“Y cuando el 17 de octubre se levantó como un signo, como una bandera, la mujer del pueblo fue a su encuentro”, escribió la poeta, narradora y militante peronista María Granata en 1953. En LATFEM publicamos un fragmento de su texto sobre aquella mítica movilizacion, recuperado en el proyecto “Muchachas Bonaerenses”, coordinado por la historiadora Julia Rosemberg.
Lo sentía próximo, estallante toda su luz, y ya, aun antes de que empezara, lo reconocía. ¿Cómo no advertir sus señales? ¿Cómo no comprender que sus horas no eran tiempo común sino perduración del tiempo que la Patria tiene por suyo? Sólo podría ser un día hermoso como una revelación ese que la mujer del pueblo esperaba desde el fondo transfigurado de su sufrimiento, desde la injusticia en que se debatía, desde ese descarnado amor a la vida que su corazón había salvado. Debía de ser un día hecho de esa luz que nace de los ojos del pueblo, en los cuales la eternidad se detiene para dar su mirada. Con su apasionada esperanza la mujer iba determinando, a la par del hombre, el nacimiento del día histórico. Su necesidad de entrar en la lucha anunciaba cuánto tendría de humano la gesta que de tal manera reclamaba su participación. Y cuando el 17 de octubre se levantó como un signo, como una bandera, la mujer del pueblo fue a su encuentro.
Su corazón, que hasta ese momento había vigilado, entró en la lucha como un soldado prodigioso.
Ella estaba presente. La historia la había llamado por su nombre.
Cuando la causa es causa de liberación, cuando es ardidamente humana, la mujer acude siempre. Y lo hace con una impetuosa decisión, con la responsabilidad de quien cumple un mandato, con la conciencia de quien construye una felicidad que alcanzará el corazón de todos, en conjunción con el destino de la propia tierra. Ante esa visión de grandeza, ante esa anticipación de humana justicia que representó el 17 de octubre, la mujer comprendió que formar parte de su gesta significaba indudablemente participar de un proceso de creación.
Comprendió que ese día se volvía a crear la Patria, que un segundo nacimiento vivificaba sus fuerzas. Y en todo aquello que tiene un valor de creación, la mujer está presente, porque ella misma interviene cada día en la creación con su antigua costumbre del milagro.
La mujer siente entrañablemente suyo el deber de colaborar con la vida, de defender aquello que es su fundamento y su sostén, toda fuerza afirmativa, toda verdad. El 17 de octubre significó nuestra más luminosa posibilidad de vida nacional y social, nuestra refirmación más absoluta. Por eso esa parte de pueblo formada por mujeres estuvo allí. Deber y felicidad: la misma cosa.
Recobrar al líder de los destinos patrios significó, en ese momento, la unánime aspiración de hombres y mujeres del pueblo, identificados en la lucha, en la esperanza y en el sufrimiento, en las comunes vivencias, en todo aquello que acerca tanto a los seres hasta confundirlos en el mismo grito, en el mismo llanto, en la misma voz de victorioso júbilo.
Las calles de la ciudad se animaron de esa vida que da la muchedumbre cuando avanza al encuentro de si misma. Río impetuoso, marcha que parecía arrastrar consigo un lento tiempo que exigía precipitarse en un día incomparable, en un día alto y puro como la esperanza lo había imaginado. Pero no era una marcha formada sólo por hombres. Multitud de mujeres avanzaban, resplandecido el rostro, con una expresión transfigurada que no era sino la expresión tanto tiempo oculta en ese corazón fuerte que es el verdadero rostro de las mujeres del pueblo.
Las puertas de la ciudad se abrían dándoles paso. Ellas sentían que no estaban en la calle sino en su propio hogar, repentinamente agigantado. Su andar, que la fatiga endurecía, resonaba como un vuelo, y aun cuando las piedras de la calle lastimaran sus pies, ellas sentían que caminaban sobre el dulce costado de la Patria.
Cada paso iba deshaciendo ligaduras opresoras, restituyendo una sofocada libertad. Cada paso apresuraba el encuentro con Perón, el nuevo nacimiento de la nacionalidad, el comienzo de un tiempo digno, aglutinador de los valores humanos.
