Miriam Gauto vivió 20 años en el Paraje Chañar, a ella la atravesaron las mismas necesidades que hoy quiere modificar. De su mano, recogimos historias que relatan cómo viven las mujeres su salud sexual en un lugar inhóspito. La falta de información sobre derechos y los abusos sexuales intrafamiliares.
El Fondo de Población de Naciones Unidas (Unfpa) ha alertado que el acceso a métodos de planificación familiar voluntaria es particularmente limitado o incluso inexistente para las mujeres rurales e indígenas.
En una típica siesta correntina, en una primavera donde la sensación térmica alcanza los 40º, nos encontramos con las Kuña campo pe gúa (mujeres del campo, en guaraní). La primera parada del viaje es en San Luis del Palmar, una localidad a 30 kilómetros de la capital de Corrientes. Allí se suma al viaje Miriam Gauto, una agente sanitaria y auxiliar de enfermería que, hasta hace siete años, vivía en esa zona rural. Nos guía por unos 20 kilómetros más por ruta y luego otros 70 por camino de tierra.
Había llovido los últimos cinco días, aún quedaban charcos de agua. Las vacas de los estancieros, que a la vez son dueños de medios de comunicación, legisladores y ex gobernadores, se cruzaban en el camino. La mayoría de los hombres de la zona son peones de estos hacendados.
“Ña vi aguima” (estamos cerca) dice Miriam. Las dos horas en auto son un viaje corto para ella. Cabalgando, le lleva seis horas el mismo recorrido. Con tereré en mano, conversamos y la confianza se afianza. “Esto es lo más poblado”, dice. No entendíamos a qué se refería hasta llegar a un destino que definió como “un lugar inhóspito”. Las distancias entre las casas eran cada vez más grandes y los caminos casi ni se distinguían. Podían pasar hasta 40 minutos sin que se vislumbrara otra casa. Sólo animales y esteros.
Durante el viaje comienza la entrevista. La primera es, claro, Miriam, nuestra guía. Ella habla de su historia personal que va entrelazando con su profesión y su militancia feminista.
“Estuve hasta los cuatro años en esta zona, hasta que mi mamá me dio para que me criaran mis tíos abuelos que vivían en el pueblo. Venía siempre al campo y ahí conocí a mi compañero con quien tuve a mis dos hijos, la primera a los 16 años. Viví acá con él hasta que lo mataron hace siete años. Teníamos una chanchería y hubo problemas con los linderos (los vecinos) él hizo una denuncia y después le dispararon”, relata.
Miriam logró terminar la secundaria gracias a una ley nacional y, ya fallecido su marido, estudió para ser auxiliar de enfermería y agente sanitario en la Cruz Roja.
Dejó el campo, su huerta y animales, y empezó a trabajar cuidando personas mayores y realizando limpieza en casas. Aún lo hace.
“Estudié para agente y auxiliar por todo lo que viví durante los 20 años que estuve en el campo. El tener un bebé acá es muy riesgoso. Yo perdí a uno después que tuve a mi primera hija, fue durante la creciente de 1998. Fue una inundación muy grande donde aún no teníamos los caminos que ahora hay y era más difícil todavía hacerse controles”, dice, y pasa el mate de tereré.
Hace dos años que integra la Fundación de Derechos Humanos, Equidad y Género (Fundheg). Hoy, con el apoyo de la ONG, recorre estos mismos lugares y otros, para tomar los signos vitales, repartir kits sanitarios, anticonceptivos y hablar sobre Educación Sexual Integral (ESI) y violencia de género.
Ella agradece a Fundheg porque “confiaron en que sí podía hacerlo”. En este espacio es la referente del guaraní y reconoce especialmente a su presidenta, Leticia Gauna.
“El campo es un lugar muy machista, donde la mujer no tiene voz ni voto. Cuando era chica me hacían sentir rara porque planteaba porqué las mujeres no podíamos hacer las mismas cosas que los hombres. Me hacían sentir que estaba equivocada”, piensa en voz alta.
La charla sigue, mientras el auto esquiva charcos: “Muchas mujeres contaron abusos y violaciones de parte de padres, abuelos y tíos. El manejar bien el guaraní hace que me tengan más confianza, hay mujeres grandes que recién ahora cuentan, no creía que tantas iban a decirme esto”.
