolar y terminalidad educativa y promotoras de géneros entre otras cosas. “Niños de Rawson” no es un centro comunitario más para ella.
Trabajo comunitario
Es también parte de su casa, un espacio de su hogar que abre para que unas 150 familias puedan ir diariamente a buscar alimentos, apoyo escolar o terminar los estudios primarios en el Plan FinES que funciona tres veces por semana. Allí funciona un Polo Productivo de Panadería. Alrededor de una mesa de madera que un rato más tarde será el apoyo de la vasos, cuadernos y lápices que se despliegan todas las tardes en el Centro Comunitario “Niños de Rawson” en el Barrio Provincias Unidas de Villa Albertina, ella dice que no se imagina haciendo otra cosa.
No lo tenía planeado, pero cuando la echaron del trabajo hace 7 años ingresó al Movimiento y su vida se transformó. Todas llegaron buscando una salida laboral en un contexto de creciente desocupación y así lograron ser titulares del Programa Potenciar Trabajo por el que cobran $ 43.993,50, la mitad del Salario Mínimo Vital y Móvil, sin embargo, hay algo más. “Me encontré con mucho más que un trabajo. También aprendí otra forma de ver la vida, de ver al otro y hacer algo para cambiarla”
En uno de los tantos debates que se están dando en el Congreso de la Nación sobre el tema, la Directora de Cuidados Integrales del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación Cecilia Barros se preguntó: “¿Porque siempre se compara el trabajo de las trabajadoras comunitarias con el de las trabajadoras domésticas? ¿Acaso no se parece más al trabajo que hacen trabajadoras sociales, enfermeras o maestras? Es importante reconocer la necesidad de formarnos, pero reconociendo los saberes que ya existen en nuestras compañeras”
El sueño de la docencia
A Carol siempre le gustó ayudar a los chicos con las tareas, pero nunca tuvo la oportunidad de estudiar para ser docente. Antes trabajaba de lunes a sábado, de la mañana a la noche limpiando casas en Capital Federal. Dejó ese trabajo porque la plata que ganaba se iba en niñeras y además, casi no veía a sus hijos. No conseguía nada que le permitiera trabajar y criar a sus hijxs y al poco tiempo su marido también perdió el trabajo.
“Semanas de comer solo polenta” recuerda. Cuando consiguió ingresar al Programa Potenciar Trabajo comenzó limpiando calles, pero rápidamente se incorporó al apoyo escolar “Me encanta ser educadora popular” dice y se reconforta en su pechera que la identifica como tal. “Muchas veces me dice mi familia, ¡Andás todo el día haciendo cosas! y no les gusta mucho. Pero esto a mí me gusta, estar con los chicos, enseñarles. Me hace feliz”.
Hace pocos años, no imaginaba que estaría a cargo de coordinar equipos de docentes y tutores educativos como lo hace en el FinES, el Programa de Finalización de Estudios Primarios y Secundarios que depende del Ministerio de Educación y que es un instrumento fundamental para la tarea de los movimientos sociales. Carol completa planillas, manda informes y controla que lxs estudiantes no dejen de asistir “Me encanta cuando me dicen “seño, seño”. Tendría que estudiar para ser maestra” les dice a sus compañeras mientras ríe.
El Punto Educativo Paulo Freire está en “El Tongui”, un barrio que nació en el 2008 como una toma de tierras y hoy está en proceso de urbanización a fuerza de organización barrial. Allí asisten niños y niñas de 6 a 12 años que diariamente van a hacer sus tareas, reciben apoyo escolar y la merienda. Lxs niños extienden su jornada educativa y las familias cuentan con la facilidad de tener garantizado su cuidado casi cuatro horas extra a las de la escuela formal.
El lugar estalla de láminas, imágenes, banderas y pizarrones. Las mesas y sillas se amontonan junto a Florencia, Matías, Rocío y Noelia quienes están a cargo de los cuidados. Salvo Noelia, que estudia el profesorado en educación, el resto tiene otros intereses, pero eso no importa. Cada uno lleva esos intereses al lugar: se las ingenian para armar actividades recreativas, invitan profesionales y, sobre todo, prestan atención al pedido de sus estudiantes.