Nunca tuvieron mayor hermosura las mujeres de nuestro pueblo que ese día, iluminadas por la lucha, dispuestas a salvar a la Patria aunque hubiese sido necesario caer allí mismo. La valentía se acrecentaba en ellas; en sus ojos expectantes había una fuerte decisión, una mirada que venía de los ojos nunca cerrados de generaciones y generaciones de madres que han visto el sufrimiento de sus hijos, oprimidos por la injusticia.
Nunca fue más definitiva la expresión de esos rostros. La concentrada esperanza se abría paso entre las facciones.
Junto a los trabajadores, las mujeres avanzaban por la ciudad, heroicas en la grandeza de la gesta, construyendo con sus manos parte de esa historia que nos señala a los ojos del mundo como salvaguardias de la verdad humana.
Una expresión de enardecida ansiedad desterraba de sus caras toda sombra de cansancio. Ellas habían realizado un extraordinario esfuerzo, pero proseguían, a cada paso más transfiguradas, más en carne viva su grito de liberación. Suma de inusitadas fuerzas, reivindicadoras de las mujeres que las precedieron en la callada esperanza que no alcanzaron a ver cumplida.
Las calles de la ciudad parecían ensancharse a su paso. A duras penas contenían a esa maravillosa multitud que iba al encuentro de su verdad, que iba al encuentro de si misma. Todo el pueblo levantado a la busca de su líder. Y la mujer, parte de ese pueblo, resistiendo la fatiga y la incertidumbre, valerosa hasta la sublimación de sus valores morales, sintiendo sobre su cara y a lo largo de su sangre el soplo dramático que antecede a toda victoria.
Ella estaba dispuesta a rescatar al libertador del pueblo, al hombre que custodiaría a sus hijos, al hombre que vería en ella el fundamento mismo de la sociedad humana. Estaba dispuesta a recobrarlo para la Patria, aun al precio de su vida. La seguridad de cumplir un deber histórico, de obrar en nombre de toda justicia, dictaba su valentía. Porque ella era la mujer verdadera. Y la mujer verdadera no abandona al hombre en la hora de la lucha.
Estaba allí, realidad viva y a la vez símbolo. Nada hubiera podido amedrentarla. Había aprendido a mirar a la vida de frente, en el ejercicio de su sufrimiento, en su experimentación de la injusticia social; había aprendido a mirar la imagen mutilada de esa vida que durante tanto tiempo perteneció a los pobres. Y había conocido, por gracia de Perón, una nueva forma de justicia, un nivel de dignificación que ahora tenía que recuperar definitivamente.
Por eso estaba allí, en las calles, formando parte de esa multitud de trabajadores que avanzaba desde todas direcciones en busca de su propia liberación, para rescatar al único hombre capaz de conducirlos. Estaba allí, y junto a ella parecían levantarse de la tierra las mujeres sufridas de pasadas generaciones, todo un tiempo soterrado, el coraón siempre vivo de quienes amaron la solidaridad humana y creyeron en su advenimiento.
La presencia de la mujer en la gesta del 17 de octubre tuvo el significado de una representación sustantivamente humana; en torno a ella se aglutina Ia familia, ella es su núcleo. Por eso su presencia tuvo un carácter global, una condición de realidad trascendida en símbolo.
La ciudad era el escenario conmovido de la maravillosa gesta. Su cuerpo de cal y piedra parecía estremecerse, participar del impulso que sustentaba el pueblo. La ciudad se agigantaba. Sus limites físicos parecían traspasados hasta alcanzar esa magnitud que da pasión del pueblo unido, del pueblo que de pronto se concentra espontáneamente, como obedeciendo a un sobrenatural llamado.
La ciudad ese día era la Patria misma, respondía a la ansiedad de toda la Patria.
Este es un fragmento de La mujer en la gesta histórica del 17 de octubre. El material forma parte de la colección digital “María Granata, una muchacha bonaerense” del Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires que cuenta con tres tomos: “María Granata: entrevistas”, “María Granata: folletos políticos” y “María Granata línea dura: un periódico de la resistencia”.
Este artículo se publicó originalmente en el medio aliado Latfem.
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