Y el auto se agita por los baches. Y el silencio se impone ante las revelaciones de Miriam.
“Hablo de la violencia de género, de lo que no está bien. Ahí empiezo a ver alguna apariencia rara, hablan más despacio o me aceptan solo moviendo la cabeza. En cada charla voy profundizando más hasta que me cuentan sobre el abuso y cómo comienzan. Te duele el alma cada vez que escuchas estas cosas”, cuenta, mientras trata de hacer desaparecer el nudo en su garganta.
Si bien reconoce que el abuso sexual intrafamiliar está en todos lados, cree que “acá parece que hay más, el vecino más cercano está a 15 minutos, entonces dejas a los niños y niñas al cuidado de su abuelo o tíos, confías porque son familia”.
“¿Sabes lo que es que una mujer viva esto?”, repite Miriam.
Y en un momento lo dijo: “En mi familia también pasó”.
“Mi mamá era madre soltera de la zona rural. A una de mis hermanas mayores le fui contando lo que hacía en la fundación y eso hizo que empecemos a hablar de los abusos. Me confesó hace muy poquito, llorando, que fue abusada por mi tío, un hermano muy querido y de confianza de mi mamá. Creo que a otra hermana le pasó lo mismo, pero ella es aún más cerrada. Mi mamá iba a lavar ropa, a trabajar, y tardaba más de tres horas en volver, y las dejaba al cuidado de esta persona. Mi hermana hoy tiene 50 años y no paraba de llorar cuando me contaba, nunca había dicho nada de esto a alguien más”, dice, y un poco habla con ella misma.
Porque Miriam se fue de esa casa a los 4 años y no puede asegurar que a ella no le haya pasado lo mismo, y el olvido quizás sea un resguardo.
Llegamos a la 5ta sección del departamento de San Luis del Palmar, Paraje Chañar, también conocido como Cerrudo Cué. El sol pega fuerte y mientras bajamos del vehículo Miriam se adelanta y reparte el hielo que “acá es oro”.
No hay energía eléctrica, hay paneles solares que a veces no son suficientes para los aparatos conectados con lo que se intenta combatir el calor extremo. Tampoco hay agua potable, es de pozo y para tomarla hay que hervirla.
En la primera casa nos recibe Rosa, de 45 años, que es portera de la única escuela primaria del paraje donde asisten nueve estudiantes y hay un maestro. Ella también se encarga de dar el desayuno y el almuerzo en el establecimiento que lleva el nombre de un soldado de Malvinas, un chico de ahí, de apenas 18 años, que fue a la guerra y nunca volvió: Ramón García.
Mientras se escuchan los sonidos típicos del campo hablamos de los cuidados en la intimidad con su pareja. Dice que lo único que conoce es el preservativo y que sólo “sirve para no quedar embarazada”. También para prevenir Infecciones de Transmisión Sexual (ITS). Pero eso no lo sabe.
Como otras mujeres del lugar, comparte que pueden pasar varios años entre cada control sanitario, que siempre será ante una urgencia médica.
En su regazo está su hija de 6 años. Al hablar sobre la Educación Sexual Integral (ESI) comenta que a la niña le explica que “no le tienen que tocar su cuerpito”.
“En la escuelita de acá se habla muy poco, creo que el maestro tiene miedo que los padres pregunten porqué está hablando de esos temas”.
En otra vivienda nos espera Cyntia. Tiene sólo 31 años y ya es mamá de siete. Se considera un ama de casa, pero también trabaja en la huerta, ordeña vacas, hace queso y los vende.
“A los 16 años tuve a mi primera hija. Acá hago queso y compran los patrones de Corrientes, con eso compro mercadería. A todos los tuve con parto natural. Lo que sé de métodos de cuidados es que hay pastilla, preservativo y chip. Cuando tuve a la última me ofrecieron en el hospital un DIU (dispositivo intrauterino)”, contó en guaraní, mientras Miriam oficiaba de intérprete.
¿Si tenías la posibilidad te hubieras puesto antes el DIU?, le preguntamos.
