Así lo afirma la doctora en Sociología, Karina Batthyany, quien coordinó el libro Miradas latinoamericanas a los cuidados. La urgencia de ir hacia una agenda pública.
La colección Miradas Latinoamericanas de la colección CLACSO editó este año el libro Miradas latinoamericanas a los cuidados una publicaciónque reúne una serie de artículos de 20 especialistas en esta temática.
“Lo que mostramos en el libro y en la primera parte del libro es justamente el estado de situación sobre las políticas de cuidado en América latina que, si bien no podemos decir que todos los países sean homogéneos, encontramos algunos elementos que son comunes”, explica Karina Batthyany coordinadora de la publicación e integrante de CLACSO.
Batthyany, además del trabajo que realizó con esta colección, también publicó este año el libro Políticas del cuidado donde pone énfasis en un tema que necesita una transformación cultural urgente: no remunerado dentro del hogar y el estatuto de las mujeres como trabajadoras por esas tareas, que arrastran un estigma histórico de desvalorización y naturalización.
-¿Cuál es el panorama global que plantea el libro con respecto al estado de situación de las tareas de cuidado en Latinoamérica?
-Hay algo que está claro, el estado en muchos casos, brilla por su ausencia y las tareas siguen siendo una responsabilidad familiar y del mundo femenino. Después encontramos distintas situaciones, algunos países quizá han avanzado algo más en políticas de cuidados, vinculadas al tiempo, al servicio prestaciones y otros países donde no tienen ningún desarrollo, es decir que no hay una política. Allí el otro elemento que me gustaría destacar es que lentamente en los últimos años, tal vez en los últimos diez años, el tema comienza al menos a estar presente en la agenda pública, porque por lo menos como sociedades empezamos a entender que no es un tema individual, son temas colectivos entonces debe involucrarse el componente público. ¿Y porqué digo que no es sólo colectiva? Hemos mostrado que este tema del cuidado es uno de los nudos críticos de las desigualdades de género y que impiden avanzar en la igualdad en América y el Caribe.
-¿Cuál es el panorama en Europa o en los Estados Unidos?
-A nivel internacional y transcontinental las formas están vinculadas a los estados de bienestar, sólidos, densos y con larga trayectoria que tienen estos temas incorporados. Allí no suponen que hay alguien disponible para atender estas necesidades de cuidados, por ejemplo, para la primera infancia, de1 a 3 años. Nadie se pregunta quién cuida a esos niños porque hay un sistema previsto que tiene este servicio muy bien instalado y a nivel universal, y no dependiendo de los recursos, que es lo que sucede en América latina que responde a la situación particular de cada uno y que tenga la posibilidad de encontrar una atención de servicio de cuidado. Esa es una gran diferencia. Pero también hay otras poblaciones que forman parte del bienestar social, y se entiende que es necesario tener una política de cuidado. La discusión se comenzó a incorporar en Argentina, Colombia, Uruguay, pero todavía no es de carácter universal. La experiencia norteamericana es diferente porque el sistema de protección social que está ligado al sistema del trabajador y trabajadoras. En el caso de Colombia y Chile, se han inspirado en el modelo europeo.
–La pandemia evidenció esta brecha
-El cuidado está en el centro de los debates, pero algo que cambió en todos los hogares es que la situación estalló, y es a partir de la modificación de la vida cotidiana es cómo se resuelven las cuestiones de cuidado donde lo poco que existía cerraron, o están cerradas y cómo se hace. O cuando se instala el teletrabajo y la coexistencia entre lo productivo y reproductivo, hay que avanzar.
-¿Cómo ha evolucionado este concepto a lo largo de los años?
-Hay muchas tradiciones teóricas pero es importante saber qué entendemos por tareas de cuidado para exigir a los estados que desarrollen políticas públicas en este terreno. Es importante entender la importancia de las tareas de cuidado que son esas acciones que hacemos para mantener y ayudar a las personas en el desarrollo y bienestar de su vida cotidiana. Y ese cuidado tiene tres grandes dimensiones, una es la dimensión material que es el trabajo de cuidado y la segunda que es de tipo económico porque tiene un costo indirecto para dejar de cuidar a esa persona. Hay además, una dimensión más subjetiva y es la relación entre quienes cuidan y es cuidado en términos de sensaciones y sentimientos que se ponen en juego.
-Tiene un impacto en la producción, pero ahora, ¿cuál es el impacto sociocultural que genera esta desigualdad en tareas de cuidado?
-En general dependiendo del país, estamos hablando de alrededor de un 20% del PBI, lo que demuestra la importancia de esta actividad que no es reconocida. En términos del impacto, este es uno de los nudos críticos para la igualdad, porque el día tiene 24 horas y yo tengo que destinar muchas de esas horas al cuidado. Ese tiempo que no lo puedo ocupar en la formación ni en la participación social, y eso te va mostrando con esa unidad de tiempo cómo se van coartando otros derechos: el derecho al trabajo, al ocio, a la recreación. La dedicación es desigual, está demostrado que en términos globales que las mujeres de nuestro tiempo total destinamos dos tercios de nuestro tiempo al trabajo no remunerado, mientras que en el caso de los varones es al revés. Eso tiene consecuencias también a futuro y es evidente que alguien que destina más tiempo al mercado de trabajo seguramente va a tener cotizaciones para su retiro, una mejor jubilación.
-¿Qué más representan las tareas de cuidado?
-Muestra el núcleo duro de la división sexual del trabajo y ahí es donde hay que trabajar. Además de las políticas hay que incorporar políticas culturales, de transformación que apunten que mostrar que no es tarea de mujeres solamente, que son habilidades que la pueden desarrollar todas las personas, hay varias campañas que lo plantean. Agregaría a las políticas que se están trabajando y pensando a nivel de los estados, que además de pensar en las políticas de tiempo y servicio que ya se conocen, debemos incorporar las de transformación cultural para modificar y avanzar en esa agenda, si no se cae en el riesgo de repetir viejos estereotipos.
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