La actriz, víctima de abuso sexual, analiza cómo la sociedad observa estos casos.
En las últimas semanas, la denuncia de Lucas Benvenuto contra Jey Mammon trajo de nuevo una serie de debates respecto al abuso sexual en las infancias y adolescencias. Al respecto, Tiempo Argentino, consultó a Fardin para que diera una mirada sobre esta importante problemática.
– Hay algo común cuando se habla de abusos y es, en primer lugar, no creer en la víctima, ¿dónde se funda esa reacción?
-Los delitos sexuales suceden sin testigos. Son llamados “delitos que suceden en la oscuridad” y eso vuelve fundamental comprender el estándar probatorio y no igualarlo con las investigaciones de otro tipo de delitos. Las pericias son importantes, psicológicas, y si es reciente el abuso, físicas. Son duras y revictimizantes pero necesarias. Por supuesto, no un sinfín de pericias, pero es lo fundamental producir prueba protegiendo lo máximo posible a la víctima. Con esto digo que podría generarse algo como la Cámara Gesell para los niños, donde la declaración y las pericias son solo una vez y pueden escucharla diferentes especialistas y expertos. Pero no hacer que la víctima se someta a preguntas millones de veces. Y la pericia física solo en caso de que el abuso sea realmente reciente y pueda arrojar datos fundamentales, de ningún modo, someter a exponer el cuerpo innecesariamente. Socialmente es un espejo que nadie quiere mirar, ya sea por haber sido víctima o por temer haberse manejado mal. O simplemente por no soportar el horror de esa perversión que genera el propio sistema opresor en el que vivimos.
– Sufriste un abuso durante tu adolescencia, ¿cuál fue la mirada que tuvo la sociedad en ese momento y qué paralelismo encontrás entre tu caso y el de Lucas Benvenuto?
-Pienso que mi caso dejó asentado un plafón sobre el que se puede elevar el debate de este caso. Ningún caso es comparable con otro porque todas las historias de vida son diferentes. Siempre surge la lógica de pensar el pasado de las víctimas y no de los victimarios, muchas veces para usarlo en su contra en vez de comprenderlo como un factor de vulnerabilidad. Ambos casos por transformarse en mediáticos corren el riesgo de ser farandulizados cuando es vital tratarlos con conocimiento y aprovechar el debate social. Eso sirve para observar a los verdaderos actores que influyen directamente en la temática, en este caso: la justicia. Cuando yo denuncié veníamos de que Calu Rivero (ahora Dignity Rivero), Anita Co y Natalia Juncos denunciaran públicamente a mi abusador y todo el mundo las criticara por “no ir a la justicia”. Lo que nadie explicaba es que sus casos estaban prescriptos y por eso no podían hacerlo más que públicamente.
Afortunadamente a mí la justicia me amparó y puede radicar la denuncia en Nicaragua, con lo complejo que fue. Y contra el sin sentido de que la gente pueda llegar a creer que una viaja a un país como Nicaragua y se somete a pericias (a mí incluso me hicieron una pericia física a pesar de que habían pasado 9 años del hecho) y lo hace con alguna finalidad oculta. Cuando lo único que buscamos es no sólo reparación sino evitar que otras personas sufran lo mismo. En el caso de Lucas el debate más serio se da en torno a la respuesta judicial y la prescripción. Con las leyes actuales podríamos juzgar todos los casos desde 1989 hasta la actualidad, pero como la ley es interpretativa los jueces interpretan que deben usar la ley vigente en el momento. En términos judiciales, “la ley más beningna”.
Argentina adhiere a la Convención sobre los derechos del niño desde el año 1989 y la ratifica en su Reforma Constitucional de 1994, por lo que frente a la confrontación de derechos del acusado y la víctima deberían prevalecer los derechos del niño y dar curso a una investigación. Pero a las otras víctimas el abusador las llevó a juicio. Tanto por calumnias e injurias como por daños y perjuicios. Es decir, ellas tuvieron que defenderse en la justicia civil y la justicia penal que buscaba ponerles un bozal.
– Hubo un debate sobre la edad de Lucas, ¿cuál es tu mirada al respecto?
-Me parece muy fuerte que se haya corrido el debate a la lógica de si la diferencia es entre los 14 y los 16. Por un lado, porque se descree de la víctima que relata un abuso, y por otro porque me parece insólito que alguien de 30 años (mi edad actual) pueda siquiera pensar en tener un vínculo sexo afectivo con un niño o niña de 16 años.
– A partir de tu experiencia personal, ¿cómo creés que se debería hablar o abordar el tema de los abusos sexuales en las infancias y adolescencia?
–La base es hablar de la importancia de la Educación Sexual Integral. He dado talleres y siempre, luego de un taller los niños reconocen, tristemente, que han sido sometidos a violencias. Cuando los sectores conservadores reaccionarios dicen “con mis hijos no” deberíamos apropiarnos de esa frase y justamente embanderarnos bajo ese lema: “con nuestros hijos (los de toda la sociedad) NO”. Para eso es vital que tengan acceso a información. Sin dudas esto no busca responsabilizar a las infancias, somos los adultos quienes debemos cuidarlos, pero sí darles herramientas para que puedan hablar en caso de ser víctimas. También revisar nuestras leyes y cómo las aplican los jueces para que la justicia sea reparadora y no una herramienta más de sometimiento a las víctimas.
– ¿Creés que la sociedad cobra real dimensión de lo que implica un abuso en la infancia o adolescencia?
-Creo que sí hemos logrado un consenso en el imaginario social respecto de que “con los chicos no”. Puede ser más o menos difícil que les crean a personas adultas que sufrieron abuso, pero cuando uno relata el abuso de la infancia la sociedad quiere reparación. Entiende, en su gran mayoría, que un niño o adolescente sin dudas no puede detectar la violencia y recién cuando se convierte en adulto toma el coraje para contarlo. Incluso nuestra Corte reconoce que las víctimas de abuso en la infancia tardan en promedio 8 o 9 años en hablar. La sociedad ha avanzado más allá de ciertos sectores que quieren silenciar los casos testigos para que no se destapen más ollas.
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