“Sí”, responde Cyntia.
Al iniciar esta entrevista estaba su hija adolescente pero cuando escuchó los temas de los que se hablaba entró a la vivienda. De vez en cuando se asomaba a la galería, se recostaba en sus paredes de barro. Su mamá cuenta que le explica que tiene que contarle si alguien le hace algo que no le gusta. Además, le recomienda ir a la escuela con su hermana, primas, y compañeras para no andar solas por lugares tan desolados.
Las jóvenes son las que menos hablan, dan respuestas escuetas.
En otra de las casas están Ivana de 20 y Yesica de 14 años, tía y sobrina. Empezamos a hablar sobre ESI. No sabían de qué se trataba. Su mirada iba a un punto fijo mientras hacían algunas preguntas. Cuando giro buscando hacia donde iban sus ojos, veo a un hombre que se alejó de un grupo más grande que estaba bebiendo y se sentó a escuchar lo que conversábamos.
Luego es Cirila, de 70 años y mamá de 9, la que habla bajo un árbol de mango. Parió a todos en el paraje.
“Tuve mellizos, nació primero uno y el otro, dos días después”. Mientras tanto, la partera se quedó a vivir allí. Era una vecina, a la que “se le pagaba con lo que teníamos o, si no teníamos, lo hacía igual”.
La mayoría de las respuestas se reducían a un “sí”, “no” y a alguna tímida mueca. Miriam ayudaba con el guaraní, pero aun así los temas incomodaban a las mujeres. Más todavía cuando se hablaba de abusos. Las manos morenas y arrugadas de Cirila empezaron a transmitir su nerviosismo cuando escuchó esa palabra. En ese momento, la conversación se tuvo que centrar en las tortas fritas que convidó su hija. Ahí apareció su sonrisa y algunas palabras en guaraní que no logré comprender. Es que mi abuela no nos quiso enseñar, le habían prohibido transmitir esta lengua a sus descendientes, le hicieron sentir vergüenza de sus orígenes, de nuestros antepasados.
Al preguntar a las jóvenes donde se veían en algunos años, dijeron que quieren estudiar y trabajar en la ciudad. Las que ya son madres, respondieron: “Acá tengo mi casita y mi marido su trabajo, ¿dónde voy a ir?”.
Antes de emprender el regreso pasamos al baño, que en estos parajes son letrinas, un pequeño cuadrado rodeado de chapas sobre tierra y un pozo con una tapa de madera.
Si bien es algo usual, no significa que sean instalaciones sanitarias aptas para las niñas, jóvenes y mujeres, sobre todo cuando menstrúan.
Esto es más habitual de lo que imaginamos. En el mundo más de 1.800 millones de personas menstrúan, según Unicef, pero a 500 millones de ellas se les niega el acceso a instalaciones seguras y a los productos sanitarios que ayudan a manejar sus períodos de manera saludable.
En este paraje, se stockean de toallitas sanitarias en el pueblo o esperan a “un repartidor de mercadería que suele pasar cada 15 días”.
Desandando el camino hacia la ciudad, la paz se impone y a la vez resuenan fuerte éstas historias. Cerraba mis ojos y veía los de Cirila, que eran negros llorosos, que reflejaban la dureza de la vida de la Kuña campo pe gúa.
El gobierno de Corrientes adquirió insumos que antes proveía el gobierno nacional, tal como confirmó a través de una comunicación el Ministerio de Salud Pública provincial, a cargo de Ricardo Cardozo. El organismo realizó una compra de 20 mil profilácticos a fines de octubre, que se suman a los 15 mil que ya había comprado. Estos serán exclusivamente para personas con VIH y con otras Infecciones de Transmisión Sexual (ITS).
Entre preservativos y medicamentos para VIH/Sida, la inversión del gobierno provincial “llega a casi 150 millones de pesos”, informó la cartera sanitaria correntina.
La directora de Epidemiología, Angelina Bobadilla, precisó que desde la Dirección Nacional de SIDA “este año ya no se va a hacer la provisión de preservativos” y que por ello “desde Salud Pública empezamos a comprar para asegurar que lo puedan tener las personas que viven con VIH y con alguna ITS”.
