La decisión de prohibir el uso del lenguaje inclusivo por parte del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, no busca reparar falencias educativas, sino que atenta contra los derechos de las personas a ser nombrades como se sienten.
El gobierno porteño fundamenta que la medida de prohibir el uso de las «e», «x» y «@» se da porque los resultados en Lengua obtenidos en las evaluaciones postpandemia «no son buenos» y que en «comprensión lectora tenemos un retroceso de casi 4 años».
Pero, así como el lenguaje inclusivo no es solo poner e, x, @; la educación de calidad no es solo velar por buenos resultados evaluativos. Más bien, la pedagogía de calidad es la que promueve la observación crítica, estimula la inclusión y el respeto por los derechos.
Nuestro país tiene hace 15 años la Ley 26.159 de Educación Integral y la Ciudad de Buenos Aires desde 2006 tiene la ley 2.110 que en su artículo 4, refiere al “el respeto a la diversidad”. A la vez que la Ley 26.743 de Identidad de género, en su artículo 1, inciso C, dice que toda persona tiene derecho a “ser tratada de acuerdo con su identidad de género”.
Entonces, la reciente iniciativa atenta contra una legislación vigente y, además, desconoce que el lenguaje igualitario es una propuesta para visibilizar y subsanar los discursos opresores que tuvieron subsumidas a las mujeres y a las diversidades.
El entretelón de la prohibición y la sanción se puede catalogar también como una estrategia de control social. Tal como decía Roland Barthes, con mucha razón, el lenguaje es el lugar donde se ejercita y se ejerce el poder. Es que el lenguaje inclusivo no sexista hace tambalear a ese poder hegemónico biologicista y a la gramática imperativa, que sigue defendiendo al masculino universal, como el contenedor de todas las existencias.
Con esta medida se caerá en una peligrosa caza de brujas que se inicia en Ciudad de Buenos Aires, y que se extenderá con réplicas similares por otras provincias. Algunos diputados de Río Negro y de la provincia de Buenos Aires, ya han pedido replicar la medida de CABA.
Otro aspecto no menos importante es el del enfoque pedagógico: ésta injusta resolución ignora que el lenguaje en sí mismo, tiene la capacidad de describir la realidad y de crear mundos posibles.
Y el lenguaje no sexista, posee al menos, cuatro características que contribuyen a la pedagogía de la inclusión: aporta a la percepción de todos los matices de la humanidad; apela a la creatividad discursiva; fomenta la crítica de idearios dominantes y sobre todo apunta al reconocimiento, porque si bien la autopercepción empieza por cada unx, solo se consolida cuando otrx te reconoce como tal. Solo teniendo en cuenta estos cuatro aspectos se puede decir que la medida prohibitiva es antipedagógica y expulsiva.
Hace un tiempo terminé un ensayo en el que retomo el pensamiento de la filósofa y activista estadounidense, Judith Butler cuando se refiere al daño que puede hacer el lenguaje sobre las personas. Ella subraya que no hay palabras para describir el dolor lingüístico.
Si bien, la filósofa hace foco en los insultos me gusta extender esa explicación a diversas manifestaciones del habla, por ejemplo, cuando me nombran sin respetar mi autopercepción, me perturban, me hieren. Y, la herida es un hecho que le ocurre a nuestro físico, pero “el hecho de que las metáforas físicas se utilicen muy a menudo para describir el daño lingüístico indica que esta dimensión somática puede ser importante para entender el dolor lingüístico”.
Entonces, ¿por qué imponer una enseñanza dañina y destructiva?, ¿por qué desconocer que el lenguaje inclusivo tiene un fin de reparatorio? No se pueden impartir políticas educativas con prohibiciones y castigos y tampoco se puede hablar de calidad educativa fomentando una pedagogía de la expulsión.