Un espacio para todxs
Unas calles hacia al norte, en Ingeniero Budge, el espacio para vejeces “El Rincón del Adultx Mayor” está en plena actividad. Mirta Segovia es su coordinadora y asegura que el espacio se abrió por pedido de lxs propios vecinxs.
“Es un barrio con muchas personas mayores y este espacio les hace muy bien. No hay otro lugar así para ellos acá. Traen su mate, se hacen compañía. Comparten sus problemas y hablan con alguien. La mayoría están solos durante el día, porque sus familias trabajan, entonces este lugar es muy vital para ellxs” cuenta a Tiempo. Para este mes tienen planeado hacer salidas culturales a La Boca y hasta sueñan en participar en un concurso de tango.
Natalia y Brisa son promotoras de salud y una vez por semana van al Centro para atender cuidados específicos de prevención y promoción de la salud. “Trabajamos con material que preparamos nosotras. Los armamos pensando en las personas con las que trabajamos, para que sea personalizado y puedan aprovecharlo”. Brisa estudia enfermería y Natalia es masajista. Con lo que saben, capacitan a otras, pero, sobre todo, no dejan de formarse nunca.
Para Mirta es importante que los y las adultas mayores sientan que tienen los mismos derechos que las demás personas. “Un abuelo me dijo me devolviste el alma y eso me impactó mucho” cuenta. Esa tarde fría y de sol otoñal, les llevó un libro sobre historias de amor y aventuras. Lo compró cuando volvía de trabajar en el Hospital, donde cubre guardias como enfermera de terapia intensiva. Quiere que ejerciten la mente y la memoria. Lo hará con mitología griega y literatura. Dice que también con amor.
El trabajo comunitario
El Registro Nacional de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (ReNaTEP) se creó en el año 2020 con el objetivo de reconocer, formalizar y garantizar los derechos de los trabajadores y trabajadoras de la economía popular.
Según datos de su último informe, el 27,7% de trabajadorxs inscriptxs se desempeña en la rama de Servicios Socio Comunitarios y dentro de ella, el 64,8% declara que trabaja en comedores y merenderos comunitarios.
Se trata de un universo de 898.220 personas que cocinan, preparan la mesa y ordenan la fila que espera por un plato de comida, pero que además cuidan niñxs, acompañan a adultxs mayores, intervienen en situaciones de violencia y educan.
Feminización del cuidado
Hace pocas semanas se presentó en el Congreso de la Nación el proyecto para la creación del Sistema Integral De Protección Del Trabajo De Cuidado Comunitario. El mismo es una iniciativa de la Diputada Nacional del Frente de Todos, Natalia Souto y cuenta con el apoyo de diputadas como Mónica Macha y María Rosa Martínez.
En el encuentro se presentaron los datos del informe “Estado de situación de los espacios comunitarios y el trabajo de cuidado en los Barrios Populares del AMBA” que tiene su origen en Lomas de Zamora, donde a partir de una iniciativa de la Dirección de Integración Comunitaria del Municipio a cargo de Paula Montenegro se realizó un mapeo y registro de las experiencias de las trabajadoras comunitarias de espacios de cuidado de distinto tipo.
Según el informe, 26.600 vecinxs asisten diariamente a 523 espacios distribuidos en 35 distritos bonaerenses y la mayor parte de quienes llevan adelante estos espacios no tiene jubilación ni obra social: el 80% sólo cobra el salario social complementario Potenciar Trabajo.
La investigación expone la feminización de los trabajos de cuidado en los territorios, ya que el 78% de las personas son mujeres y un 3.9% mujeres trans, de entre 18 y 45 años. A su vez, el informe detalla que la mitad de lxs trabajadorxs relevadxs tiene además un segundo empleo y cerca del 82% están también a cargo de las tareas domésticas en su hogar.