Por otra parte, comentó que “en colegios secundarios realizamos charlas y testeos de VIH e ITS como sífilis. En estas jornadas de sensibilización e información ya participaron más de 4 mil estudiantes”.
Al mismo tiempo, indicó que desde Salud Pública realizan testeos en centros de salud y espacios públicos, como plazas. A ello, sumó que llevan adelante una campaña de prevención en población adolescente.
En Corrientes, el Coordinador Regional del NEA de la fundación Aids Healthcare Foundation (AHF), Ariel Núñez, comentó que hay faltante de preservativos: “No hay y tampoco habrá. Estamos trabajando para que no tengamos faltante de medicación el año próximo”.
“Desde AHF seguimos entregando folletería, haciendo testeos de VIH, pero como no hay acompañamiento del Estado – y esto se está acrecentando en el tiempo- sabemos que no daremos abasto. Nos cuesta muchísimo acompañar a la población más vulnerable”, dijo para este suplemento especial, el referente de esta organización mundial que tiene fuerte presencia en la provincia.
También, señaló que están preocupados porque “falta medicación, sobre todo, retrovirales”.
Las mujeres rurales representan un cuarto de la población mundial según la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Ellas, producen casi la mitad de los alimentos que se consumen en el planeta. Sin embargo, las desigualdades de género relacionadas a su panorama económico, tecnológico y ambiental, las sitúa por detrás de las mujeres urbanas y de los hombres.
Esta población tiene un 38% menos de posibilidades de dar a luz asistidas por una persona profesional de la salud que una mujer urbana, en países de ingresos bajos. Tienen mayor probabilidad de sufrir complicaciones que ponen en peligro la vida, hemorragias graves, infección y mortalidad materna.
A la vez, de acuerdo con un informe de UNFPA, existen más de 200 millones de mujeres que carecen de acceso a métodos de planificación familiar voluntaria. Adicionalmente, más de 800 embarazadas -muchas de ellas en situaciones socioeconómicas precarias- mueren cada día como resultado de complicaciones relacionadas con el embarazo y el parto.
Es así que UNFPA sostiene que la negación del ejercicio de los derechos reproductivos no solo perjudica a las personas; también puede traducirse en contextos de desaceleración económica y en un impacto negativo en el desarrollo de los países.
Por otra parte, el acceso a servicios es particularmente limitado o incluso inexistente para las mujeres rurales e indígenas. La población con acceso al agua potable segura es del 60% en zonas rurales y del 86% en zonas urbanas. En estos lugares, es habitual que sean las mujeres y las niñas las responsables de ir a buscar agua en las zonas rurales.
En cuanto al matrimonio infantil, las niñas de familias rurales pobres son mucho más propensas a contraer matrimonio antes de los 18 años en relación a lo que sucedes con las niñas de familias urbanas ricas. En algunos países, más del 50% de las niñas de familias rurales pobres se casarán siendo niñas. Esto trae impedimentos para la educación y el empleo; mayor riesgo de violencia por parte de un compañero sentimental; embarazo precoz; complicaciones de la maternidad; vulnerabilidad ante las ITS, incluido el VIH.
Respecto a la educación, solo el 2% de las mujeres rurales más pobres de los países de bajos ingresos completan la educación secundaria superior. Así lo describe la ONU y agrega que las consecuencias son: impedimentos para el empleo y la toma de decisiones; menores ingresos; trabajos de peor calidad; mayores efectos sobre la salud; menor bienestar individual y social.
La mayor parte de los 3.700 millones de personas no conectadas a Internet suelen ser las mujeres y niñas rurales más pobres y con menos formación. Esto trae limitación de medios para adquirir nuevas competencias, información y conocimientos; menos medios de vida, bienestar y resiliencia; menos oportunidades económicas.
Menos del 15% de las personas que poseen tierras agrícolas son mujeres. Por otra parte, la agricultura sigue siendo el sector de empleo más importante de las mujeres que viven en países en desarrollo y zonas rurales.
Esta nota forma parte del trabajo «Tiempo de narrar. Territorio de historias», una alianza entre Tiempo Argentino con la Red de Editoras de Género y Unfpa Argentina.
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