Febrero fue el mes del reencuentro y marzo el de tomar la calle. Así es siempre con el movimiento de mujeres que desde hace años debate durante semanas para consensuar las acciones y el documento en el confluyen los reclamos en el Día Internacional de las Mujeres Trabajadoras.
Desde 2017, el 8M incluye la huelga de mujeres, como un homenaje a esas 129 luchadoras que murieron reclamando por sus derechos, y como una forma de hacerle frente a la violencia patriarcal que se vive día a día. Para este 2022 se espera una marcha multitudinaria y también una gran adhesión al paro como vino sucediendo en los últimos años.
“Creo que había una necesidad muy fuerte de volver a instancias presenciales porque el movimiento feminista va construyendo en esos espacios la transversalidad política. La posibilidad de tener espacios propios desde las distintas corrientes y experiencias desde los feminismos que tiene capacidad de organización y de acción”, sentencia Verónica Gago, docente e investigadora del Conicet pero que además integran el colectivo Ni Una Menos, que estuvo al frente de la organización en esta ocasión.
“Este año es fuerte esta consigna de recuperar las calles. Pero que a su vez convive al mismo tiempo con ‘nunca nos fuimos’. Es interesante ver cómo las dos cosas son verdad. Hay miles de narraciones, experiencias y prácticas que sostuvimos durante la pandemia: las vigilias por el derecho al aborto, el 8 de marzo pasado, los 3 de junio y la movilización por la ley del cupo laboral travesti trans. Pero al mismo tiempo, existe la necesidad de tener un encuentro masivo, como será el de mañana”.
Las organizaciones feministas convocan a las 16 del martes 8 en Cevallos e Irigoyen para marchar hacia el Congreso de la Nación. El encuentro masivo se repetirá en cada provincia y ciudad. “Hay organización en todo el país. Tenemos las expectativas de leer ese documento colectivo en un escenario donde la foto sea una gran movilización social, de que el movimiento feminista vuelva a protagonizar las calles”, sintetiza Gago.
-¿Qué significa esta vuelta en forma masiva a las calles?
-Significa volver a hablar de paro, de huelga feminista, que haya un llamado y una organización desde las centrales sindicales, pero también desde las distintas colectivas, redes, organizaciones. Será un momento importante porque también convergen dos otras cuestiones, el debate que se abrió a partir de la violación grupal acá en la Ciudad de Buenos Aires porque eso vuelve a traer al debate colectivo sobre qué significan esas violencias. Y, por otro lado, la cuestión de la deuda externa, la consigna principal consensuada de la movilización es “la deuda es con nosotras y con nosotres, que la paguen quienes la fugaron”.
-Es un debate que está presente hace un tiempo en el movimiento feminista
-Sí, se retoma una consigna que es del movimiento feminista. Se viene haciendo hincapié con hacer una lectura sobre qué significa la deuda contra nuestra autonomía, que la deuda externa se traduce también en endeudamiento en los hogares. Venimos haciendo un acumulado de lecturas, de debates, de formas de instalar y de apropiarnos de la discusión económica que hoy está en el centro de la coyuntura política. Hoy es muy importante cómo el movimiento feminista va a mostrar una capacidad de movilización, una capacidad de debates y claro, un rechazo a que la deuda la sigan pagando ciertos cuerpos y ciertos territorios. Estamos en un país donde el 60% de las infancias son pobres. Creo que ha sido un ejercicio construir este documento colectivo, darnos el espacio y el tiempo para este ejercicio tan complejo y a la vez tan potente del feminismo de producir un documento de conjunto, con muchísimas firmas de organizaciones que hacen un diagnóstico de la situación actual, organizan sus reclamos y plantean un horizonte.
-Más allá de lo que sucedió en la calle, se puede decir que hay un antes y un después de la pandemia, ¿qué pasó en esos dos años?
