“Fuera de mi aislado grupo de amigos, soy completamente consciente de que en cualquier momento podría ser hostigada. Cualquier pequeño altercado con una persona podría llevar a una lluvia de insultos hacia mi cuerpo. Siempre estoy lista para ello. Y a veces siento que toda mi identidad está envuelta en mi gordura”. Desde Estados Unidos escribe Nomy Lamm, una cantante y compositora que vive preparada para la agresión. A la espera de ser violentada por encarnar un cuerpo gordo. Es que portar más tejido adiposo que el considerado normal se transforma, en demasiadas oportunidades, en excusa para el escrutinio público.
Pero ¿qué cuerpos son normales? ¿Cuál es la métrica que etiqueta a ciertas personas como enfermas, no saludables y hasta responsables de una condición que se cree voluntaria? ¿En qué momento el peso se vuelve terminología médica y patologizante?
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) la obesidad y el sobrepeso se definen como “una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud”. Un índice de masa corporal (IMC) superior a 25 es considerado sobrepeso, y superior a 30, obesidad. Ese índice se calcula a partir del peso en kilogramos dividido por el cuadrado de la talla en metros: kg/m2. El resultado de una cuenta que decreta a rajatabla los cuerpos normales y los anormales.
Siguiendo esta línea, en Argentina y en el mundo el debate que parece dividir aguas se da entre entender la obesidad como una enfermedad o como un factor de riesgo. Desde distintos espacios plantean que no se cumple con los criterios utilizados habitualmente para establecer qué es ─o no es─ una patología, porque constituir un factor de riesgo en el diagnóstico de otras enfermedades crónicas no alcanza para cargar con el mote de enfermedad.
Para la licenciada en Nutrición, Aluhe Martins do Serro, urge abordar el tema desde una mirada de salud integral: “Si nos detenemos solo en la discusión de si la obesidad es o no una enfermedad opacamos la realidad con distintas aristas de muchas personas: la salud mental, la gordofobia y gordodio ─incluso desde los y las profesionales de la salud─, la calidad y disponibilidad de la alimentación ─considerando que acceder a alimentos de buena calidad nutricional es un derecho vulnerado en muchas zonas de la Argentina─, que las dietas no funcionan, el estilo de vida que nos lleva a dormir mal y pocas horas con niveles altos y crónicos de estrés, sedentarismo, y una alimentación basada en ultraprocesados, independientemente del peso que tengamos”.
Laura Contrera, abogada feminista y activista por la diversidad corporal, comparte con Tiempo Argentino su posición: “El activismo gordo se opone fuertemente a los discursos médicos hegemónicos que sostienen la idea de la obesidad, porque son discursos patologizantes y estigmatizantes que no contemplan la diversidad en la que encarna la humanidad. Lo que hacen es ubicar como ‘normal’ una variación corporal que existe como existen tantas diferentes variaciones corporales. Encima, estos discursos no tienden a la mejora de la vida de las personas gordas. Por el contrario, las responsabilizan de manera individual sin entender la salud desde su sentido integral y sin tener en cuenta los determinantes sociales de la salud. Esta situación, entonces, vulnera y pone en jaque el propio acceso a la salud en condiciones dignas y libres de discriminación y violencia”.
Variadas bibliografías enmarcan el activismo gordo en un movimiento social que emergió del discurso de los derechos civiles en Estados Unidos a finales de la década de 1960, con fuertes lazos con el feminismo, lo queer y el activismo por los derechos de las personas discapacitadas.
Contrera también vincula los reclamos propios a la historia de otras luchas: “A mi juicio la principal lucha del activismo gordo es la construcción de un paradigma despatologizante de la gordura. Y en esto no somos originales, puesto que ya existen luchas por la despatologización de otros sujetos, de otros cuerpos. La idea es dejar de ser vistas como personas enfermas, no para renunciar a nuestro derecho a la salud o al trato digno. Lo que queremos es garantizar ese derecho y otros derechos fundamentales que se ven afectados por el estigma, la violencia y la discriminación a la que somos sometidas las personas gordas en prácticamente todos los contextos de la vida social. Porque de alguna forma paradójica la alusión a la salud permite un trato discriminatorio, violento y contrario a derecho que no se permitiría en otras condiciones o variaciones corporales”.
Los números de la gordofobia
En el Mapa Nacional de la Discriminación ─que construye el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) ─ del año 2013, la obesidad y el sobrepeso se ubicaban entre las cinco primeras situaciones señaladas por las personas que experimentaron discriminación. Para 2019, en el mismo relevamiento, la obesidad y el sobrepeso habían cobrado todavía mayor entidad: segundo lugar entre los tipos de discriminación más mencionados. En los dos registros, además, la experiencia de discriminación era especialmente importante en el segmento de 18 a 30 años y con frecuencia entre las mujeres.
“El ámbito de la salud es donde la discriminación se expresa de modo más tremendo. El sufrimiento de las personas gordas hace que terminemos evitando la consulta médica. Ahora hay más denuncias gracias a que los activismos vienen visibilizando que aquello que vivimos en una consulta médica es maltrato, es discriminatorio y por lo tanto puede ser denunciado”, aclara Contrera.
Y continúa: “En los últimos dos años los Ministerios de Salud de Nación y de la provincia de Buenos Aires generaron un cambio respecto a la consideración de los activismos gordos y de las afrentas al trato digno que sufren las personas gordas. Por ejemplo, durante la pandemia los activismos trabajamos junto con el Estado para saber cómo eran tratadas las personas gordas que accedían a la vacunación. Hay un cambio lento y auspicioso. Y espero que pronto podamos verlo en nuestras vidas cotidianas”.