-Estos dos años creo se han condensado con la frase del “trabajo esencial”. La importancia de lo que son los trabajos de cuidado, los trabajos de la reproducción socialque no es sólo cuidado: es alimento, distribución de esos alimentos agroecológicos, es cocinar, es limpiar las casas en los distintos territorios, es sostener las redes de ayuda mutua. Es decir, todos los trabajos peor remunerados o no remunerados, más subalternizados se pusieron en evidencia como fundamentales para sostener la emergencia multidimensional de la crisis. Emergencia de vivienda, alimentaria, de salud y de violencia de género. Todo el trabajo que venían haciendo los feminismos de ponerle un valor, visibilizar, ponerle un lenguaje, organizar esas tareas de modo político, reclamando la politicidad de esas tareas, se ha puesto muy en evidencia como la reestructura más necesaria y más exigida que hemos tenido. Creo también que hay un debate inconcluso porque en parte del documento lo que más se exige es salario para las trabajadoras comunitarias, para las promotoras territoriales de género. Es decir que aún falta un reconocimiento real, salarial de esos trabajos que ya se han evidenciado como esenciales, fundamentales, imprescindible.
-¿Y qué impacto tuvo entre las trabajadoras?
-Creo que también hay un nivel de agotamiento y de desgaste físico y psíquico que es un saldo de la pandemia que no se evapora con la vuelta a la presencialidad. Vamos a tener que buscar muchos espacios para trabajarlo porque tenemos un montón de muertes y de consecuencias de la enfermedad que no se van de un día para el otro, hay un tiempo de duelo que sigue pasando. Por otro lado, lo que sentimos hoy, es que la vuelta a ciertos trabajos de la presencialidad a cierta reactivación a nivel del empleo se hace sobre un suelo de mucha mayor precariedad y también de superposición de jornadas laborales. Hoy vemos a alguien que está viajando y mientras viaja tiene una reunión por teléfono o mientras cocina está terminando de coordinar virtualmente el trabajo que empezó en otro lado. Lo que vemos es una acumulación del régimen presencial y virtual que alarga la jornada de trabajo. A esto se suma una situación difícil con los precios, una inflación especialmente concentrada en los alimentos que arman un cuadro de mucho esfuerzo y preocupación para sostener la vida cotidiana.
-Además de las demandas económicas, ¿qué debates se dieron respecto a los femicidios y abusos sexuales?
-Es un punto clave. Fue un debate que estuvo en las asambleas y que también la trascendió. Son debates que se dieron en las casas, en las escuelas, en las redes sociales, de qué significan estos mandatos de masculinidad que hacen del abuso y la violencia machista su dinámica de validación. Y qué significa entonces seguir reclamando una profundización de la Educación Sexual Integral como cuestión fundamental. Es importante pensar cómo esta cuestión no es solamente cultural, sino que también expresa relaciones de poder, cuando hablamos de abusos, femicidios estamos hablando de relaciones de poder. Hay que darle esa discusión mucho de fondo en qué tipos de relaciones se poder se están expresando ahí, y por qué las masculinidades expresan en los abusos y violencias su valía como varones. Es algo clave en el debate de los feminismos, de cómo entender estas situaciones no como hechos aislados, no como cuestiones vinculadas a relaciones interpersonales ni tampoco como fenómenos meramente culturales. El enlace que se hace entre las violencias machistas y las económicas y las racistas nos permiten tener una comprensión y percepción mucho más amplia de qué significan que estas cuestiones sigan sucediendo, y por qué son tan estructurales.
-El 1 de marzo, se hicieron algunos anuncios por parte del Presidente sobre las tareas de cuidado, un punto fundamental en la agenda de feminista, ¿qué se discutió al respecto?
-Lo fundamental de la discusión de los cuidados es cuáles son los recursos con los que se van a contar. Hay una cuestión de presupuestos que es básica. Ya hay un reconocimiento social, un reconocimiento simbólico, se ha logrado instalar que los cuidados son trabajo. De todas maneras, esto está permanentemente en debate porque cuando se dice que los planes sociales no son trabajo digno hay compañeras de las organizaciones de la economía popular que salen a decir, “cuidado es trabajo, lo que hacemos con los planes sociales es parte de estos cuidados y por qué no son dignos”. Ahí hay discusiones que conectar porque si no, los paralelizamos por un lado se habla de un sistema nacional de cuidados y por otro lado hay un desconocimiento de los cuidados que efectivamente se realizan en las organizaciones y en los barrios con los subsidios y los distintos programas. Hay que profundizar la discusión de los recursos y del reconocimiento salarial.